Publicado 2010/06/19
Autor: Gaudium Press
Sección: Opinión
Bogotá (Sábado, 19-06-2010, Gaudium Press) Fuera esta la oportunidad para poner bajo la protección del venerable Pierre Toussaint la recuperación de Hatí, su isla nativa.
Hijo auténtico de Puerto Príncipe, el bienaventurado -con proceso de beatificación hoy día, nacido en 1766 y muerto en Nueva York en 1853- es el modelo del católico que asumió su condición de esclavo sin resentimiento ni autocompasión, en una época en que la filosofía de la ilustración había envenenado las relaciones entre las clases y las razas en nombre de la libertad, proponiendo como solución, no llegar al acuerdo pacífico y legal, sino el reclamo insolente, el odio y la guerra a muerte.
Hacía 1787 trabajaba en Haití con una noble familia francesa que la revolución expulsó de la isla y terminó viviendo en Nueva York. El buen negro Pierre Toussaint no quiso apartarse de sus antiguos amos y partió con ellos dejando su clan, su familia y sus apegos al terruño.
Lejos estaban él y sus amos de imaginarse que una serie de vicisitudes y dolores, esperaban a la familia en la gran metrópoli, también agitada por las consecuencias de la recién pasada guerra de secesión y el asesinato de Lincoln. Crédulamente convencidos de que bien pronto pasaría el terror de los odios revolucionarios y recuperarían sus posesiones en la isla, llevaron apenas lo suficiente para vivir holgadamente, lo cual resultó fatal pues bien pronto el capital se agotó y les llegó la ruina.
Tratándose de nobles empobrecidos y vergonzantes, la sensibilidad dolorida del señor Jean Bérard du Pithon lo llevó a la tumba, dejando a su pobre viuda duramente afectada por una enfermedad crónica, también posiblemente nacida de la angustia.
El buen Toussaint no abandonó a su ama pese a que ya no tenia obligación de atenderla pues ni era empelado remunerado de ella ni era ya su esclavo. Conmovido hasta el fondo del corazón por la situación de esta viuda sin hijos ni parientes en Nueva York, brotó entonces del fondo del alma del bienaventurado, todo el recurso profundamente católico sembrado entre sus antepasados de Haití en tiempos de la colonia. Iluminado por la Divina providencia encontró la manera de llegar a ser uno de los peluqueros más cotizados por las damas de la alta sociedad neoyorquina, recaudando lo suficiente para que su ama viviera bien y abriera de nuevo las puertas de los salones de su arruinada mansión que pudo ser remodelada. De día trabajaba en la peluquería y salón de belleza, y de noche como simple sirviente en casa de su Madame. Nunca un reclamo, un reproche o una falta de cortesía. Llegó a ser incluso consejero espiritual de mucha dama de la High Society neoyorquina.
Toussaint fue hombre de misa y rosario diarios. Fue pionero del gran negocio (en aquella época) de agencias de empleo para servidoras domésticas cuando volvió la ruina a la vetusta mansión de su señora por causa de otros golpes de de la vida, entre ellos un nuevo pero infortunado matrimonio de ella y una ley de corte calvinista que los llevó otra vez a la pobreza. Recuperó nuevamente la casa de su ama y dejó testimonio de sabiduría, mansedumbre y entrega a los desamparados pues fundó varios asilos. Murió a los 87 años de edad, fue declarado venerable en 1996 y sus restos reposan hoy pacíficamente en una cripta de la iglesia de San Patricio en Nueva York.
Ciertamente habría madera en él para que se colocara bajo su patronazgo la recuperación material y espiritual de la dolorida Haití de nuestros días, tan hija de la cristiandad como cualquiera de nuestras naciones americanas.
Por Antonio Borda
Autor: Gaudium Press
Sección: Opinión
Bogotá (Sábado, 19-06-2010, Gaudium Press) Fuera esta la oportunidad para poner bajo la protección del venerable Pierre Toussaint la recuperación de Hatí, su isla nativa.
Hijo auténtico de Puerto Príncipe, el bienaventurado -con proceso de beatificación hoy día, nacido en 1766 y muerto en Nueva York en 1853- es el modelo del católico que asumió su condición de esclavo sin resentimiento ni autocompasión, en una época en que la filosofía de la ilustración había envenenado las relaciones entre las clases y las razas en nombre de la libertad, proponiendo como solución, no llegar al acuerdo pacífico y legal, sino el reclamo insolente, el odio y la guerra a muerte.
Hacía 1787 trabajaba en Haití con una noble familia francesa que la revolución expulsó de la isla y terminó viviendo en Nueva York. El buen negro Pierre Toussaint no quiso apartarse de sus antiguos amos y partió con ellos dejando su clan, su familia y sus apegos al terruño.
Lejos estaban él y sus amos de imaginarse que una serie de vicisitudes y dolores, esperaban a la familia en la gran metrópoli, también agitada por las consecuencias de la recién pasada guerra de secesión y el asesinato de Lincoln. Crédulamente convencidos de que bien pronto pasaría el terror de los odios revolucionarios y recuperarían sus posesiones en la isla, llevaron apenas lo suficiente para vivir holgadamente, lo cual resultó fatal pues bien pronto el capital se agotó y les llegó la ruina.
Tratándose de nobles empobrecidos y vergonzantes, la sensibilidad dolorida del señor Jean Bérard du Pithon lo llevó a la tumba, dejando a su pobre viuda duramente afectada por una enfermedad crónica, también posiblemente nacida de la angustia.
El buen Toussaint no abandonó a su ama pese a que ya no tenia obligación de atenderla pues ni era empelado remunerado de ella ni era ya su esclavo. Conmovido hasta el fondo del corazón por la situación de esta viuda sin hijos ni parientes en Nueva York, brotó entonces del fondo del alma del bienaventurado, todo el recurso profundamente católico sembrado entre sus antepasados de Haití en tiempos de la colonia. Iluminado por la Divina providencia encontró la manera de llegar a ser uno de los peluqueros más cotizados por las damas de la alta sociedad neoyorquina, recaudando lo suficiente para que su ama viviera bien y abriera de nuevo las puertas de los salones de su arruinada mansión que pudo ser remodelada. De día trabajaba en la peluquería y salón de belleza, y de noche como simple sirviente en casa de su Madame. Nunca un reclamo, un reproche o una falta de cortesía. Llegó a ser incluso consejero espiritual de mucha dama de la High Society neoyorquina.
Toussaint fue hombre de misa y rosario diarios. Fue pionero del gran negocio (en aquella época) de agencias de empleo para servidoras domésticas cuando volvió la ruina a la vetusta mansión de su señora por causa de otros golpes de de la vida, entre ellos un nuevo pero infortunado matrimonio de ella y una ley de corte calvinista que los llevó otra vez a la pobreza. Recuperó nuevamente la casa de su ama y dejó testimonio de sabiduría, mansedumbre y entrega a los desamparados pues fundó varios asilos. Murió a los 87 años de edad, fue declarado venerable en 1996 y sus restos reposan hoy pacíficamente en una cripta de la iglesia de San Patricio en Nueva York.
Ciertamente habría madera en él para que se colocara bajo su patronazgo la recuperación material y espiritual de la dolorida Haití de nuestros días, tan hija de la cristiandad como cualquiera de nuestras naciones americanas.
Por Antonio Borda
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