En la noche del 3 de agosto, el libro "Don Jacinto Vera, el misionero santo" de la autora Laura Álvarez Goyoaga, fue presentado en el Museo Zorrilla, un lugar significativo en virtud de la veneración y el cariño que profesó el antiguo dueño de casa, Don Juan Zorrilla de San Martín, al primer Obispo del Uruguay.
En una sala colmada por Obispos, sacerdotes, familiares de Mons. Vera, personalidades del ámbito político como el ex Presidente de la República, Dr. Luis Alberto Lacalle y el Ministro de Deportes, Héctor Lescano, integrantes de la Comisión del Museo Zorrilla y operadores culturales importantes, como Isabel Fazzio y Alberto Márquez, el escritor Tomás de Mattos inició la presentación con una declaración que marcó el tono de sus palabras "voy a hablar como católico". Entre
los muchos aspectos que evocó, se detuvo particularmente en la modestia y sencillez de Don Jacinto, recordando sus guantes de ceremonial, que pueden verse en el museo de la Catedral Metropolitana,zurcidos, remendados más de una vez. El escritor recomendó enfáticamente esta publicación alegando que está bien escrito, es
entretenido, y maneja información importante e interesante. Confesó que había consultado a un historiador de su confianza con respecto a su contenido, y éste había refrendado la veracidad histórica de los hechos consignados.
Por su parte, la profesora María Emilia Pérez Santarcieri evocó el entorno histórico que rodeó a Jacinto Vera, marcando la necesidad de una lectura de la historia que no distorsione los hechos, ocultándolos, negándolos o tergiversando su sentido. Un principio necesario para entender la figura de Vera.
Sobre ese terreno, Mons. Alberto Sanguinetti (Obispo de Canelones), redactor del documento que fue fuente e inspiración de la obra de Laura Álvarez Goyoaga, ayudó a visualizar la grandeza de una figura que la historiografía nacional no destaca adecuadamente. . En el estilo serio, profundo, reflexivo, contundente, que lo caracteriza describió las diferentes facetas de Jacinto presentadas en la novela:
el hombre, el sacerdote, el santo.
Jacinto Vera fue el único hombre de su tiempo que recorrió varias veces todo el país, en forma detenida, superando el intento del presidente Giró. Conocido en todo el Uruguay, querido por su grey, respetado y valorado por sus adversarios, recibe a su muerte una impresionante muestra de ese afecto y respeto. Con visible emoción,
Mons. Sanguinetti evocó el traslado de sus restos desde Pan de Azúcar hasta Montevideo. La noticia de su paso circuló de boca en boca, de modo que las multitudes se congregaron a su paso para darle el último adiós.
Finalmente, la autora cerró las exposiciones con una lista de delicados agradecimientos, tras lo cual un trío vocal integrado por Alice Méndez, Ana María Baraibar y Leonardo Fiorelli declamó y cantó las inolvidables palabras de Zorrilla, musicalizadas por Martín García:
¡Padre! ¡Maestro! ¡Amigo! ¡providencia!... ¿dónde estás?
dínoslo una vez siquiera, para que sintamos un momento más el contacto de tu vida, para que podamos decir a nuestros hijos, a las generaciones a quienes trasmitiremos tu memoria querida, cual fue la última vez que escuchamos tu voz, esa voz, fuente inexhausta de consuelo y de amor.
No, no recuerdo una sola imperfección en aquel hombre.
Señores, hermanos, pueblo uruguayo: ¡el santo ha muerto! Su espíritu invisible vaga en torno nuestro y recoge nuestras lágrimas: las lágrimas de su pueblo, a quien amó hasta el sacrificio con infinita ternura.
Era sacerdote de Dios, era apóstol, era patriota, y ha caído como él lo presentía, como él lo anhelaba ardientemente: abrazado a su cruz; mártir de su deber sublime.
Él tenía derecho, él tiene derecho a arrastranos como nos arrastró en el dolor de su muerte, porque siempre nos envolvió en las bendiciones de la vida.
El panegírico de sus virtudes lo ha meditado mi llanto; perdonadme la insuficiencia de mi palabra, porque ella sólo encarna el pensamiento de las lágrimas.
El santo ha muerto
Su sombra es todo pureza, todo luz
Nació predestinado a hacer la felicidad del pueblo uruguayo y ha cumplido la voluntad de Dios.
Fue la fuente de la verdad, el consuelo del afligido: fue el árbitro de la paz; fue el ejemplo de la virtud.
Su sonrisa afable y serena ahuyentaba los rencores: él conciliaba a las familias y desarmaba a los enemigos con la misma suave ternura que usaba para bendecir a los niños: su presencia consolaba, su voz alentaba y su plegaria redimía.
Sólo será eterna la memoria del justo.
En base a información aportada por la autora del libro, Laura y la crónica publicada por Mons. Heriberto Bodeant en su blog http://dar-y-comunicar.blogspot.com/
jueves, 6 de mayo de 2010
Se presentó el libro "Don Jacinto Vera, el misionero santo"
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