viernes, 21 de mayo de 2010

Y renovarás la faz de la Tierra...


Publicado 2010/05/19
Autor: Gaudium Press
Sección: Espiritualidad

Redacción (Miércoles, 19-05-2010, Gaudium Press)

Si la confesión de un solo bautismo y la creencia en la Trinidad reúnen a los cristianos, no faltan aquellos para los cuales el Espíritu Santo podría llamarse el "Dios desconocido". Semejantes a los discípulos de Efeso que, interrogados por Pablo, respondieron: "Ni siquiera oímos decir que hay un Espíritu Santo" (At 19, 2), muchos son hoy los que, sin llegar a este extremo, desconocen las características y los poderes del Paráclito y se olvidan de invocarlo.

Si de la acción del Espíritu Santo en Pentecostés nacieron tantas bellezas de la cultura y la civilización y, sobretodo, tantos milagros de la gracia, ¿Qué no acontecería si hubiese un nuevo soplo del Paráclito sobre la faz de la Tierra?

Incansable, ardiendo de celo por la gloria de Dios, el Apóstol Pablo recorría las ciudades de Grecia, predicando a todos el Evangelio de Cristo. A veces, la hostilidad de muchos se oponía a su apostolado y atentaba contra su vida. Grande era, entretanto, el consuelo que le proporcionaban las numerosas conversiones.

Llegando a Atenas -ciudad rica y orgullosa, centro de la filosofía y del intelectualismo- el corazón del Apóstol de las Gentes se llenó de amargura, en vista de tanta idolatría (cf. Hch 17, 16). Entre los múltiples lugares de culto, donde eran ofrecidos sacrificios a las divinidades más absurdas, se deparó él con un altar en el cual figuraba esta inscripción: "A un dios desconocido". Impresionado ante la ignorancia de aquel pueblo, sin embargo tan inteligente, Pablo se puso a predicar en el Areópago, exclamando: "¡Lo que adoráis sin conocer, yo os anuncio!" (Hch 17, 23). Y luego los inició en el conocimiento de la verdadera religión.

En los días de hoy, en nuestro Occidente cristiano, no vemos más aquellos templos destinados a la adoración de los ídolos, pobres imágenes hechas por manos humanas. Al contrario, pasados casi dos mil años de predicación apostólica, continuada fielmente por el Magisterio, se levantan ahora numerosos templos cristianos, ostentando en lo alto de sus torres el glorioso símbolo de la cruz.
Entretanto, si la confesión de un solo bautismo y la creencia en la Trinidad reúnen a los cristianos, no faltan aquellos para los cuales el Espíritu Santo podría llamarse el "Dios desconocido". Semejantes a los discípulos de Efeso que, interrogados por Pablo, respondieron: "Ni siquiera oímos decir que hay un Espíritu Santo" (Hch 19, 2), muchos son hoy los que, sin llegar a este extremo, desconocen las características y los poderes del Paráclito y se olvidan de invocarlo.

Cuanto más lo conocemos, más lo amamos

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