domingo, 11 de julio de 2010

Comentario al Evangelio

~ Evangelio ~


“En aquel tiempo: Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: ‘Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa'. Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: ‘Se ha ido a alojar en casa de un pecador'. Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: ‘Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más'. Y Jesús le dijo: ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham; porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido'” (Lc 19, 1-10).


I – El hombre tiene necesidad de admirar

El final del siglo XIX contempló con asombro el ingente esfuerzo de una niña norteamericana que dejaría huella en la Historia. Atacada por una grave enfermedad con sólo 18 meses de vida, Helen Adams Keller (1880-1968) perdió completamente la vista y la audición, quedando reducida a un triste aislamiento, sin posibilidad de conocer el mundo exterior a no ser mediante el tacto, el olfato y el paladar.

Esa trágica y silenciosa noche de su mente pudo haberse perpetuado toda su vida si no fuese por el providencial encuentro con una genial educadora, Ana Mansfield Sullivan, quien logró enseñarle el lenguaje de las manos, el alfabeto Braille y, por fin, a hablar con fluidez.

Después de inenarrables dificultades, Helen llegó a dominar el francés y el alemán con buena pronunciación. Estudió en la universidad, recorrió el mundo dando charlas y escribió libros.

“Jesús y Zaqueo” - Basílica de  Paray Le Monial (Francia)
Con los años desarrolló una labor casi increíble, impelida por el ansia de relacionarse con los demás, movimiento natural de todo ser humano, dotado de instinto de sociabilidad.

Ahora bien, así como por el heliotropismo las plantas crecen en busca de la luz, también las almas necesitan abrirse a la contemplación de las criaturas para, a partir de éstas, subir hasta el Creador. No fue diferente con Helen Keller, que acribillaba a su maestra con preguntas como éstas: ¿Qué es lo que hace que el sol sea caliente? ¿Dónde estaba yo antes de llegar a mi madre?

Los pajaritos y los pollitos salen del huevo, pero el huevo ¿de dónde viene? ¿Quién hizo a Dios? ¿Dónde está Dios? ¿Usted ya ha visto a Dios? 1

Estas preguntas demuestran hasta qué punto el alma anhela inexorablemente llegar hasta la Causa Primera de todo, a partir de las causas segundas.

Porque hay en nosotros una innata tendencia hacia Dios —que por analogía podríamos llamar “teotropismo”— la cual nos lleva a establecer correlaciones, trascendiendo del orden natural al sobrenatural.

En este sentido, enseña Santo Tomás: “cuando el hombre conoce un efecto y sabe que tiene una causa, naturalmente queda en él el deseo de saber también qué es la causa. Y éste es un deseo de admiración, que causa investigación”. 2

Ahora, como todo lo que existe en el universo refleja en cierta medida al Creador, el movimiento ordenado del alma es dejarse atraer por los reflejos de verdad, belleza y bien, presentes en las criaturas.

Así, todos debemos procurar que nuestra alma se vuelva muy propensa a la admiración, de manera que al encontrarnos algo que es eleva do, santo, noble o sencillamente recto, nos encantemos y remontemos hasta la Causa suprema.

Como es evidente, esa admiración cabe sobre todo en relación al Hombre Dios, a su Madre Santísima y a la Santa Iglesia.

II – Un publicano llamado Zaqueo

En aquel tiempo: Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.

Nuestro Señor se dirige a Jerusalén para sufrir la Pasión. Poco antes de llegar a Jericó ya se lo había anunciado a sus discípulos en tres ocasiones, pero “ellos no comprendieron nada de todo esto; les resultaba oscuro y no captaban el sentido de estas palabras” (Lc 18, 34). Al contrario, los seguidores de Jesús, incluidos los propios Apóstoles, juzgaban que iba de camino hacia la Ciudad Santa para realizar un gran milagro, gracias al cual Israel quedaría libre del yugo romano.

Ése era el clima de expectación y optimismo con el que el divino Maestro sería recibido en Jericó.

El odio de los judíos hacia los publicanos

Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.

Inteligentes, sagaces y dotados de un fuerte sentido de organización, los romanos determinaron que en Israel los cobradores de impuestos fueran funcionarios judíos. Al conocer mejor a sus coterráneos se encontraban en las condiciones idóneas de garantizar una recaudación mayor para las arcas del César, pese al casi inevitable desvío de recursos, porque quien se prestaba a ejercer esta función en aquellas circunstancias, no solía distinguirse por la rectitud de su alma.


