Publicado 2010/06/11
Autor : Redacción
Más que reconstruir casas y edificios o socorrer materialmente a los heridos o desamparados, la Iglesia ha procurado ayudar espiritualmente al pueblo haitiano, para que pueda ponerse de pie y reencontrarse.
Aquel martes 12 de enero parecía que sería una jornada normal en Puerto Príncipe. Las personas se iban levantando e iban disponiéndose a realizar las tareas cotidianas. Los estudiantes repasaban sus apuntes una última vez antes del examen; las madres les preparaban el desayuno a sus hijos; los trabajadores ya estaban listos para un día más de labor.
No había nada que indicase que una catástrofe habría de cambiar el rumbo de los acontecimientos…
Unos segundos de temblor de tierra fueron suficientes para transformar la vida de miles de familias. En un primer momento, ¡el susto! ¿Qué es lo que está pasando? Inmediatamente después, empieza a constatarse que una calamidad impresionante arruinaba, de un solo golpe, construcciones, planes, sueños… ¡y vidas! ¿Dónde estarán mis hijos, mis padres, mi familia? ¿Vivirán todavía…?
Tres millones de haitianos fueron víctimas del terremoto, de éstos más de un millón se encontraron de repente en una situación de extrema penuria. En plena tragedia, las instituciones católicas de Haití y de los países vecinos eran las primeras en movilizarse, poniendo urgentemente los medios que estuvieran a su alcance en materia de socorro.
Cáritas entra en acción inmediatamente
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