jueves, 25 de febrero de 2010

Homilía del Cardenal Cañizares en Roma por el X Aniversario de los Heraldos del Evangelio

En la Fiesta de la Cátedra de San Pedro y en la Iglesia de San Benedetto in Piscinula de Roma, el Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Su Eminencia Don Antonio Cañizares Llovera presidió una Eucaristía de Acción de Gracias por el X Aniversario de la Aprobación Pontificia de los Heraldos del Evangelio. Ofrecemos el texto de dicha homilía.



Queridos hermanos: A la acción de gracias por Jesucristo, en la Eucaristía, unimos esta tarde de manera muy especial nuestra acción de gracias por el ministerio de Pedro, reflejado en la fiesta que hoy celebramos de la Cátedra de San Pedro. También asociamos a esta acción de gracias nuestra memoria agradecida por los 10 años del reconocimiento pontificio de la Asociación Internacional Privada de Fieles Heraldos del Evangelio. En el designio de la Providencia, Dios ha querido que este reconocimiento esté unido a la fiesta de la Cátedra de San Pedro para manifestar así tanto vuestra profunda e inquebrantable vinculación y comunión con Pedro, con la Sede o Cátedra de Pedro, como vuestra plena y total colaboración con el Papa, cualquiera que sea, en la obra apostólica, evangelizadora, de la Iglesia. Hoy debiera ser un día grande y muy gozoso, para toda la Iglesia. Unidos a toda la Iglesia, celebramos esta fiesta que rememora a Pedro, fundamento de nuestra fe cristiana y católica. Nuestra fe, en efecto, como hemos escuchado en el Evangelio, se apoya en el testimonio de Pedro, que proclama en nombre de la Iglesia de todos los tiempos: “TÚ eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”; “TÚ tienes palabras de vida eterna, a ¿quién vamos a acudir?”; “Cristo es la Piedra angular sobre la que se edifica la Iglesia y la nueva humanidad”; “no se nos ha dado ningún otro nombre en el que podamos ser salvos”; “no tengo oro ni plata, pero lo que tengo te doy: En nombre de Jesús Nazareno, levántate y anda!”. Pedro nos confirma en la fe, y nos preside en la caridad. Nada ni nadie podrá derribar a la Iglesia por él presidida y asentada en esta misma y única fe y riqueza que no es producto de la carne y de la sangre, es decir, de la creación humana, sino que viene de lo Alto y nos alcanza por la gracia de la revelación y redención divina, obra del amor infinito de Dios. De pecador, de su misma fragilidad que no es capaz de comprender y aceptar el misterio de la Cruz, de estar dormido en la hora de la agonía de Jesús, de negarlo tres veces, pasará después a decir por tres veces también: “Señor, Tú sabes que te quiero, Tú sabes que te quiero; Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero!”.

Hoy es un día en que deberíamos avivar la conciencia de lo que es el servicio de Pedro, y así fortalecer la veneración, la fidelidad y la obediencia, el afecto filial y agradecido hacia quien en estos momentos continúa este mismo servicio, el Papa. Es el Papa quien ejerce este servicio en la Iglesia universal y en cada una de las Iglesias Particulares. Jesús ha fundado su Iglesia sobre el grupo o colegio de los Apóstoles. Dentro de ese grupo o colegio, Pedro recibió, por voluntad de Jesús, el primer puesto: en la lista de los Apóstoles ocupa el primer lugar, es entre ellos el primer beneficiario de las apariciones de Cristo resucitado, confiesa el primero la mesianidad y divinidad de Jesús, que le concede, a su vez, la primacía en la formación de su Iglesia, y en el día de Pentecostés es el primero en tomar la palabra e iniciar así la misión cristiana. Esta primacía tiene, en la mente de Jesús, el carácter de un servicio -todo en la Iglesia es servicio- un servicio singular, que requiere todo el amor y la disponibilidad plena y total. Pedro tendrá siempre la asistencia necesaria del Señor y del Espíritu para confirmar, dar firmeza y mantener a sus hermanos en la fe y en la comunión. Su servicio, en expresión hermosa, es ser “siervo de los siervos de Dios”, el primero entre los servidores de la unidad que constituye a la Iglesia, roca firme de la fe en la que descansa y se apoya la Iglesia; pastor de toda la grey del Señor, el que dirige y guía a la comunidad universal de los discípulos de Jesús extendida de oriente a occidente, el que representa, consolida y fortalece la comunión del Colegio Episcopal.

