Publicado 2010/05/12
Autor: Gaudium Press
Sección: Opinión
Bogotá (12-05-2010, Gaudium Press) A Dios invisible se va por lo visible, nos dice San Pablo. La perfección de Dios se manifiesta en sus criaturas, y no son ellas otra cosa sino una participación de su Ser divino. Esa es la principal función de las criaturas con relación al hombre, la de servir de escaños para llegar a Dios.
Llegar a Dios es, por lo demás, el deseo más profundo del hombre, aunque muchos no lo sepan o no lo quieran reconocer. Todo hombre desea la felicidad absoluta que solo Dios le puede dar. Si queremos elaborar una perfecta descripción de lo que desea en profundidad el ser Humano, no deberíamos tanto investigar en el propio ser humano, cuanto profundizar en lo que es Dios, pues es Dios lo verdadera y fundamentalmente apetecible por el hombre.
El hombre solo apetece a las criaturas en lo que ellas tienen de reflejo del Ser divino, con el peligro siempre latente de que se "estanque" en ellas, y no cumpla su finalidad.
Es el peligro del "estancamiento" en lo creado el que ha movido a moralistas y espiritualistas católicos de todas las épocas a predicar contra "el apego a las criaturas", a prevenir sobre el "peligro de lo material", etc. Entretanto, ello no puede ser entendido de ninguna manera -según la filosofía cristiana- como un rechazo a la creación. Por el contrario, la Iglesia luchó no pequeñas batallas a lo largo de la historia contra doctrinas filosóficas o religiosas que afirmaban que lo "corporal" era fuente de mal u originado por el mal.
Los atributos divinos y el rostro humano de Cristo
Decíamos que el hombre desea inexorablemente a Dios. ¿Y qué es Dios? Dios es el Ser por esencia. Dios es El que Es. Sus atributos entitativos -definidos por la filosofía cristiana- son la simplicidad, la perfección, la bondad, la infinitud, la inmensidad, la inmutabilidad, la eternidad, la unidad. (Recomendamos, para un estudio de estos temas, como todos los básicos relacionados con la doctrina de Santo Tomás, el didáctico libro de Jesús García López de Editorial Eunsa, ‘Metafísica Tomista').
Entretanto, ¿qué es la infinitud? ¿qué es la simplicidad? ¿qué es la inmutabilidad? Para la gran mayoría de los hombres -no filósofos de profesión- estos conceptos mucho podrán insinuar pero poco dicen, son nociones demasiado abstractas, que definiendo de forma exclusiva a Dios pueden terminar "alejando" a la Divinidad de la vida cotidiana de los hombres.
En una línea no abstracta, una -entre muchísimas otras- de las razones de la encarnación del Verbo es que Dios quiso tener un rostro humano cercano a los hombres a los que quiere salvar. Dios en Jesucristo quiso verdaderamente tonarse carne, quiso ser sensible, quiso ser visible, audible, "tactible", "olfatible", quiso acercarse lo más posible a nuestra naturaleza, que es espiritual pero también -y cuán básicamente- sensible, tornándose así el Redentor verdadero ‘puente' hacia Dios Padre. Y verdaderamente, para quienes no tuvimos la fortuna infinita de contemplar el divino rostro de Cristo en Palestina hace dos milenios, al escuchar pasajes del Evangelio una de las grandes alegrías es imaginar el rostro de Cristo, la voz de Cristo, el caminar de Cristo, a Cristo predicando, a Cristo increpando, a Cristo perdonando, a Cristo comiendo, a Cristo conversando, etc.
Entretanto, este ‘puente a la divinidad' que transitamos con la figura sublime de Jesús que nos regalan los Evangelios podemos recorrerlo con toda criatura, particularmente con las más perfectas, con aquellas que reflejan más el Ser divino.
Un niño con su madre
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miércoles, 12 de mayo de 2010
Un diálogo de una madre con su niño: Un ejercicio que todos deberíamos hacer
Etiquetas: heraldos del evangelio, uruguaay, uruguauy, uruguay, uruuguay
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