miércoles, 24 de noviembre de 2010

El regalo del campesino

En una bella mañana de verano, pasadas las fuertes lluvias de la primavera, el señor Francisco comenzaba otro día de su rutinaria vida de labrador, en el reino del Valle de las Aguas Claras.

Con su traje rústico, caminaba apresuradamente en dirección a su labor, para dar inicio a la cosecha de aquel año. Dentro de pocos días comenzaría la gran feria, donde él pretendía llevar sus mejores frutos.

El modesto campesino, a pesar de su avanzada edad, todavía se mantenía bien dispuesto y recorría alegre y decidido todos los caminos y arboledas de su inmenso “campo expresivo” — así acostumbraba a llamar a su plantación, debido a la multiplicidad de colores -, cogiendo los frutos de los árboles, algunos de ellos ya añejos, y de los cuales él cuidaba con especial esmero.

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