Helen Keller acribillaba a su maestra con preguntas como éstas: ¿Quién hizo a Dios? ¿Dónde está Dios? ¿Usted ya ha visto a Dios?

Naturalmente, los judíos que aceptaban tal encargo eran considerados traidores y “cofautores de la dominación romana” 3, recibiendo el odio de toda la sociedad hebraica. El propio nombre del oficio —publicano— causaba repudio.

Ahora, precisamente el jefe de los cobradores de impuestos de la región, Zaqueo, hombre muy rico, será el protagonista de esta escena evangélica. Comandar el gremio más detestado por sus compatriotas equivalía a ser considerado ladrón entre los ladrones, es decir, jefe de los que hacían fortuna a costa de la explotación del pueblo. Podemos hacernos buena idea del desprecio que despertaba este hombre.

Semilla de salvación

Él quería ver quién era Jesús, (…)

No obstante, en este pasaje del Evangelio el recaudador mostrará un excelente fondo de alma.

Movido ciertamente por la gracia, Zaqueo se mani

Helen Keller acribillaba a su maestra con preguntas como éstas: ¿Quién hizo a Dios? ¿Dónde está Dios? ¿Usted ya ha visto a Dios? festaba deseoso de ver al divino Maestro e incluso, de ser posible, dirigirle la palabra.

Sin duda, sentiría la conciencia pesada, aunque al mismo tiempo en su interior brotaba una creciente admiración por Jesús. Como apunta San Cirilo, “germinaba en él una semilla salvadora”. 4

“¿De dónde le venía un deseo tan vivo a alguien con esa profesión?”, se pregunta el padre Duquesne. “¡Ah, su corazón debía agitarse con numerosos movimientos que ni él mismo lograba distinguir bien! A este deseo, que procedía de lo alto, no le era ajeno un principio de Fe, y no podía dejar de estar acompañado de estima, de respeto y de amor al Salvador”. 5

La admiración lleva a vencer el respeto humano

…pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.


El Maestro entró en Jericó seguido por una multitud alborozada ante el estupendo milagro de la curación del ciego que pedía limosna a la vera del camino (cf. Lc 17, 36). 6 Según el padre Duquesne, las calles por donde habría de pasar Jesús apenas podían contener la aglomeración de quienes le estaban esperando. En balde Zaqueo intentaba encontrar una brecha entre el gentío para satisfacer sus ansias de ver al Señor.

No es frecuente que los evangelistas comenten las características físicas de una persona. Por ejemplo, ignoramos la altura de Pedro o si Juan tenía barba. Sin embargo, Lucas —que incluye en su relato observaciones efectuadas bajo el prisma médico— nos informa que ese publicano “era de baja estatura”, dato fundamental para comprender lo que viene a continuación.

Los bajos son “no raras veces” muy ágiles y despiertos. Además, Zaqueo, a juzgar por la narración evangélica, parece ser todavía relativamente joven. Puesto a buscar un punto de observación favorable, corre más adelante y sube a un sicómoro (árbol de la familia de la higuera), indicando con esta actitud que su gran empeño por ver a Jesús no nacía de una simple curiosidad.

Zaqueo no era un hombre tosco. Tenía numerosos empleados a su servicio y estaba acostumbrado a hacer cálculos. Una persona con su proyección social necesitaba un motivo muy poderoso para trepar a un árbol “como un campesino cualquiera”, según la acertada observación de William. 8 Y más aún para exponerse a la vista de un público abiertamente hostil.

El Evangelio no da pormenores acerca del tiempo que pasó esperando encima del árbol, pero se puede creer que fue bastante, ya que Nuestro Señor caminaba lentamente, rodeado por la multitud, deteniéndose a veces para atender a un enfermo, dar un consejo, responder alguna pregunta.

