martes, 12 de enero de 2010

Un diálogo de una madre con su niño: Un ejercicio que todos deberíamos hacer

Publicado 2010/05/12
Autor: Gaudium Press
Sección: Opinión


Bogotá (12-05-2010, Gaudium Press) A Dios invisible se va por lo visible, nos dice San Pablo. La perfección de Dios se manifiesta en sus criaturas, y no son ellas otra cosa sino una participación de su Ser divino. Esa es la principal función de las criaturas con relación al hombre, la de servir de escaños para llegar a Dios.

Llegar a Dios es, por lo demás, el deseo más profundo del hombre, aunque muchos no lo sepan o no lo quieran reconocer. Todo hombre desea la felicidad absoluta que solo Dios le puede dar. Si queremos elaborar una perfecta descripción de lo que desea en profundidad el ser Humano, no deberíamos tanto investigar en el propio ser humano, cuanto profundizar en lo que es Dios, pues es Dios lo verdadera y fundamentalmente apetecible por el hombre.
El hombre solo apetece a las criaturas en lo que ellas tienen de reflejo del Ser divino, con el peligro siempre latente de que se "estanque" en ellas, y no cumpla su finalidad.

Es el peligro del "estancamiento" en lo creado el que ha movido a moralistas y espiritualistas católicos de todas las épocas a predicar contra "el apego a las criaturas", a prevenir sobre el "peligro de lo material", etc. Entretanto, ello no puede ser entendido de ninguna manera -según la filosofía cristiana- como un rechazo a la creación. Por el contrario, la Iglesia luchó no pequeñas batallas a lo largo de la historia contra doctrinas filosóficas o religiosas que afirmaban que lo "corporal" era fuente de mal u originado por el mal.

Los atributos divinos y el rostro humano de Cristo

Decíamos que el hombre desea inexorablemente a Dios. ¿Y qué es Dios? Dios es el Ser por esencia. Dios es El que Es. Sus atributos entitativos -definidos por la filosofía cristiana- son la simplicidad, la perfección, la bondad, la infinitud, la inmensidad, la inmutabilidad, la eternidad, la unidad. (Recomendamos, para un estudio de estos temas, como todos los básicos relacionados con la doctrina de Santo Tomás, el didáctico libro de Jesús García López de Editorial Eunsa, ‘Metafísica Tomista').

Entretanto, ¿qué es la infinitud? ¿qué es la simplicidad? ¿qué es la inmutabilidad? Para la gran mayoría de los hombres -no filósofos de profesión- estos conceptos mucho podrán insinuar pero poco dicen, son nociones demasiado abstractas, que definiendo de forma exclusiva a Dios pueden terminar "alejando" a la Divinidad de la vida cotidiana de los hombres.

En una línea no abstracta, una -entre muchísimas otras- de las razones de la encarnación del Verbo es que Dios quiso tener un rostro humano cercano a los hombres a los que quiere salvar. Dios en Jesucristo quiso verdaderamente tonarse carne, quiso ser sensible, quiso ser visible, audible, "tactible", "olfatible", quiso acercarse lo más posible a nuestra naturaleza, que es espiritual pero también -y cuán básicamente- sensible, tornándose así el Redentor verdadero ‘puente' hacia Dios Padre. Y verdaderamente, para quienes no tuvimos la fortuna infinita de contemplar el divino rostro de Cristo en Palestina hace dos milenios, al escuchar pasajes del Evangelio una de las grandes alegrías es imaginar el rostro de Cristo, la voz de Cristo, el caminar de Cristo, a Cristo predicando, a Cristo increpando, a Cristo perdonando, a Cristo comiendo, a Cristo conversando, etc.

Entretanto, este ‘puente a la divinidad' que transitamos con la figura sublime de Jesús que nos regalan los Evangelios podemos recorrerlo con toda criatura, particularmente con las más perfectas, con aquellas que reflejan más el Ser divino.

Un niño con su madre

Inmensidad. "¿Qué es la inmensidad?", podría preguntar un chico a su madre. Ella, de forma didáctica podría llevarlo al mar y decirle: "Mira hijo, la inmensidad es como el mar, es más que el mar, pero es grande como el mar aunque más grande que el mar... Pero sabes, Dios no es solo inmenso, Él también es infinito". - "Y ¿qué es lo infinito?" En una noche estrellada en el campo, con cielos despejados, la tierna madre puede seguir ejerciendo su ministerio: "Mira hijo cuantas estrellas hay en el cielo. Unas brillan más, otras menos. Hay unas más amarillas, otras blancas. Pero mira cuantas son. Intenta contar las que hay allá en ese lado del horizonte... Imposible ¿cierto? Son demasiadas... Pues algo así es la infinitud, algo tan numeroso que es imposible de contar, es imposible de limitar. Pero sabes, Dios también es la perfección total..."

