Publicado 2010/12/23
Autor: Gaudium Press
Sección: Opinión
Redacción (Jueves, 23-12-2010, Gaudium Press) "Antes yo vivía en la ciudad vecina, pero como se estaba volviendo muy peligrosa, resolví mudarme para acá". Es muy común escuchar testimonios de este género. Personas insatisfechas con el lugar donde viven: ya sea por ser una región de riesgo; ya sea por el vecindario ruidoso; o porque simplemente se está buscando un lugar mejor, con más oportunidades. El hecho es que se cambia de dirección.
Tal vez una casa aislada en el campo o un barrio tradicional, donde los moradores son viejos amigos. ¿Cuál sería el estilo de las casas?, ¿El temperamento de las personas con las cuales tuviésemos que convivir?, ¿La organización social?, ¿El espíritu de solidaridad?, ¿Las iniciativas de progreso?
Bien, todo esto iría variando de acuerdo con cada individuo y tal vez tuviésemos tantas ciudades como fuesen las cabezas...
Pero podemos imaginar una ciudad donde sus principios se aplicasen a todas las personas que, obedeciendo a ciertas reglas básicas, pudiesen convivir de forma pacífica, independientemente de sus gustos.
En primer lugar, todos deberían adorar a Dios sobre cualquier otra cosa; esto evitaría muchísimos males, especialmente, la adoración a sí mismo. Pero también Él debería tener su Nombre Santo respetado, pues si no respetamos a Dios, mucho menos lo haremos en relación a los hombres.
Y para mostrar que esta devoción es auténtica, en esta ciudad se reservaría, al menos un día por semana, para que todos se reúnan a fin de rendirle culto oficialmente. Cómo daría esto cohesión a este pueblo, estando unido por un principio más alto...
Ahora trataremos de establecer los principios para convivir bien con los otros hombres. Es natural que en una familia todos se respeten, padres e hijos. Por eso, en nuestra ciudad los niños obedecerían no solamente a sus padres, sino a los profesores y también a todos aquellos que, de alguna forma, los ayudasen en su formación. El respeto sería un paso importante a conquistar. Pero este respeto debe evitar las ofensas y, más aún, las agresiones físicas. Por tanto, en nuestra ciudad no serían permitidos asesinatos ni peleas.
Los padres que realmente amen a sus hijos los enseñarían, desde muy temprano, el valor de la familia y de cómo ésta, para ser bien constituida, debe tener como fundamento el matrimonio. Los niños percibirían, sin que fuese necesario explicarles con mayor profundidad en este momento, que ciertos actos son vergonzosos y que ellos pueden convertir a una persona más semejante a un animal, a un ser que adora a Dios sobre todas las cosas...
¡En esta ciudad nadie robaría! Ni dinero, ni materiales. Y hasta haciendo negociaciones, éstas estarían libres de la torpe ganancia... ¡Cómo este lugar es diferente!
¡Ah! Ya nos estábamos olvidando de una cosa. Todos deberían ser tan honestos que nunca dirían ninguna mentira, por cualquier motivo que fuera. El primer ejemplo debería ser dado por aquellos que ejerzan algún cargo público, pero esto también se aplicaría a todos los trabajadores y los propios niños. La verdad reinaría como una soberana.
Y como dijimos, la familia debería ser respetada de todas las formas. Por tanto, no se permitiría una mirada indecente siquiera, para una persona que ya forme parte de otra familia. Qué lección podríamos aprender con la historia del Rey David (cf. 2Sm, 11)...
Y por último, todo lo que pertenezca a alguien, sería causa de gran alegría para todos. Nadie envidiaría a nadie, pues todos buscarían agradecer a Dios los dones que han recibido.
Bien, no son tantas cosas así, solo diez principios. ¿Qué tal esta nueva ciudad? Un lugar sin hurtos, asesinatos, mentiras, etc. Al mismo tiempo se encontrarían respeto, sinceridad y alegría de vivir.
¡Pero cuidado! Los principios que acabamos de enumerar son divinamente pensados. Ellos se parecen a una corriente, en la cual si se rompe cualquier enlace, todos los otros van al piso. Por tanto, la decisión es seria, o se aceptan todos los principios o se vivirá en una ciudad donde nadie respeta la familia, ni los hijos ni los padres; donde el robo y el asesinato ya forman parte de la vida cotidiana; donde los actos más vergonzosos son ofrecidos a la luz del día; donde la mentira entra en cualquier negociación; donde Dios se deja de lado y cada uno pretende ser su propio "dios".
Sabemos que sería difícil reunir personas suficientes a fin de fundar un pueblo así, pero si cada uno pasa a vivir con base en estos principios, la diferencia se sentirá en la sociedad. En el fondo, tenemos que escoger entre vivir en la ciudad de Dios o en la ciudad de los hombres...
Por Thiago de Oliveira Geraldo
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