jueves, 6 de septiembre de 2012

EL YUGO SUAVE DEL SEÑOR

P. Rafel Ibarguren EP, Asistente Eclesiástico.

En las aulas del colegio aprendimos lo que Aristóteles nos dice de las tres clásicas formas de gobierno: la monarquía, que es el gobierno de uno solo, la aristocracia, que es el gobierno de un grupo selecto y la democracia que es el gobierno de la mayoría o de todos. Clasificación sumaria pero lógica y adaptada a la realidad.

Santo Tomás, en consonancia con los postulados de la fe y de la teología, nos dice que la forma más excelente de gobierno es la monarquía, pero se inclina por una forma mixta en que cada una de las tres modalidades esté presente. Precisamente como sucede un poco con la Iglesia en que gobierna el Papa (monarquía) que viene del Colegio de Cardenales (aristocracia) y que es elegido mediante el voto (democracia).

Al estudiar la historia del pueblo judío en el antiguo testamento, vemos que tuvo momentos de esplendor en los tiempos de la monarquía, especialmente en los reinos de David y de Salomón.

Pero es indiscutible que antes de la unción de Saúl como primer rey de Israel, el pueblo elegido tenía una forma superior de gobierno que era la teocracia: el propio Dios conducía a su pueblo a través de los patriarcas, de los jueces y, especialmente, de los profetas, que eran los portavoces y los ejecutores de la voluntad divina.

Sucedió que ese pueblo pidió a Dios un rey para ser como los demás vecinos. La diferencia le incomodaba y, a pesar de la superioridad que significaba ese trato tan intimo y directo con Dios, los israelitas se sentían disminuidos y prefirieron un rey terreno al Rey de cielo y tierra.

En pleno siglo XXI de nuestra era, la palabra “teocracia” suena totalmente fuera de moda y parece hasta chocante, pues nos hace pensar en fundamentalismos y en arbitrariedades de toda especie. Pero hay que reconocer que en su momento, el sistema teocrático fue querido por Dios para su pueblo que lo acogió y de él se benefició.

Pero ¿cómo concebir que después de la encarnación de Jesucristo y como fruto de la redención, no tengamos algo tanto o más excelente aún que aquella forma suis generis de gobierno? La respuesta a esta cuestión se da fácilmente, salta a los ojos: pensemos en la Eucaristía.

En efecto, no fue posible establecer una teocracia en la era cristiana, pero fue posible realizar algo muchísimo mejor: la Eucaristía.

“Dios de los corazones, sublime Redentor,
Domina las naciones y enséñales tu amor”.

Así canta un conocido himno eucarístico. Suave y dulce es el yugo del Señor, pero no por eso es menos eficaz. Sin la fuerza de los ejércitos, ni las maniobras de la diplomacia, ni la imposición de decretos, el Señor reina desde la Eucaristía, tocando lo más íntimo de los corazones y condicionando así el rumbo de la vida de hombres y mujeres.

Gobernar no es principalmente mandar, sino es servir. No es decretar, es más bien influenciar. Y eso tiene de peculiar la Presencia Real de Jesús en los altares y en los sagrarios, donde se inmola y se humilla. Ahí está su omnipotencia providente, infundiendo e irradiando vida.

No decimos que la Eucaristía sea una “forma de gobierno” en sentido estricto, pero sí afirmamos que es también una manera elevada y sutil que tiene Dios de gobernar.

¡¿La Eucaristía gobierna… y el mundo va tan mal?! Precisamente va mal, porque las personas no se rinden ni beben del torrente divino que mana del costado abierto de Cristo. Y eso, porque queremos cambiar a Dios por Saúl, imitar a neo-paganos que no reconocen la realeza soberana de Cristo Rey presente en la hostia consagrada y que fabrican ídolos y más ídolos… todos inútiles.

Tenemos en nuestra Iglesia esa originalidad única que es la Eucaristía; no pasemos indiferentes a su lado ni busquemos sustitutos.

Si “el reino de Dios está próximo” (Mc. 1, 15) y si, inclusive, “ya está en medio de nosotros” (Lc. 17, 21), no tenemos más que reconocer al Rey, adorarlo y celebrarlo. Así tendremos en nuestras manos el timón de la historia.

P. Rafael Ibarguren EP
Asunción, Paraguay , Septiembre de 2012.-

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