El colegio de los Obispos ha sucedido al de los Apóstoles en la fundamental función de mantener firmes y hacer crecer en la fe y en la comunión a las comunidades cristianas. Dentro de ese mismo colegio, el Papa tiene el papel y el servicio de Pedro. Lo que cada Obispo es para su Iglesia Particular, principio de unidad y de cohesión, lo es el Papa para todas y cada una de ellas. Como sucesor de Pedro, el Papa ha sido constituido como fundamento perpetuo y visible de la unidad de fe y de comunión tanto de los demás obispos como de la multitud de fieles. El servicio de los Obispos unidos al del sucesor de Pedro, y bajo él, que ha de asegurar la coherencia de la Iglesia de hoy con la Iglesia de los Apóstoles frente al poder destructor del tiempo y de la muerte, tiene el apoyo de Jesús, el Señor de la Iglesia, del tiempo y de la vida. Este ministerio de Pedro es, sin duda, un ministerio de misericordia nacido de un acto de misericordia de Cristo. Es esta misericordia de Cristo la que ha dotado a su Iglesia con el servicio de Pedro para que todos seamos permanezcamos en la unidad, y el mundo crea que Jesucristo, el único Nombre que se nos ha dado en el que podamos ser salvos, es el enviado del Padre, como paz y reconciliación, redención y amor sin límites, camino, verdad, vida, luz y esperanza para todos. Pero esta misma asistencia indefectible no exime al servicio apostólico de sufrimientos, de contradicciones y debilidades. Por eso hemos de ayudar a quien ha recibido del Señor este dramático servicio a la fe y a la comunión de la Iglesia con la oración, la adhesión fiel a sus enseñanzas, la veneración y el afecto.

Demos gracias a Dios, en este día, por el don del Papa y por su imprescindible servicio o ministerio. Crezca entre nosotros nuestra adhesión personal e inquebrantable al Papa, a este Papa, Benedicto XVI, que Dios nos ha dado. Que se acreciente nuestro amor a él y nuestra fidelidad a todas sus enseñanzas. Ese amor y fidelidad es la garantía de permanecer unidos a Cristo y así ser Iglesia enviada a los hombres para anunciarles que Dios es, que existe y es el centro, origen y meta de todo, que Dios es Amor y se nos ha dado y revelado en el rostro humano de su Hijo único, Jesús, que nos quiere y se ha apasionado por todos y cada uno de los hombres, que está con todos y por todos. Necesitamos del Papa y el Papa necesita de nosotros, de nuestra oración y apoyo filial y gozoso.

Que Dios nos guarde al Papa Benedicto XVI. Es un regalo suyo a toda su Iglesia santa en nuestros días: un gran hombre de Dios, un “amigo fuerte” de Dios, un testigo singular de Dios vivo!; ya desde el primer momento, como hombre sencillo y de fe ha puesto a Dios en el centro de todo, de manera que nada se anteponga a Dios; él nos hace mirar a Dios por encima de todo y en todo, para adorarle, para darle gloria, que es donde está la grandeza y el futuro del hombre; por eso mismo, es un testigo de esperanza y defensor de la fe y de la verdad del hombre, inseparable de Dios; gran defensor y servidor de todo hombre, celoso de su grandeza, dignidad y libertad, servidor de los hombres, sobre todo de los más débiles, inocentes e indefensos. Frente a las dificultades que hoy debe afrontar la Iglesia, zarandeada tanto en el plano doctrinal como disciplinar y en la forma de vida, él apela una y otra vez a la substancia viva del Evangelio, a lo esencial de la fe y de la vida conforme al Evangelio, a la conversión y purificación esencial, porque sabe que sólo con fidelidad a las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia, transmitidas en la Tradición viva, podemos tener esa fuerza de conquista, esa luz de la inteligencia y del alma que proviene de la posesión madura y consciente de la Verdad divina. Es muy consciente de que ha llegado el momento de la verdad, y que es preciso que cada uno tenga conciencia de las propias responsabilidades frente a decisiones que deben entregar y salvaguardar, mantener y transmitir la fe, tesoro común que Cristo, -el cual esPiedra, es Roca-, ha confiado a Pedro, Vicario de la Roca, como le llamaba san Buenaventura.

