lunes, 18 de octubre de 2010

El Papa nombra al Padre Jaime Fuentes como Obispo de Minas.Aquí su opinión.

Hoy ya es público que el Papa Benedicto XVI me ha nombrado obispo de la diócesis de Minas. El martes pasado me lo comunicó el Señor Nuncio Apostólico y le respondí que sí, que aceptaba. Entonces se renovó en mi interior la impresión de Saint-Exupèry: cuenta que, mientras trataba de arreglar su avión en el desierto, se le apareció un Principito pidiéndole que le dibujara un cordero… Comenta el escritor: “Cuando el misterio es demasiado impresionante, no es posible desobedecer”.
Desde ese día recomencé la lectura del libro de Juan Pablo II ¡Levantaos! ¡Vamos!, que el gran Papa le regaló a la Iglesia pocos meses antes de irse al Cielo. La actitud interior con que lo estoy leyendo ahora es muy distinta de la primera vez, cuando apenas fue publicado. Entonces sentía el interés natural por conocer este libro del Santo Padre, para conocer sus experiencias como obispo desde que fuera nombrado cuando tenía solamente 38 años.

En esta segunda lectura me sorprendo a mí mismo identificado con el sentimiento de Karol Wotyla, cuando supo que había sido nombrado Obispo auxiliar de Cracovia. Cuenta que, después de conocer la noticia, tomó el tren de regreso… “Llevaba conmigo el libro de Hemingway 'El viejo y el mar'. Leí durante casi toda la noche y solo conseguí adormecerme un rato. Me sentía más bien raro...”. Un poco más adelante vuelve a aparecer esa “rareza”: lo felicitan por el nombramiento y él dice: “Sonreí y me alejé, dirigiéndome al grupo de los amigos, donde tomé mi canoa; pero cuando me puse a remar, me sentí de nuevo un poco extraño”.

Exactamente así estoy yo ahora, y no es para menos: que te llamen para ser -¡ay, Señor!- sucesor de los Apóstoles, es excesivamente grande. Lo explica Juan Pablo II en su libro:
“Precisamente durante aquellos días había oído estas palabras (“sucesor de los Apóstoles”) de boca de un físico conocido mío (…) Yo, un sucesor, pensaba con gran humildad en los Apóstoles de Cristo y en aquella larga e ininterrumpida cadena de obispos que, mediante la imposición de las manos, habían transmitido a sus sucesores la participación en la misión apostólica. Ahora tenían que transmitírmela también a mí. (…) ¡Admirable don y misterio!”.

Hoy no puedo decir más. Lo que me ha caído encima es bastante más complicado que dibujar un cordero: tengo que ser, de veras, un Buen Pastor.
El domingo me iré de retiro a Argentina: creo que es lo más “práctico” que puedo hacer. Por favor, acompáñenme rezando por mí y por la diócesis de Minas: ¡gracias, que Dios los bendiga!

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