¿Cuál sería el origen de invocación tan inusual, bajo la cual es venerado ese antiguo crucifijo?
Quien pasea por la Ciudad de Méjico puede encantarse con bellos monumentos, mansiones, conventos e iglesias ricamente ornamentadas. En la plaza llamada “El Zócalo” hay muchas cosas que ver, entre otras, la grandiosa catedral de la ciudad, todavía dañada por el terremoto de 1985. No muy lejos de ésta, está la calle Venustiano Carranza, por donde circulan diariamente millares de personas, sea para hacer compras o simplemente para recomponerse del trabajo diario, saboreando los típicos “tacos” o las “quesadillas”.
Es en ese vecindario que deparamos con un pequeño templo llamado Porta Coeli, donde muchos fieles van a agradecer las gracias recibidas o a pedir favores delante de una imagen conocida por el singular nombre de “Señor del Veneno”.
¿Cuál es la historia de tan inusual invocación?
En 1602, llegó a Méjico, entonces Nueva España, una delegación de dominicos, trayendo para su seminario un bello crucifijo de tamaño natural, con una imagen de Jesús de pureza impresionante. Esa imagen fue entronizada en el lado izquierdo, próxima a la entrada de la iglesia.
Allí había un clérigo, que dedicaba especial devoción a aquel Cristo. No dejaba pasar un día sin hacer las oraciones delante de él y besar piadosamente sus venerados pies. Cierta vez, ese sacerdote atendió en confesión a un hombre que declaró haber robado y matado cruelmente. Ante la revelación de tal crimen, el religioso afirmó que Dios perdonaría siempre, desde que restituyese lo robado y se entregase a la justicia, pues no bastaba solamente con confesarse, era también necesario arrepentirse y reparar el daño ocasionado. El criminal se negó a hacerlo, retirándose del confesionario furioso. Temiendo ser denunciado, maquinó un pérfido plan para asesinar al sacerdote.
Escondido entre las sombras de la noche, furtivamente se introdujo en la capilla y mojó los pies del Cristo con un poderoso veneno. Nadie lo vio y se ocultó en un rincón sombrío.
Al día siguiente, después de hacer las oraciones como de costumbre, se aproximó el padre para besar los pies de la imagen, cuando, para su asombro, dobló las rodillas milagrosamente, levantando los pies, para impedir que éstos fueran besados. Mientras, la imagen absorbió el veneno, y como consecuencia quedó negra.
El religioso tuvo todavía mayor sorpresa cuando oyó sollozos provenientes de alguien oculto detrás de una columna.
Era el asesino del día anterior, que allí esperaba el efecto de su maligno plan. Verdaderamente arrepentido al ser testigo de tan maravilloso prodigio, rompió a llorar, hizo por fin una sincera confesión y después se entregó inmediatamente a la justicia, dispuesto a pagar por sus crímenes.
Desde entonces, la milagrosa imagen pasó a llamarse “Señor del Veneno”.
Todos estuvieron de acuerdo que el Cristo no solamente había protegido a su devoto, absorbiendo el veneno, sino que también su maravilloso acto simbolizaba cómo Nuestro Señor asume para Sí nuestros pecados, que son un terrible veneno que matan el alma, impidiéndonos alcanzar la vida eterna.
Años después, la imagen fue trasladada a la catedral metropolitana.
Cuando la iglesia de Porta Coeli fue entregada a los sacerdotes de rito greco-melquita en 1952, el párroco de ésta contrató a un renombrado artista para esculpir una copia, con el fin de que el “Cristo del Veneno” pudiese ser venerado también en su iglesia de origen.
Quien pasea por la Ciudad de Méjico puede encantarse con bellos monumentos, mansiones, conventos e iglesias ricamente ornamentadas. En la plaza llamada “El Zócalo” hay muchas cosas que ver, entre otras, la grandiosa catedral de la ciudad, todavía dañada por el terremoto de 1985. No muy lejos de ésta, está la calle Venustiano Carranza, por donde circulan diariamente millares de personas, sea para hacer compras o simplemente para recomponerse del trabajo diario, saboreando los típicos “tacos” o las “quesadillas”.
Es en ese vecindario que deparamos con un pequeño templo llamado Porta Coeli, donde muchos fieles van a agradecer las gracias recibidas o a pedir favores delante de una imagen conocida por el singular nombre de “Señor del Veneno”.
¿Cuál es la historia de tan inusual invocación?
En 1602, llegó a Méjico, entonces Nueva España, una delegación de dominicos, trayendo para su seminario un bello crucifijo de tamaño natural, con una imagen de Jesús de pureza impresionante. Esa imagen fue entronizada en el lado izquierdo, próxima a la entrada de la iglesia.
Allí había un clérigo, que dedicaba especial devoción a aquel Cristo. No dejaba pasar un día sin hacer las oraciones delante de él y besar piadosamente sus venerados pies. Cierta vez, ese sacerdote atendió en confesión a un hombre que declaró haber robado y matado cruelmente. Ante la revelación de tal crimen, el religioso afirmó que Dios perdonaría siempre, desde que restituyese lo robado y se entregase a la justicia, pues no bastaba solamente con confesarse, era también necesario arrepentirse y reparar el daño ocasionado. El criminal se negó a hacerlo, retirándose del confesionario furioso. Temiendo ser denunciado, maquinó un pérfido plan para asesinar al sacerdote.
Escondido entre las sombras de la noche, furtivamente se introdujo en la capilla y mojó los pies del Cristo con un poderoso veneno. Nadie lo vio y se ocultó en un rincón sombrío.
Al día siguiente, después de hacer las oraciones como de costumbre, se aproximó el padre para besar los pies de la imagen, cuando, para su asombro, dobló las rodillas milagrosamente, levantando los pies, para impedir que éstos fueran besados. Mientras, la imagen absorbió el veneno, y como consecuencia quedó negra.
El religioso tuvo todavía mayor sorpresa cuando oyó sollozos provenientes de alguien oculto detrás de una columna.
Era el asesino del día anterior, que allí esperaba el efecto de su maligno plan. Verdaderamente arrepentido al ser testigo de tan maravilloso prodigio, rompió a llorar, hizo por fin una sincera confesión y después se entregó inmediatamente a la justicia, dispuesto a pagar por sus crímenes.
Desde entonces, la milagrosa imagen pasó a llamarse “Señor del Veneno”.
Todos estuvieron de acuerdo que el Cristo no solamente había protegido a su devoto, absorbiendo el veneno, sino que también su maravilloso acto simbolizaba cómo Nuestro Señor asume para Sí nuestros pecados, que son un terrible veneno que matan el alma, impidiéndonos alcanzar la vida eterna.
Años después, la imagen fue trasladada a la catedral metropolitana.
Cuando la iglesia de Porta Coeli fue entregada a los sacerdotes de rito greco-melquita en 1952, el párroco de ésta contrató a un renombrado artista para esculpir una copia, con el fin de que el “Cristo del Veneno” pudiese ser venerado también en su iglesia de origen.
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