En este período la actitud de Zaqueo fue una verdadera demostración de pertinacia, confianza y combate al respeto humano. En efecto, ¡cuántas insolencias y burlas habrá debido soportar el jefe de los publicanos en lo alto del árbol! Y si lo hizo fue porque, según comenta el padre Duquesne, “en el fondo de su corazón alguna esperanza sostenía su valor, sin que él tuviera noción clara al respecto. Indudablemente quería ser notado por el Salvador, y quería que Él conociera todas las disposiciones de su alma”. 9

La avidez de lucro y el apego al dinero suelen disminuir y aletargar la capacidad de admiración en las personas. Aquí, según parece, Zaqueo no se había dejado dominar completamente por la ambición, ya que, pese a ser un recaudador de impuestos y muy rico, dará pruebas de poseer un notable desprendimiento y espíritu admirativo. La atrevida actitud de trepar a un árbol la tomó, sin duda, movido por una gracia de entusiasmo por Nuestro Señor.

El padre Maldonado ofrece una interesante interpretación sobre el aspecto simbólico del gesto de Zaqueo, cuando comenta que “la turba de este mundo nos estorba reconocer al Señor; la hemos de dejar y poner bajo los pies para subir a mayor virtud y ver desde lo alto a Cristo”. 10

El episodio presenta además otro hermoso significado, una lección para todos: cuando nos sintamos pequeños, debemos buscar a Jesús, sobre todo en el Santísimo Sacramento, expuesto en el ostensorio. Ese deseo de estar con Él bastará para moverlo a apiadarse de nosotros y a darnos lo que nuestras almas más necesiten.

Nuestro Señor clava su mirada en el publicano

Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja pronto (…)”.

Detengámonos un momento para imaginar la escena. Tal como cuando curó al ciego a la entrada de la ciudad, Jesús se detiene frente al árbol donde se encuentra Zaqueo y le dirige una mirada rebosante de bondad. El pueblo se aglomera curioso por ver lo que iba a suceder, tal vez esperando del Maestro una actitud de censura hacia el recaudador de impuestos. Sin embargo, en lugar de reprenderlo, Jesús lo llama afectuosamente por su nombre y que baje.

Nuestro Señor no conocía todavía a ese publicano a través de su ciencia humana.

Pero aquí revela que no ignoraba de quién se trataba, ni las virtudes que despuntaban en su alma. San Cirilo comenta muy a propósito: “Cristo había visto aquello con sus ojos de Dios y al levantar la vista vio a la persona de Zaqueo también con los de carne. Y como era su objetivo que todos los hombres se salven, prolongó en este hombre su bondad”. 11

“¡Cuál no sería su sorpresa al oír que le llamaba por su propio nombre! Y ¡qué grande alegría!”, observa el padre Truyols. 12 Jesús le infundió aún más ánimo y confianza al decirle “baja pronto”, pues, en la acertada opinión del padre Tuya, “en esta palabra hay un ansia espiritual de ganarle”. 13

Es curioso notar que Zaqueo no le dice nada a Jesús. A juzgar por el relato evangélico, se limita a mirarle maravillado y con veneración, mientras oye dichoso sus palabras.

“Hoy tengo que alojarme en tu casa”

“…porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.

Como si no bastara sólo con eso, el divino Maestro toma la iniciativa de invitarse a alojarse en la residencia de Zaqueo, contrariando las costumbres. Pero San Ambrosio observa que Jesús “sabía que su hospitalidad obtendría una gran recompensa, aun cuando no había oído todavía la voz del que le había de convidar; pero ya conocía su deseo”. 14 Enfrentando todas las murmuraciones que podría suscitar su presencia en casa de un publicano, Nuestro Señor anuncia su visita “de un modo regio y familiar a un tiempo”. 15


El episodio confirma que nada atrae más las gracias de Dios que un espíritu lleno de admiración. Maldonado asegura: “No hay duda que llamó Cristo a Zaqueo porque veía la disposición de su ánimo y la diligencia que había puesto para lograr verlo al pasar”. 16 Y San Agustín comenta: “El que juzgaba como un favor grande e inexplicable verlo cuando pasara, mereció hospedarlo en su propia casa.

Es derramada la gracia, obra la fe por la caridad, es recibido en la casa Cristo, que ya había entrado en el corazón”. 17

Conviene detenernos en las palabras “en tu casa”. Sin duda se refería el Señor a la residencia de Zaqueo, la cual requería ser puesta en orden para recibirlo. Para el jefe de los recaudadores de impuestos eso no era cosa difícil, ya que por su posición social debía recibir con frecuencia visitas importantes. No le faltarían criados ni recursos para ello.