No podemos olvidar, y menos ante vosotros, queridos Heraldos del Evangelio, que, como su Venerable antecesor, el Papa llama a toda la Iglesia a promover, impulsar, llevar a cabo una nueva y vigorosa evangelización que abre un horizonte de aire fresco en la Iglesia de nuestros días. No podemos olvidar aquel anuncio gozoso de la creación de un nuevo dicasterio para impulsar hoy esta apremiante y decisiva, nueva y vigorosa evangelización. Hizo este anuncio, lo recordamos bien, ante la tumba de san Pablo, que no se avergonzó ni se echó atrás en el anuncio del Evangelio, que no quiso saber otra cosa que a Cristo y Éste crucificado; que a tiempo y a destiempo proclamó el Evangelio vivo de Dios, Palabra no encadenada por ningún poder; que supo y saboreó como pocos la sabiduría de la Cruz, esperanza viva, y fué testigo, como nadie, del amor y el perdón misericordioso manifestado en Cristo Jesús del que nada ni nadie nos puede separar, y de la caridad que no pasa nunca; que tomó parte activísima en los duros trabajos del Evangelio, y que no escatimó nada, gastándose y desgastándose, hasta dejar la vida a girones -persecuciones, azotes, cárceles, naufragios,..., hasta el martirio-, por dar a conocer a Jesucristo, Mediador único entre Dios y los hombres. El Papa Benedicto XVI nos recuerda que la Iglesia es joven y se manifiesta joven con un nuevo ardor para continuar sin desmayo su gran misión, la de siempre, que lejos de estar concluida, está todavía en sus comienzos: dar a conocer a Jesucristo, entregar a Dios a los hombres. Ahí estáis vosotros, queridos Heraldos del Evangelio, ese es vuestro sitio. En el mundo de hoy, tan secularizado y tan lejano aparentemente de Dios, que vive como si El no existiese, hay, sin embargo, un hambre profunda que sólo Dios puede saciar: hambre de verdad, de libertad profunda, de amor gratuíto. Por eso es necesario, urgente y apremiante, anunciar el Evangelio en nuestro tiempo. Esto es lo que con tanta insistencia como clarividencia han estado insistiendo los últimos Papas: Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI; esto es lo que el Concilio Vaticano II, verdadera primavera y nuevo Pentecostés de la Iglesia, ha intentado; esto es lo que nos pide Dios en estos momentos, de manera muy especial a vosotros, queridos Heraldos del Evangelio, asociados profundamente a la Sede o Cátedra de Pedro, como providencialmente expresa este día de vuestro reconocimiento pontificio. ¡No temáis; no tengáis miedo; no escatiméis nada; tened confianza y la mirada puesta en Cristo. Sin retiraros nunca!. Que la Virgen María os ayude y proteja.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Santo del día

San Pascual Bailón

Publicado 2010/05/17
Autor : Catholic.net

Religioso Franciscano, Mayo 17

Hijo de humildes campesinos, Martin Bailón e Isabel Yubero, Pascual nació el 16 de mayo de 1540 en Torrehermosa, Aragón (España). El segundo de seis hermanos. Le llamaron Pascual porque nació en la vigilia de Pentecostés.

Desde los 7 hasta los 24 años trabajó como pastor de ovejas.

Tal era su amor a la Eucaristía que el dueño del rebaño decía que el mejor regalo que le podía ofrecerle al niño era permitirle asistir algún día entre semana a la Santa Misa.

Desde el campo donde pastoreaba alcanzaba a ver el campanario de la iglesia del pueblo. De vez en cuando se arrodillaba para adorar al Santísimo Sacramento desde lejos.

Un día, mientras el sacerdote consagraba, otros pastores le oyeron gritar: "¡Ahí viene!, ¡allí está!". Cayó de rodillas. Había visto a Jesús venir en aquel momento. Se le apareció el Señor en varias ocasiones en forma de viril o de estrella luminosa.

Desde niño hacía duras penitencias, como andar descalzo por caminos pedregosos. Cuando alguna oveja pasaba al potrero del vecino, pagaba a este de su escaso salario por el pasto que la oveja se había comido.

Entra con los Franciscanos.

