miércoles, 15 de diciembre de 2010

Salvado por un amigo invisible

Matilde era una joven señora, conocida en toda la aldea por su caridad. En su casa los más necesitados encontraban un plato de comida y la ropa lavada y remendada con cariño. Además de eso, la buena mujer procuraba enseñarles algún oficio para ayudarles a salir de la miseria.

Su hijo Mateo aún no había cumplido los cuatro años. Matilde lo educaba con ternura y desvelo incomparables.

Desde bien temprano, le había enseñado a encomendarse siempre al Ángel de la Guarda antes de salir de casa. Y el niño, piadoso y obediente, adoptó por costumbre hacerlo incluso cuando salía al jardín para jugar con su gato Mimoso. Le gustaba repetir de memoria, con las manitas sobre el pecho, la oración que de su madre había aprendido: “Ángel de mi Guarda, dulce compañía, eres mi guardia y mi vigía.

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