En las frías noches de invierno, junto al agradable fuego de las hogueras, aún hoy, en rincones de la Vieja Europa, los abuelos cuentan a sus nietos esta legendaria historia...
Hace mucho tiempo vivía en una simpática aldea un niño llamado Lucas. Soñaba todos los días con vivir como un monje en el antiguo e imponente monasterio que se erguía en lo alto de la colina, fuera de los muros de la ciudad.
Los años pasaron hasta que, un día, Lucas, vio realizarse su sueño. Fue recibido como novicio. Profundamente devoto de Nuestro Señor Jesucristo, mostró gran piedad en su vida religiosa.
Con mucha frecuencia lo veían de rodillas en la capilla, en fervorosa oración, ofreciendo a Dios con alegría, por intermedio de la Santísima Virgen, su radiante juventud. El abad y todos los monjes del monasterio tenían por él una gran admiración, tales eran su bondad y diligencia, y lo nombraron para el cargo de “hermano llavero”, función que él pasó a desempeñar con gran celo. Todas las noches era el último en acostarse: no podía dormir sin antes cerrar todas las puertas; y por la mañana, era el primero en levantarse: tenía que dejar todo listo para cuando el abad y sus hermanos de hábito despertasen para un día más de oración y trabajo.
Un día, estando Lucas en meditación en el claustro junto al muro del monasterio, oyó a alguien, llamarlo
desde afuera:
— ¡Lucas! ¡Lucas!
Sorprendido, se aproximó a donde escuchara la voz, y viendo una figura oscura, preguntó:
— ¿Quién es Ud.?
— ¿Lucas, no me reconoces? Soy Walfrido, tu amigo. ¿No te acuerdas de mí?
Lucas reconoció en aquel hombre a un antiguo colega que había estudiado con él en la escuela de la aldea, cuando aún eran niños. Entre los dos se entabló una conversación, en la que recordaron aventuras pasadas, y Walfrido intentó convencerlo de abandonar la santa vida que llevaba, huyendo del
monasterio. Al principio Lucas resistió con firmeza, argumentando contra esa idea. Pero lentamente fue sintiendo añoranzas de las “libertades” de otrora y fue cediendo a los embates de aquella fuerte tentación. Después de un largo diálogo, acabó oyendo la voz del mal consejero y, aquella misma noche, en cuanto todos en el monasterio dormían, cogió sus pocas ropas y se preparó para huir. Entretanto, antes de realizar la terrible apostasía, se arrodilló delante de una bella imagen de Nuestro Señor, que ocupaba un lugar de honra junto a la puerta principal del monasterio y le dijo:
— "Soberano Señor, yo que te serví honestamente hasta hoy, día en que no puedo contener esta fuerza que me arrastra lejos de ti, te encomiendo las llaves de este monasterio". Y depositándolas sobre las manos de la imagen del Divino Redentor, partió.
Transcurrió poco tiempo y, no sólo Walfrido, sino también otros falsos amigos que Lucas re-encontró, lo abandonaron por completo. Su espíritu cayó en gran confusión, y le faltaba el coraje para volver al convento. ¡Se convirtió en un errante, llevando una vida impía y vergonzosa durante quince años! Él,
que cuando era buen monje, hacía vigilias nocturnas delante del Santísimo Sacramento, ahora pasaba las noches en malos lugares, esclavo de sus vicios. Torturado por los remordimientos, y conservando
aún una vaga esperanza de perdón, pasó un día cerca del monasterio en el que había vivido y sintió el deseo de preguntar a algún monje por el “hermano llavero” que había huido, pues quería saber que era lo que se comentaba a su respecto. Con el fin de no ser reconocido, se cubrió con su manto de modo que no le viesen todo el rostro. Dirigiose al portero de su antigua casa religiosa y preguntó:
— Decidme, hermano, ¿qué me cuentas de Lucas, el monje llavero?
— Va muy bien — respondió el viejo monje — tan santo y devoto como siempre, desempeñando maravillosamente su oficio de hermano llavero. Todos los religiosos lo queremos mucho. Ya cumple veintiséis años en el convento, demostrando siempre gran piedad. Seguramente quieres hablar con él. Espera aquí que voy a llamarlo.
Lucas quedó estupefacto. No podía comprender lo que acababa de oír. Permaneció inmóvil, esperando el momento del encuentro con el tal hermano llavero cuando vio, a lo lejos, viniendo en su dirección, un monje trayendo aquellas mismas llaves que hace quince años él, Lucas, había dejado en la imagen del Salvador. No podía creer lo que sus ojos veían: el monje tenía la fisonomía del propio Cristo, el cual, aproximándose, le dijo:
— Lucas, hijo mío, durante quince años, con tu fisonomía, Yo desempeño el oficio de monje llavero y, por tanto, los demás monjes al mirarme, piensan que eres tú. Vuelve y continúa sirviéndome como si nunca hubieses huido, pues no conocen nada de tus errores, y creen que continúas con tu función. Haced penitencia para alcanzar el perdón de tus numerosas faltas y no vuelvas a pecar.
Habiendo dicho esto, lanzó una última mirada de misericordia a aquel hijo pródigo y desapareció.
Lucas, profundamente arrepentido y maravillado por ese grandioso milagro, cogió las llaves, vistió nuevamente su hábito religioso y retomó el oficio de hermano llavero, que ejerció hasta el día de su santa muerte.
jueves, 11 de febrero de 2010
El Hermano llavero - cuentos para niños
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