A los 24 años ingresó en el convento de los frailes menores (franciscanos) de Alvatera. Al principio no lo aceptaron por su poca instrucción. Apenas había aprendido a leer para rezar el pequeño oficio de la Santísima Virgen María que llevaba siempre mientras pastoreaba. Sus favoritas oraciones eran a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen.

Los franciscanos le asignaron oficios humildes. Fue portero, cocinero, mandadero y barrendero.

Su tiempo libre lo dedicaba a la adoración Eucarística, de rodillas con los brazos en cruz. Por las noches pasaba horas ante el Santísimo Sacramento. Continuaba su adoración tarde en la noche y por la madrugada estaba en la capilla antes que los demás.

Hablaba poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, lo inspiraba el Espíritu Santo. Siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba a Misa o cuando podía estarse un rato orando ante el Sagrario del altar. Al llegar a un pueblo iba primero a la iglesia y allí se quedaba por un buen tiempo de rodillas adorando a Jesús Sacramentado.

En una ocasión, un hermano religioso se asomó por la ventana y vio a Pascual danzando ante una imagen de la Sma. Virgen y le decía diciéndole: "Señora: no puedo ofrecerte grandes cualidades, porque no las tengo, pero te ofrezco mi danza campesina en tu honor". El religioso pudo ver que el santo rebosaba de alegría.

Pascual compuso bellas oraciones al Santísimo Sacramento. El Arzobispo San Luis de Rivera, al leerlas exclamó admirado: "Estas almas sencillas sí que se ganan los mejores puestos en el cielo. Nuestras sabidurías humanas valen poco si se comparan con la sabiduría divina que Dios concede a los humildes".

Le enviaron a París a entregar una carta al general de la orden. En camino defendió la Eucaristía frente a las herejías de un predicador calvinista, por lo que casi lo mata una turba Hugonotes. El se alegró por haber tenido el honor de sufrir por su fidelidad al Señor y no se quejó.

Aunque Pascual apenas sabía leer y escribir, era capaz de expresarse con gran elocuencia sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía. Tenía el don de ciencia infusa. Sus maestros se quedaban asombrados de la precisión con que respondía a las mas difíciles preguntas de teología.

Le dedicaron este verso: De ciencia infusa dotado,

"siendo lego sois Doctor,
Profeta y Predicador,
Teólogo consumado... "

Se destacó por su humildad y amor a los pobres y afligidos. Era famoso por sus milagros y su don para llevar las almas a Cristo. Martín Crespo relató como el santo le había librado de su determinación de vengarse de los asesinos de su padre. Habiendo escuchado el viernes santo el sermón sobre la pasión, sus amigos le exhortaban a perdonar. El se mantenía inmovible. Entonces Pascual lo tomó del brazo, lo llevó a un lado y le dijo: "Mi hijo, ¿No acabas de ver la representación de la pasión de Nuestro Señor?". "Entonces -escribe Martín- con una mirada que penetró mi alma me dijo: "Por el amor de Jesús Crucificado, mi hijo, perdónalos".
"Si, Padre", contesté, bajando mi cabeza y llorando. "Por el amor de Dios yo los perdono con todo mi corazón" Ya no me sentí la misma persona"

Cuando estaba moribundo oyó una campana y preguntó: "¿De qué se trata?". "Están en la elevación en la Santa Misa". "¡Ah que hermoso momento!", y quedó muerto en aquel preciso momento. Era el 15 de Mayo de 1592, el Domingo de Pentecostés. Villareal, España.

Durante su misa tenían el ataúd descubierto y en el momento de la doble elevación, los presentes vieron que abrió y cerró por dos veces sus ojos. Su cuerpo aun después de muerto, manifestó su amor a la Eucaristía. Eran tantos los que querían despedirse de el que lo tuvieron expuesto por tres días.

Hizo muchos milagros después de su muerte.

Beatificado el 29 de Octubre de 1618 por el Papa Pablo V
Canonizado el 16 de Octubre de 1690 por el Papa Alejandro VIII

Declarado Patrono de los Congresos Eucarísticos y Asociaciones Eucarísticas por León XIII, es también patrono de los cocineros y del municipio de Obando (Filipinas).

