Publicado 2010/09/15
Autor: Gaudium Press
Sección: Opinión
Redacción (Miércoles, 15-09-2010, Gaudium Press) Muchas veces, los días lluviosos pueden parecer monótonos, ¿no es verdad? Entretanto, basta parar un poco, dejarse llevar por el murmurar de las aguas que caen, a veces despacio, a veces torrencialmente. ¡Que serenidad y quietud producen!
¿Todo esto no tiene algo de paz, y hasta de sonoro, pero, de un sonoro que no cansa, sino que invita a reposar?
Ahora, querido lector imagine un día lluvioso, en un lugar bien distante. Está en un lugar elevado, bien protegido de la lluvia, es un lugar de donde podemos ver a lo lejos. La neblina cubrió la cumbre de las montañas, el resonar de los truenos comienza, como un suave redoble de tambores, que principia la sinfonía divina de las aguas bendecidas que caerán sobre la tierra. Las nubes como que, se intercalan, a correr, formando largas hileras, a la espera del momento de descargar las aguas refrescantes que abrigan en su seno.
El viento es húmedo y, un tanto refrescante, estamos en una estación fría. El ambiente nos invita al recogimiento, a la contemplación. Inmediatamente cae una gota de agua y, luego es seguida por otras, la lluvia comenzó. La naturaleza hace silencio, las aves buscan refugio en sus nidos acogedores, otras cantan suavemente y, solamente algunas más audaces arriesgan pequeños vuelos.
La quietud toma el aire, permanece solo el murmurar de las aguas, una agradable sinfonía de encanto y belleza. ¡La lluvia cómo es bella! ¿Cómo Dios pudo hacer algo tan maravilloso?
Un aire de misterio cubre entonces los horizontes, ahora grises, cargados por espesas brumas. El pensamiento levanta vuelo, para otros tiempos, tiempos de antiguos campanarios... la imaginación nos hace entrever una abadía, perdida en las brumas, una ciudadela recogida en las montañas, y con la velocidad del pensamiento, volamos a los confines de la tierra.
Pensar en un mundo que puede ser, por la gracia de Dios, un mundo sumergido en una santa alegría, de una casta felicidad.
Querido lector, ¡Cuánto una pequeña lluvia de estas, en un simple lugar, estando en la gracia de Dios, puede ser deleitable! Son estas pequeñas alegrías, del día a día, de los días lluviosos tan olvidados, y a veces hasta incomprendidos. Pues Dios, en su infinita sabiduría, todo lo hizo bello, armonioso, para el bien y la alegría de la humanidad. Hasta incluso los días lluviosos.
Por Davi Werner Ventura
viernes, 17 de septiembre de 2010
La alegría en un día lluvioso
Etiquetas: heraldos del evangelio, uruguay
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