Ciudad del Vaticano (Sábado, 27-10-2012, Gaudium Press) Durante la Congregación número veinte del Sínodo de los Obispos, llevada a cabo el pasado 26 de octubre, los Padres Sinodales aprobaron el mensaje para la conclusión de la Asamblea.
Acto de presentación del Mensaje conclusivo del Sínodo de los Obispos. Foto: Salt+Light |
Síntesis del Mensaje del Sínodo para la Nueva Evangelización y la Transmisión de la Fe
Al inicio del documento los obispos recuerdan el pasaje evangélico de Juan que narra el encuentro de Jesús con la samaritana en el pozo: es la imagen del hombre contemporáneo con una ánfora vacía, que tiene sed y nostalgia de Dios, y hacia el que la Iglesia debe dirigirse para hacerle presente al Señor. Y como la samaritana, quien encuentra a Jesús no puede hacer otra cosa sino convertirse en testigo del anuncio de salvación y esperanza del Evangelio.
Mirando de una manera más concreta al contexto de la nueva evangelización, el Sínodo recuerda, por tanto, la necesidad de reavivar la fe que corre el riesgo de oscurecerse en los contextos culturales actuales, también frente al debilitamiento de la fe en muchos bautizados. El encuentro con el Señor, que revela a Dios como amor, sucede sólo en la Iglesia como forma de comunidad acogedora y experiencia de comunión; desde aquí, entonces, los cristianos pasan a ser sus testigos en otros lugares.
Sin embargo, la Iglesia afirma que para evangelizar hay que estar, ante todo, evangelizados y lanza un llamada - empezando por ella misma - a la conversión, porque la debilidad de los discípulos de Jesús pesa sobre la credibilidad de la misión. Conscientes del hecho de que el Señor es la guía de la historia y que, por tanto, el mal no tendrá la última palabra, los obispos invitan a los cristianos a vencer el miedo con la fe y a mirar el mundo con sereno coraje porque, aunque éste está lleno de contradicciones y retos, sigue siendo el mundo que Dios ama. Por consiguiente, nada de pesimismo: globalización, secularización y nuevos escenarios de la sociedad, migraciones, incluso con las dificultades y sufrimientos que conllevan, deben ser oportunidad de evangelización. Porque no se trata de encontrar nuevas estrategias como si el Evangelio hubiera que difundirlo como un producto de mercado, sino de redescubrir los modos con los que las personas se acercan a Jesús.
El mensaje mira a la familia como lugar natural de la evangelización e insiste en que debe ser sostenida por la Iglesia, la política y la sociedad. Dentro de la familia, se resalta el papel especial de las mujeres y se recuerda la situación dolorosa de los divorciados y vueltos a casar: aunque se reconfirma la disciplina sobre al acceso a los sacramentos, se insiste en que no están abandonados por el Señor y que la Iglesia es la casa que acoge a todos. El mensaje cita también la vida consagrada, testimonio del sentido ultraterrenal de la existencia humana, y las parroquias como centros de evangelización; recuerda la importancia de la formación permanente para los sacerdotes y los religiosos e invita a los laicos (movimientos y nuevas realidades eclesiales) a evangelizar permaneciendo en comunión con la Iglesia. La nueva evangelización acoge favorablemente la cooperación con las otras Iglesias y comunidades eclesiales, también ellas movidas por el mismo espíritu de anuncio del Evangelio. Se presta particular atención a los jóvenes, en una perspectiva de escucha y de diálogo para recuperar, y no mortificar, su entusiasmo.
A continuación, el mensaje dirige su atención al diálogo de distintas maneras: con la cultura, que necesita una nueva alianza entre fe y razón; con la educación; con la ciencia que cuando no encierra al hombre en el materialismo se convierte en una aliada de la humanización de la vida; con el arte; con el mundo de la economía y el trabajo; con los enfermos y los que sufren; con la política, a la cual se pide un compromiso desinteresado y transparente del bien común; con las otras religiones. En particular, el Sínodo insiste en que el diálogo interreligioso contribuye a la paz, rechaza el fundamentalismo y denuncia la violencia contra los creyentes. El mensaje recuerda las posibilidades que ofrecen el Año de la Fe, la memoria del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica. Por último, indica dos expresiones de la vida de fe, especialmente significativas para la nueva evangelización: la contemplación, donde el silencio permite acoger mejor la Palabra de Dios, y el servicio a los pobres, para reconocer a Cristo en sus rostros.
En la última parte, el mensaje se dedica a las Iglesias de las distintas regiones del mundo y a cada una de ellas les dirige palabras de aliento para el anuncio del Evangelio: a las Iglesias de Oriente les desea que puedan practicar la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa; a la Iglesia de África le pide que desarrolla la evangelización en el encuentro con las antiguas y las nuevas culturas, haciendo después un llamamiento a los gobiernos para que cesen los conflictos y la violencia. Los cristianos de América del Norte, que viven en una cultura con muchas expresiones lejanas del Evangelio, deben mirar a la conversión, a ser abiertos para acoger a los emigrantes y refugiados. Se invita a América Latina a vivir la misión permanente para hacer frente a los desafíos del presente como la pobreza, la violencia, también en las nuevas condiciones de pluralismo religioso. La Iglesia en Asia, aun cuando es una pequeña minoría a menudo relegada al margen de la sociedad y perseguida, es animada y exhortada a mantenerse firme en la fe. Europa, marcada por una secularización también agresiva y herida por regímenes pasados, ha creado sin embargo una cultura humanística capaz de dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común; las dificultades del presente no deben por tanto abatir a los cristianos europeos, sino que deben ser percibidas como un reto. A Oceanía se le pide que sienta de nuevo el compromiso de anunciar el Evangelio. El mensaje se cierra encomendándose a María, Estrella de la Nueva Evangelización.
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