En la pequeña ciudad bretona de Tréguier, en Francia, está sepultado el gran San Ivo, sacerdote, venerado como el “Abogado de los Pobres”, fallecido en 1303 y canonizado en 1347. Su sepulcro se convirtió en lugar de peregrinación.
El año 1403 –cuando sucede nuestra historia– Tréguier se hallaba particularmente animada y jubilosa, por cumplirse el primer centenario de la entrada de San Ivo a la gloria celestial.
Pasados los días de fiesta, la población volvió a su vida de costumbre. Al caer de la tarde, dos jinetes llegaron a la plaza de la Catedral y se apearon frente a una amplia casa en cuya fachada lucía una artística insignia y el siguiente título:
“Posada San Ivo de las Dos Espadas”.
–¿Estará el posadero? – preguntó uno de ellos.
–Con ella habla, señor. Me llamo Teresa, ¡a sus órdenes!
–Somos honrados negociantes de piedras preciosas. Buscamos hospedaje por algunos días. Mi nombre es Marción y mi socio se llama Nicanor.
–¡Sean bienvenidos a la tierra de San Ivo! Mandaré a que acomoden sus monturas y les preparen dos aposentos y una buena comida.
Mientras atendía a los dos forasteros, la Sra. Teresa aprovechaba de examinarlos atentamente. Aunque contaba menos de 35 años, ya poseía una gran experiencia de vida. Con la muerte repentina de su marido, pocos años atrás, había asumido valerosamente el mando de la posada y el cuidado de sus ocho hijos pequeños. Se había habituado a aplicar “rayos X”, desde el primer contacto, a las personas con quienes trataba; y luego de observar bien al par de “honrados negociantes”, concluyó que sería mejor desconfiar de sus buenas intenciones.
A su vez, los dos recién llegados examinaron atentamente a su interlocutora y a la casa. Los arreglos, el gran crucifijo entronizado en el salón, las numerosas imágenes de la Virgen y de los santos, todo denotaba una vida de piedad y devoción.
–Gran negocio a la vista, ¿eh, Marción?
–Así es. ¡La regla infalible! Es una “beata”, así que tiene que ser una tonta.
El asunto resultará fácil. Basta con que seamos astutos, cada vez más astutos, ¿de acuerdo?
–¡Claro! Para los tontos, sermones y procesiones. Para nosotros, las ganancias…
Luego de instalarse, los dos bajaron al comedor donde les sirvieron una buena cena. Antes de ir a dormir, quisieron hablar con la dueña de la hospedería. Marción le dijo:
–Queremos que nos guarde este joyero, donde están nuestras piedras más valiosas.
–Muy bien. Tenemos una caja de caudales fuerte y segura.
–No lo tome a mal, pero quisiera pedir una garantía – insistió el huésped.
–Claro, tiene todo el derecho. Dígame cuál es.
–Que usted nos traiga esta caja sólo cuando los dos estemos presentes, ya que es el único medio de evitar…desavenencias entre ambos, digámoslo así. Es una importante cautela, para que usted misma no se haga responsable de alguna… alguna ingrata sorpresa, ¿me comprende?
–¡Entendido! Buen descanso, señores.
La dueña de la posada fue a guardar la preciosa caja, y los dos huéspedes subieron a sus cuartos.
Al día siguiente por la mañana pidieron la caja a la Sra. Teresa, sacaron las piedras que creyeron convenientes y salieron a sus negocios. Al terminar la tarde volvieron satisfechos y juntos fueron a solicitar nuevamente la caja, en la que depositaron sus valores.
Así pasó una semana, obedeciendo siempre la misma rutina.
Un día, Nicanor bajó solo y avisó que quería pagar los gastos del hospedaje, pues partirían a otra ciudad. La Sra. Teresa hizo las cuentas y le entregó la nota. El comerciante abrió su bolsa y comenzó a contar monedas de oro y plata.
–Mi socio está por bajar. ¿Podría ir a buscar la caja ahora, para entregarla cuando llegue?