ORACIÓN

Querido San Pascual:
consíguenos del buen Dios
un inmenso amor por la Sagrada Eucaristía,
un fervor muy grande
en nuestras frecuentes visitas al Santísimo
y una grande estimación por la Santa Misa.
Amén

jueves, 11 de febrero de 2010

El Hermano llavero - cuentos para niños

En las frías noches de invierno, junto al agradable fuego de las hogueras, aún hoy, en rincones de la Vieja Europa, los abuelos cuentan a sus nietos esta legendaria historia...
Hace mucho tiempo vivía en una simpática aldea un niño llamado Lucas. Soñaba todos los días con vivir como un monje en el antiguo e imponente monasterio que se erguía en lo alto de la colina, fuera de los muros de la ciudad.
Los años pasaron hasta que, un día, Lucas, vio realizarse su sueño. Fue recibido como novicio. Profundamente devoto de Nuestro Señor Jesucristo, mostró gran piedad en su vida religiosa.
Con mucha frecuencia lo veían de rodillas en la capilla, en fervorosa oración, ofreciendo a Dios con alegría, por intermedio de la Santísima Virgen, su radiante juventud. El abad y todos los monjes del monasterio tenían por él una gran admiración, tales eran su bondad y diligencia, y lo nombraron para el cargo de “hermano llavero”, función que él pasó a desempeñar con gran celo. Todas las noches era el último en acostarse: no podía dormir sin antes cerrar todas las puertas; y por la mañana, era el primero en levantarse: tenía que dejar todo listo para cuando el abad y sus hermanos de hábito despertasen para un día más de oración y trabajo.
Un día, estando Lucas en meditación en el claustro junto al muro del monasterio, oyó a alguien, llamarlo
desde afuera:

— ¡Lucas! ¡Lucas!
Sorprendido, se aproximó a donde escuchara la voz, y viendo una figura oscura, preguntó:

— ¿Quién es Ud.?

— ¿Lucas, no me reconoces? Soy Walfrido, tu amigo. ¿No te acuerdas de mí?

Lucas reconoció en aquel hombre a un antiguo colega que había estudiado con él en la escuela de la aldea, cuando aún eran niños. Entre los dos se entabló una conversación, en la que recordaron aventuras pasadas, y Walfrido intentó convencerlo de abandonar la santa vida que llevaba, huyendo del
monasterio. Al principio Lucas resistió con firmeza, argumentando contra esa idea. Pero lentamente fue sintiendo añoranzas de las “libertades” de otrora y fue cediendo a los embates de aquella fuerte tentación. Después de un largo diálogo, acabó oyendo la voz del mal consejero y, aquella misma noche, en cuanto todos en el monasterio dormían, cogió sus pocas ropas y se preparó para huir. Entretanto, antes de realizar la terrible apostasía, se arrodilló delante de una bella imagen de Nuestro Señor, que ocupaba un lugar de honra junto a la puerta principal del monasterio y le dijo:

— "Soberano Señor, yo que te serví honestamente hasta hoy, día en que no puedo contener esta fuerza que me arrastra lejos de ti, te encomiendo las llaves de este monasterio". Y depositándolas sobre las manos de la imagen del Divino Redentor, partió.
Transcurrió poco tiempo y, no sólo Walfrido, sino también otros falsos amigos que Lucas re-encontró, lo abandonaron por completo. Su espíritu cayó en gran confusión, y le faltaba el coraje para volver al convento. ¡Se convirtió en un errante, llevando una vida impía y vergonzosa durante quince años! Él,
que cuando era buen monje, hacía vigilias nocturnas delante del Santísimo Sacramento, ahora pasaba las noches en malos lugares, esclavo de sus vicios. Torturado por los remordimientos, y conservando
aún una vaga esperanza de perdón, pasó un día cerca del monasterio en el que había vivido y sintió el deseo de preguntar a algún monje por el “hermano llavero” que había huido, pues quería saber que era lo que se comentaba a su respecto. Con el fin de no ser reconocido, se cubrió con su manto de modo que no le viesen todo el rostro. Dirigiose al portero de su antigua casa religiosa y preguntó:

— Decidme, hermano, ¿qué me cuentas de Lucas, el monje llavero?

