Claudio de Lorena, célebre paisajista francés del siglo XVII, dotado de un estilo luminoso y poético, supo plasmar en sus cuadros —según palabras de Edmond Rostand— aquello que sin lo cual las cosas no serían sino lo que son: el sol.
Algunos de sus aplacibles lienzos están iluminados por el esplendor del amanecer. Sin hacer ruido y sin darse prisa, sobrepujando en brillo paulatinamente a los demás astros celestiales, el sol pareciera espabilarse de un sueño profundo y empieza, de manera discreta, a despertar a la naturaleza, dando vida a una jornada más.
Otras escenas transcurren a la brillante luz del mediodía, o bajo un límpido cielo de una tarde de primavera.Es la hora del triunfo. En un esfuerzo magnífico y colosal, el sol se desdobla, por decirlo así, en luz y calor, cubre la superficie de la tierra y le da otro colorido.
Al atardecer, terminada su misión, el astro rey se retira con dignidad, reduciendo poco a poco sus deslumbrantes manifestaciones, para cederle el sitio a la luna, que tan sólo lo refleja de forma tenue. Todo se vuelve tinieblas y quietud. Mediante un profundo silencio los seres vivos reverencian a su majestad celeste, con la certeza de un nuevo despuntar del día que rasgará la oscuridad de la noche, inundándolo todo nuevamente de luz.
Algo similar ocurre cuando la luz de la gracia divina ilumina las almas de los hombres: unas veces las favorece con caricias, otras las pone a prueba con sus retrasos… en otras ocasiones, en fin, las reprende por sus errores, o incluso parece que se retirara del firmamento, como el ocaso.
Hay ciertos momentos en los que nos acompaña como el sol del medio día, y si nos fuese pedido un sacrificio, lo haríamos generosamente. Sin embargo, en otras situaciones, da la impresión de que la benéfica mano de Dios se retirara, obligándonos a caminar sin dejar de creer en esa luz, que ya no vemos.
Es como si actuando de esta manera la Providencia nos dijera: “Hijo mío, ya has sentido la dulzura de la gracia y comprendido cuán maravilloso es su auxilio. Ahora voy a probarte. Sé fiel en las horas en las que no me sientas a tu lado, en las ocasiones en las que todo parece que anochece para tu alma. Por el hecho de que ahora estás en la aridez, no pienses que las consolaciones no vendrán nunca más. Quiero que sea patente tu buena disposición interior, darte la oportunidad de que manifiestes tu gratitud por todo lo que ya he hecho por ti…”.
Debemos admirar el aspecto fabuloso de las cosas como vistas bajo la luz de un sol magnífico, como en los cuadros de Claudio de Lorena, seguros de que su belleza no se extinguirá al anochecer, sino que renacerá al alba. De la misma manera, en nuestra vida espiritual, procuremos guardar siempre el recuerdo de los destellos de la gracia divina, aun cuando parezca que está ausente.
Y en las tinieblas de la noche, esforcémonos por continuar amando los maravillosos horizontes desvelados por ella… pues, según la bella expresión de Edmond Rostand: “Es durante la noche cuando es hermoso creer en la luz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario