miércoles, 19 de mayo de 2010

El Bautismo y sus efectos


Autor : José Afonso Sulzbach de Aguiar

Un sencillo gesto, una materia común y sólo algunas palabras fáciles de memorizar producen, en unión con la Iglesia, los más maravillosos efectos a nivel sobrenatural.

Hacía ya cerca de cuatro siglos que no se oía la voz de ningún profeta en Israel y de repente, en el décimo quinto año del reinado de Tiberio César, aproximándose los días anunciados por Daniel sobre la venida del Mesías, un súbito alboroto recorre Jerusalén y toda la Judea. En los márgenes del Jordán —el legendario río, marco de deslumbrantes milagros y grandiosas escenas— aparecía un varón penitente, un enviado de Dios en el espíritu de Elías. Su nombre: Juan el Bautista.

Predicación de Juan y Bautismo de Jesús

Modelo de anacoreta hasta el momento de cumplir su misión, el hijo de Zacarías e Isabel abandonó su larga, austera y mística soledad en la que vivía y bajó al valle del Jordán a donde convergían viajeros de todas partes, para pronunciar palabras de un religioso temor: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3, 2).

Multitudes de israelitas confluían para oírle y recibir su bautismo, símbolo de la purificación del corazón necesaria para merecer la vida eterna. El bautismo de Juan —que era de preparación, de penitencia, pero no un sacramento— producía un encendido fervor espiritual como nunca antes visto en Israel. “La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados”
(Mt 3, 5-6).

Y el heraldo del Altísimo se presentaba siempre como mero precursor, diciendo sin cesar: “Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero Aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3, 11).

Seis meses llevaba el santo Precursor preparando a los hijos de Israel para el encuentro con el Mesías cuando fue Jesús al Jordán “para ser bautizado por él” (Mt 3, 13) . En el momento en que Juan notó la presencia del Inocente en medio de la muchedumbre, se inclinó ante Él y le dijo: “Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti y ¡eres Tú el que viene a mi encuentro!” (Mt 3, 14). Jesús le respondió: “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo”. Y Juan, obedeciéndole, lo bautizó. (cf. Mt 3, 13-15). 1

Cuando Jesús salió del agua, el Cielo se abrió y el Espíritu Santo se posó sobre Él en forma de paloma. “Y una voz desde el Cielo dijo: Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección” (Mc 1, 11). Grandiosa manifestación divina con la cual el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, unidos en la obra de la Redención proclamaban la institución del sacramento más necesario para nuestra salvación. 2

¿Qué son los sacramentos?

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