Pero, desde el punto de vista sobrenatural, es como si Jesús se comunicara con Zaqueo de mirada a mirada, de corazón a corazón, diciéndole: “Hoy me hospedaré en tu alma”. Por tanto, la “casa” significa también aquí el alma que debe estar preparada para recibir al Señor.

La admiración trae alegría

Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.

Ante la misericordiosa iniciativa del Redentor, Zaqueo se muestra dispuesto a obedecerle en todo. Lleno de entusiasmo, “hizo lo que le mandaba Cristo y del mismo modo que se lo había ordenado. Le acababa de decir que bajase aprisa, y aprisa bajó. Esto significa responder a la gracia: seguir al punto a aquel que llama, sin tardanzas ni excusas”. 18

Más aún, este hombre recibe a Jesús “con alegría”, pues al sentirse enteramente interpretado y comprendido por quien es su superior, su alma se llena de júbilo y se abre a la Fe.

Vemos así cómo la admiración es un excelente antídoto contra la mala tristeza que lleva al desánimo. Cuando, a semejanza de Zaqueo, nos sentimos atraídos por Jesús y buscamos ocasiones para encontrarlo —sea en el Sacramento de la Eucaristía, sea a través de los seres creados— Él nos recompensa viniendo a nuestra casa, es decir, entrando en nuestra convivencia y llenándonos de gracias, muchas veces sensibles.

Sorpresa e incomprensión de la opinión pública

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Se ha ido a alojar en casa de un pecador”.

El gentío, lleno de odio contra aquel publicano, “manifestó su descontento, no pudiendo sustraerse a sus prejuicios, a pesar de que, poco ha, había dado gloria a Dios por la curación del ciego obrada por Jesús”, 19 y empezó a murmurar contra Él.

Es importante destacar que San Lucas afirma que eran “todos” y no sólo algunos los que recriminaban a Jesús por hospedarse en casa de un “pecador”. Esta palabra, subraya el padre Tuya, “tenía para ellos el sentido de un hombre inmerso en toda impureza ‘legal', que aquí también podría ser moral, por sus extorsiones en el cobro de las tasas”. 20 Entrar en la residencia de un cobrador de impuestos significaba para los judíos de entonces mancillarse y atraer sobre sí la maldición de Dios.

Sin embargo, ese rechazo a la actitud de Jesús carecía totalmente de fundamento. ¿No había enseñado ya el divino Maestro, en disputa contra los fariseos, que “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan” (Lc 5, 32)? Muy acertadamente concluye San Agustín: querer impedir la entrada de Jesús a casa del publicano equivalía “a censurar al médico por entrar en casa del enfermo”. 21

Jesús, como observa el padre Truyols, hace caso omiso de esas murmuraciones. “Él era el Buen Pastor, que había venido al mundo en busca de la oveja perdida, y para encontrarla y volverla al redil aceptaba la invitación del publicano Levi y se dejaba tocar por la pecadora; y no ignoraba que la aparente delicadeza de conciencia de quienes le reprochaban tal proceder no era otra cosa que velo de refinado orgullo y de cruel egoísmo”. 22

Sumisión y generosidad de Zaqueo

Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: “Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, (…)”.

Sicómoro donde, según indican a los peregrinos los habitantes de Jericó, Zaqueo se subió para esperar a Jesús. Este versículo muestra cuánto había preparado el publicano la “casa” de su alma para recibir bien al Mesías. Al llegar a aquella residencia, Jesús debe haberse recostado al modo oriental en un diván, y sería inusual que el anfitrión no hiciera lo mismo. Pues bien, Zaqueo se quedó de pie, en señal de sumisión, veneración y reconocimiento de la superioridad de su Huésped, en el que vislumbraba tal vez rasgos de divinidad.

A estas alturas él ya está queriendo cambiar de vida, convertirse, abandonar sus errores y pecados.

De hecho, todas las gracias recibidas habrían sido inútiles si no llevaran a esa conclusión.

“Jesús, el dulce y misericordioso Salvador de los pecadores, era inexorable en la lucha contra el pecado. A los que querían seguirle, a los que dispensaba favores o perdonaba delitos, les exigía el propósito de romper definitivamente con todo lo que dice pecado”. 23

El hecho de que Zaqueo se dispusiera a dar la mitad de sus bienes a los pobres demuestra su sinceridad y su buena fe. No obstante, Fillion va más lejos, tomando ese gesto “como recuerdo de la honra que le había hecho Jesús, y en señal de que con fe inquebrantable lo tenía por el Mesías prometido”. 24

“…y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más”.