"¿Y qué es la perfección?", preguntará una vez más el niño, pues es de esos chicos -comunes por demás- que todo pregunta, que todo quiere saber, pues tiene una viva sed de... íbamos a decir una viva sed de saber, pero en el fondo es una viva sed de Dios. "Mira, perfección hay -dice la madre- en todo lo que ha alcanzado la ‘plenitud', lo que ha conquistado una ‘cima'. Por ejemplo piensa en lo ‘blanco'. Este lindo mantel blanco, ¿te gusta? - Sí-. Pero te gusta más el blanco de la nieve que ha caído durante la noche -le dice señalando la ventana. Sí me gusta más -responde el niño. ¿Y cuál te parece más lindo? ¿El blanco de la nieve, o el blanco de esta piel de armiño?". Mientras el niño titubea, la madre se apresura a decir: "Pues imagina un blanco más lindo que cualquier blanco que hayas visto, más blanco que el blanco de la nieve más linda, un blanco insuperable, ese sería un blanco perfecto, eso es la perfección. Ese blanco lindísimo, sublime, ese blanco perfectísimo es el blanco de Dios, porque Dios es perfección". Y así por delante.

La práctica de ese ejercicio no se restringe solo a los infantes, sino que en palabras de San Pablo, debe ser la labor de todo hombre en agradecimiento a Dios por todo lo dado, y para no despreciar ese camino sublime por él señalado, de ir a su encuentro a través de las cosas creadas. Es un ejercicio que puede ser realizado en la actividad de todos los días. Es un ejercicio que puede llenar al hombre de profundas alegrías espirituales, es una tarea que da fuerza para enfrentar las dificultades, pues es un encuentro permanente con el Creador, fuente de fortaleza y felicidad.

La clave para que ese ejercicio no se convierta en perjuicio para el hombre es que en él se busque a Dios y no se detenga en el deleite sensible que él produce. El deleite vendrá -y bien recibido será pues también es de origen divino-, pero él no puede ser el muro que nos obstaculice el verdadero fin, que no es el placer, ni siquiera el espiritual, sino el propio Dios. En la contemplación de las maravillas del universo debemos buscar es a Dios. Si así lo hacemos, el universo nos revelará las sublimidades de sus "secretos".

Este ejercicio no se restringe tampoco al universo como él nos fue dado, sino que puede ampliarse a como lo podemos imaginar en la línea de la perfección: "No todas las perfecciones de las criaturas se encuentran de la misma manera en Dios. (...) Hay perfecciones que se encuentran en Dios ‘formalmente', a saber, las perfecciones puras, pero otras solo se encuentran en Él ‘virtualmente', o sea, las perfecciones mixtas o mezcladas de suyo con alguna imperfección, Y además todas las perfecciones se encuentran en Dios en el grado más elevado posible, y sin ninguna de las imperfecciones o limitaciones con las que se encuentran en las criaturas", nos dice muy claramente -replicando al Doctor Angélico- Jesús García López en "Metafísica tomista". El universo es mezcla de perfección e imperfección, pero ello no impide que usemos nuestra imaginación -guiada por la razón y por la fe- para crear en nuestros espíritus criaturas más perfectas que las existentes, y por ello más cercanas a la perfección divina, más próximas de Dios. Por ejemplo una nieve más perfecta, una piel de armiño más linda.

Imaginando para llenarse de esperanza

Contemplar la perfección de Dios en el universo creado; imaginar -con base en las perfecciones existentes y con la ayuda de la gracia- perfecciones inexistentes más perfectas, universos perfectísimos, universos ‘celestiales', universos ‘divinizados', ese es un ejercicio que llena toda una vida y que prepara al hombre para una recta acción, para ir transformando este mundo en algo cada vez más parecido con el cielo. Y que ya le va anticipando en algo la felicidad del encuentro con Dios en la eternidad.

Cuanto desesperanzado de estos días de desesperanza encontraría en esta vía espiritual -vía proclamada y profundizada por el pensador católico Plinio Côrrea de Oliveira- la fuerza para vivir y el sentido de la existencia.

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