— Va muy bien — respondió el viejo monje — tan santo y devoto como siempre, desempeñando maravillosamente su oficio de hermano llavero. Todos los religiosos lo queremos mucho. Ya cumple veintiséis años en el convento, demostrando siempre gran piedad. Seguramente quieres hablar con él. Espera aquí que voy a llamarlo.
Lucas quedó estupefacto. No podía comprender lo que acababa de oír. Permaneció inmóvil, esperando el momento del encuentro con el tal hermano llavero cuando vio, a lo lejos, viniendo en su dirección, un monje trayendo aquellas mismas llaves que hace quince años él, Lucas, había dejado en la imagen del Salvador. No podía creer lo que sus ojos veían: el monje tenía la fisonomía del propio Cristo, el cual, aproximándose, le dijo:

— Lucas, hijo mío, durante quince años, con tu fisonomía, Yo desempeño el oficio de monje llavero y, por tanto, los demás monjes al mirarme, piensan que eres tú. Vuelve y continúa sirviéndome como si nunca hubieses huido, pues no conocen nada de tus errores, y creen que continúas con tu función. Haced penitencia para alcanzar el perdón de tus numerosas faltas y no vuelvas a pecar.

Habiendo dicho esto, lanzó una última mirada de misericordia a aquel hijo pródigo y desapareció.

Lucas, profundamente arrepentido y maravillado por ese grandioso milagro, cogió las llaves, vistió nuevamente su hábito religioso y retomó el oficio de hermano llavero, que ejerció hasta el día de su santa muerte.

Comentario del evangelio

Una constante del evangelio de Marcos es la victoria de Jesús sobre los “espíritus impuros”, que frecuentemente tienen al hombre atenazado y privado de libertad. Nos es difícil conectar con la mentalidad de aquella época, según la cual la mayor parte de las enfermedades eran interpretadas como fruto de un influjo diabólico, a veces verdadera posesión. Hoy tenemos otros conocimientos médicos, y también una “sana secularidad”, enseñada incluso por el Vaticano II, y no debemos buscarnos causas sobrenaturales o extraterrestres cuando cabe explicación natural o una normal “etiología” de la “patología” en cuestión, que dice la jerga especializada. La fe en la Palabra de Dios no nos pide que renunciemos a los logros científicos; más bien nos estimula a seguir avanzando; “al entrar en la iglesia hay que quitarse el sombrero, pero no la cabeza”, decía Chesterton. En realidad, lo mismo da que el origen de la enfermedad sea controlable o no; lo que el evangelio inculca es que Jesús, la insuperable presencia de Dios en nuestro mundo, no se resigna ante el sufrimiento humano, sino que lo combate y elimina. Jesús pasó por el mundo sembrando esperanza, y enseñando a los suyos a que la contagiasen. El mundo nuevo, eso que él llama “el Reino de Dios”, se hacia ya palpable en su acción sanadora. Él no puso fin absoluto al sufrimiento humano, que sigue siendo nuestro molesto compañero de camino; pero dejó la historia definitivamente orientada hacia un glorioso “punto omega”, que supera “lo que el ojo vio, el oído oyó, o subió a la imaginación humana (1Cor 2,9). San Pablo dice que la creación, “sometida a la vanidad”, espera ansiosa la glorificación del hombre para participar también ella de esa misma gloria (Rm 8,21). Y las últimas páginas del Nuevo Testamento muestra anticipadamente “un cielo nuevo y una nueva tierra”, que se identifican, y en ellos “Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos y ya no habrá muerte” (Apc 21,1-4). No son los “autobuses teológicos”, descreídos o creyentes, la palabra más autorizada para librarnos de ansiedades e invitarnos a gozar de la vida. La palabra y la acción de Jesús tienen una fuerza persuasiva insuperable. Jesús fue muy abierto hacia las personas de otra raza, de otra religión y de otras costumbres. Los cristianos, hoy, ¿tenemos esta misma abertura? ¿Yo soy abierto? Definición de la Buena Nueva: “¡Jesús hace todas las cosas bien!” ¿Soy Buena Nueva para los otros?