Con todo, la conversión del publicano no habría sido completa sin el deseo de reparar los males por él provocados. Pues el pecado de robo exige, además de pedir perdón a Dios, restituir los bienes adquiridos indebidamente.

Zaqueo, maravillado en la contemplación de la Justicia en sustancia que tenía ante sí, se declara dispuesto a cumplir esa obligación con largueza: “Si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más”. Su generosa actitud revela verdadero dolor por el pecado y una rectitud de alma fruto de la conversión obtenida por la gracia.

Este pasaje del Evangelio nos proporciona un valioso principio para el apostolado: las auténticas conversiones se conquistan siempre despertando en las almas la admiración por Nuestro Señor Jesucristo.

A pesar de la falta de méritos, es justificado por Nuestro Señor

Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham; porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

Nuestro Señor usa también aquí la palabra “casa” en un sentido más profundo, refiriéndose, como vimos, al alma del anfitrión. Pues “fue en ese momento que la Fe de Zaqueo, su obediencia, su desinterés y su caridad hicieron de él un verdadero hijo de Abrahán”. 25 Así, al afirmar “hoy ha llegado la salvación a esta casa”, Jesús declara solemnemente que ese hombre está perdonado.

Antes de encontrarse con el Divino Maestro, Zaqueo era un pecador que corría en pos del lucro, a veces ilícito. Sin embargo, la gracia introdujo en su alma el deseo de ver a Aquel que “vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”, y el publicano correspondió.

Buscar a Nuestro Señor, subir al árbol, bajar rápido al ser llamado, recibir con alegría y atender con generosidad, eran todos síntomas de aceptación de las gracias recibidas. Para consumar la conversión, faltaba solamente que Zaqueo reconociera sus pecados, pidiera perdón y se manifestara dispuesto a reparar el mal. Fue lo que hizo en presencia del Señor.

III – La admiración transforma

En cierto sentido todos somos Zaqueos. Viviendo aquí en estado de prueba, Nuestro Señor puede pasar frente a nosotros y llamarnos en cualquier momento, sirviéndose de una lectura, una conversación, una predicación, o quizá por medio de una moción interior de la gracia.
A través de la admiración por los reflejos del Creador, a ejemplo de María, Madre de todas las admiraciones, nos identificaremos mejor con Jesús, modelo perfectísimo de todos los hombres.
¿Cómo responderíamos si Él nos dijera, como al publicano: “baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”? “¿Sabremos imitar la generosidad de Zaqueo y, adelantándonos a la amonestación del Señor, responderle con espontánea prontitud: en adelante, quiero firmemente no pecar más?”. 26

Todo dependerá de la admiración que hayamos tenido.

El camino de la conversión del publicano, narrado en este pasaje del Evangelio, comenzó con un mero sentimiento de curiosidad por aquel Hombre del cual tanto había oído hablar.

Pero, por acción de la gracia, enseguida se transformó en deseo de conocerlo, hablarle y estar con Él, dando inicio al proceso que habría de convertirlo en verdadero “hijo de Abrahán”.

También nosotros debemos reaccionar como Zaqueo, huyendo de las multitudes y trepando al “árbol de la admiración” para contemplar mejor al divino Maestro. Porque quien esté impulsado por un genuino arrobamiento escucha la palabra del Señor, observa sus preceptos y encara todas las dificultades para seguirlo hasta el fin. Sería arduo evaluar qué tan profundas son las consecuencias de ese girar con admiración hacia lo superior, si no fuera porque Santo Tomás de Aquino nos lo enseñó: “Lo primero que entonces le ocurre pensar al hombre [que llega al uso de razón] es deliberar acerca de sí mismo.

Y si en efecto se ordenare a sí mismo al fin debido, conseguirá por la gracia la remisión del pecado original”. 27 ¡O sea, se derraman sobre él los mismos efectos del Bautismo sacramental! 28

Tan atrevida afirmación del Doctor Angélico es analizada en profundidad por Garrigou-Lagrange, según el cual, si un niño no bautizado y educado entre los infieles, cuando llega al pleno uso de razón ama eficazmente “el bien honesto más que a sí mismo”, estará justificado.