Sintiendo los pasos del otro en el corredor superior, la mesonera no dudó en abrir el arcón, sacar la caja y depositarla sobre la mesa. Nicanor, sonriente, puso en sus manos la cantidad debida y pidió un recibo. La Sra. Teresa fue al armario, a dos metros, a buscar tinta y papel. Cuando volvió…se dio cuenta que estaba sola en la habitación.
¡En pocos segundos el “honrado negociante” había desaparecido con la valiosa caja de piedras preciosas!
Muy pronto entendió la trampa que le habían tendido los dos fascinerosos: de seguro Marción presentaría un juicio reclamando una indemnización por la mitad de las piedras preciosas…
¡Y ella tendría que vender tal vez todos sus bienes, quedando reducida a la indigencia! Pero si algo no faltaba a la Sra. Teresa, eran el valor y la entereza.
Elevó a la Protectora de los Cristianos y a San Ivo una ardorosa oración, y de un solo golpe delineó su “plan de combate”.
Entrando a la sala, el otro bandido la saludó sonriente, como de costumbre, y fingió sorpresa al no encontrar a su socio.
–Por cierto que me pareció extraño – replicó ella –. Salió de modo inesperado, sin decir nada, creo que no tardará.
Mientras esperamos su regreso, deme unos momentos para ir a la cocina a tomar unas rápidas providencias.
Dicho esto se retiró, no a la cocina sino a la capilla de la posada donde, arrodillada ante al imagen de San Ivo, imploró fervorosamente su ayuda. ¿Sucedió algún milagro? No sabemos…
Lo cierto es que la Sra. Teresa sonrió y salió confiadamente, sintiendo un mensaje grabado en su alma.
Llamó al capataz de la caballeriza y le dio breves explicaciones, concluyendo:
–Sigan la indicación de San Ivo: vayan a todo galope por el camino de Saint-Brieuc, para capturar al ladrón en la Gruta del Trigal, donde estará escondido.
Retornando a la sala, Marción le dijo con sonrisa desdeñosa:
–Bien, señora, ya que por lo visto mi socio desapareció, le pido que traiga el joyero que dejamos a su cuidado.
–¡Ah no, señor, eso nunca! Asumí el compromiso de traerlo únicamente cuando ambos se encuentren presentes. Tendrá usted que aguardar a su compañero.
¡Esa no se la esperaba el farsante!
De la beata, de la rezadora de interminables “ruega por nosotros”, ¿quién podría esperar tamaña sagacidad?
En plena incertidumbre, decidió tantear el terreno:
–¿Puede al menos abrir el arcón para probar que el joyero sigue ahí dentro?
–¿Acaso desconfía de su socio?
–¡Señora! ¡Con un negociante experimentado como yo no se juega! Abra ese baúl enseguida, o iré ante el juez para estampar una denuncia.
–Espere un poco más, su socio llegará muy pronto… escoltado por la policía.
–¿¡La policía!?
–¡Exacto! La policía judicial partió a galope tendido para prenderlo en la Gruta del Trigal donde está a su espera, tal como lo habían concertado.
Al oír esto, el ratero cayó en cuenta de que todo el plan había sido descubierto. Cualquier nueva artimaña sería inútil. Ahí se quedó, pasivo, a la espera de los acontecimientos.
Poco tiempo después entraron los policías trayendo a Nicanor cargando cadenas. Sintiéndose encerrado el resto de su vida, Marción solamente tuvo fuerzas para indagar, confusamente:
–Pero… ¿pero cómo lo descubrió todo tan rápido?
–Hice lo que Jesús enseñó: vigilé, oré y actué. La verdadera piedad aviva la inteligencia, aumenta la energía y, sobre todo, trae el auxilio del Cielo.
Le recé a San Ivo y él me atendió. Ustedes tendrán ahora tiempo en abundancia para meditar sobre su mala vida.
¡Saquen buen provecho para la salvación de su alma!
miércoles, 28 de abril de 2010
Cuentos para niños - Vigilad y orad...
Etiquetas: heraldos del evangelio, uruguaay, uruguauy, uruguay, uruuguay
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