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)

martes, 9 de febrero de 2010

Comentario del evangelio

En el tiempo de Jesús, tocar un leproso, comer con un publicano, comer sin lavarse las manos, y tantas otras actividades, etc.: todo esto volvía impura a la persona, y cualquier contacto con esta persona contaminaba a los demás. Por esto, las personas “impuras” debían ser evitadas. La gente vivía con miedo, amenazada siempre por tantas cosas impuras que amenazaban su vida. Estaba obligada a vivir desconfiando de todo y de todos. Ahora, de repente, ¡todo cambia! A través de la fe en Jesús, era posible conseguir la pureza y sentirse bien ante Dios, sin que fuera necesario observar todas aquellas leyes y normas de la “Tradición de los Antiguos”. ¡Fue una liberación! ¡La Buena Nueva anunciada por Jesús sacó a la gente de la defensiva, del miedo, y le devolvió las ganas de vivir, la alegría de ser hijo y hija de Dios, sin miedo a ser feliz! En tu vida, ¿hay costumbres que consideras sagradas y otras que consideras no sagradas? ¿Cuáles? ¿Por qué? En nombre de la Tradición de los Antiguos, los fariseos olvidaban el Mandamiento de Dios. Esto ¿acontece hoy? ¿Dónde y cuándo? ¿También en mi vida?

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)

Comentario del evangelio

En el tiempo de Jesús, tocar un leproso, comer con un publicano, comer sin lavarse las manos, y tantas otras actividades, etc.: todo esto volvía impura a la persona, y cualquier contacto con esta persona contaminaba a los demás. Por esto, las personas “impuras” debían ser evitadas. La gente vivía con miedo, amenazada siempre por tantas cosas impuras que amenazaban su vida. Estaba obligada a vivir desconfiando de todo y de todos. Ahora, de repente, ¡todo cambia! A través de la fe en Jesús, era posible conseguir la pureza y sentirse bien ante Dios, sin que fuera necesario observar todas aquellas leyes y normas de la “Tradición de los Antiguos”. ¡Fue una liberación! ¡La Buena Nueva anunciada por Jesús sacó a la gente de la defensiva, del miedo, y le devolvió las ganas de vivir, la alegría de ser hijo y hija de Dios, sin miedo a ser feliz! En tu vida, ¿hay costumbres que consideras sagradas y otras que consideras no sagradas? ¿Cuáles? ¿Por qué? En nombre de la Tradición de los Antiguos, los fariseos olvidaban el Mandamiento de Dios. Esto ¿acontece hoy? ¿Dónde y cuándo? ¿También en mi vida?

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)

jueves, 4 de febrero de 2010

Comentario del Evangelio de hoy

El evangelio de hoy describe como Juan Bautista fue víctima de la corrupción y de la prepotencia del Gobierno de Herodes. Le mataron sin proceso, durante un banquete de Herodes con los grandes del reino. El texto trae mucha información sobre el tiempo en que Jesús vivía y sobre como los poderosos de la época ejercían el poder. Desde el comienzo del evangelio de Marcos todo queda como en un suspense. El había dicho: “Después que tomaron preso a Juan, Jesús fue a la provincia de Galilea y empezó a proclamar la Buena Nueva de Dios” (Mc 1,14). En el evangelio de hoy, casi de repente, nos enteramos de que Herodes había matado a Juan Bautista. Así, en la cabeza del lector surge la pregunta: “¿Y qué hará con Jesús? ¿Tendrá el mismo destino?” Además, al hacer un balance de las opiniones de la gente y de Herodes sobre Jesús, Marcos plantea otra pregunta: “¿Quién es Jesús?” Esta última pregunta va creciendo a lo largo del evangelio hasta recibir la respuesta definitiva por boca del centurión a los pies de la Cruz: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!" ¡Aniversario y banquete de fiesta, con danzas y orgías! Era el ambiente en que se fraguaban las alianzas. La fiesta contaba con la presencia “de los grandes de la corte, de los oficiales y de las personas importantes de Galilea”. Y éste es el ambiente en el que se trama el asesinato de Juan Bautista. Juan, el profeta, era una denuncia viva de este sistema corrompido. Por esto, fue eliminado bajo el pretexto de un problema de venganza personal. Todo esto revela la flaqueza moral de Herodes. Tanto poder acumulado en la mano de un hombre ¡sin control sobre si mismo! En el entusiasmo de la fiesta y del vino, Herodes hizo un juramento liviano a una joven bailarina. Supersticioso como era, pensaba que debía mantener este juramento. Para Herodes, la vida de los súbditos no valía nada. Disponía de ellos como disponía de la posición de las sillas en su sala. Marcos cuenta el hecho tal cual y deja a las comunidades la tarea de sacar conclusiones. ¿Conoces casos de personas que han muerto víctimas de la corrupción y del dominio de los poderosos? Y en nuestra comunidad e iglesia, ¿hay víctimas de autoritarismo?

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)