¿Por qué? Porque de ese modo ama eficazmente a Dios, autor de la naturaleza y Soberano Bien, confusamente conocido; amor eficaz que en el estado de caída no es posible a no ser por la gracia, que eleva y cura. 29

En efecto, en la admiración por el bien el hombre se hace semejante al objeto de su encanto; por el contrario, al cerrarse sobre sí mismo, creyendo que encuentra en ello la felicidad, queda con el alma henchida de amargura, tristeza y frustración, pues la desvía de su finalidad suprema que es Dios. “Nos hiciste, Señor, para Ti, e inquieto estará nuestro corazón hasta que repose en Ti”,30 enseña el gran San Agustín.

Así, la salvación habrá entrado en nuestra casa, por la puerta de la admiración.


1 Cf. KELLER, Helen Adams – A história de minha vida. Río de Janeiro: José Olympio, 1940, pp. 248-249.
2 AQUINO, Sto. Tomás de – Suma Teológica I-II, q. 3, a. 8, resp. Ver también q. 32, a. 8, resp.: “La admiración es cierto deseo de saber, que en el hombre tiene lugar porque ve el efecto e ignora la causa, o bien porque la causa de tal efecto excede su conocimiento o su facultad.”
3 TUYA, OP, Manuel de – Biblia comentada. Evangelios . Madrid: BAC, 1964, vol. 2, p. 889.
4 SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA – Comentario al Evangelio de Lucas, 19, 2, apud ODEN, Thomas C. y JUST Jr., Arthur A. – La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia – Nuevo Testamento, San Lucas. Madrid: Ciudad Nueva, 2000, vol. 3, p. 392.
5 DUQUESNE – L'Évangile medité . Lyon-Paris: Perisse Frères, 1849, p. 309.
6 Respetamos aquí el orden cronológico de la exposición de San Lucas, sin entrar en la discusión exegética sobre si la curación del ciego ocurrió a la entrada o a la salida de la ciudad.
7 DUQUESNE, op. cit., p. 309.
8 WILLIAM, Franz Michel – A vida de Jesus no país e no povo de Israel. Petrópolis: Vozes, s/f, p. 338.
9 DUQUESNE, op. cit., p. 311.
10 MALDONADO, SJ, Juan de – Comentarios a los Cuatro Evangelios – Evangelios de San Marcos y San Lucas . Madrid: BAC, 1951, vol.2, p. 752.
11 SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, op. cit., p. 392.
12 FERNÁNDEZ TRUYOLS, SJ, Andrés — Vida de Nuestro Señor Jesucristo . 2ª ed. Madrid: BAC, 1954, p. 490.
13 TUYA, OP, op. cit., p. 889.
14 SAN AMBROSIO, apud AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea
15 FILLION, Louis-Claude – Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Madrid: RIALP, s/f, vol. 2, p. 457.
16 MALDONADO, SJ, op. cit., p. 753.
17 SAN AGUSTÍN. Sermo 174, c. IV: PL 38, 942.
18 MALDONADO, SJ, op. cit., p. 753.
19 GOMÁ Y TOMÁS, Isidro – El Evangelio explicado. Barcelona: Casulleras, 1930, vol. 3, p. 398.
20 TUYA, OP, op. cit., p. 889.
21 SAN AGUSTÍN. Sermo 174, c. V: PL 38, 943.
22 FERNÁNDEZ TRUYOLS, SJ, op. cit., p. 490.
23 KOCH, SJ, Anton y SANCHO, Antonio – Docete. Formación básica del predicador y del conferenciante. La gracia. Barcelona: Herder, 1953, vol.4, p. 303.
24 FILLION, op. cit., p. 457.
25 DUQUESNE, op. cit., p. 314.
26 KOCH, SJ, y SANCHO, op. cit., p. 304.
27 AQUINO, Sto. Tomás de, op. cit., q. 89, a. 6.
28 Ídem, III, q. 66, a. 11, ad 2 y q. 68, a. 2.
29 GARRIGOU-LAGRANGE, Réginald – El Sentido Común, la Filosofía del ser y las fórmulas dogmáticas . Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1944, pp. 338-339.
30 SAN AGUSTÍN – Confesiones, 1, 1.


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