miércoles, 2 de febrero de 2011

La Gloria de Don Nadie - cuentos para niños

Hace pocos días, me hallaba rezando el rosario en una iglesia de cuando, sin darme cuenta, interrumpí la oración para analizar un personaje que acababa de entrar.
Pobremente vestido, su andar y su rostro delataban a un hombre maltratado por los años y por duros sufrimientos.
Todo señalaba en él lo que en el mundo de hoy se llama un “fracasado en la vida”, o, en otros términos, un “Don Nadie”: sin dinero, sin salud, sin prestigio, tal vez sin amigos.

Llenándome de compasión por el pobre hombre, noté con alegría que, al pasar frente al Tabernáculo, dobló una rodilla e hizo pausadamente la señal de la cruz. Pensé conmigo mismo: “Al menos es un bautizado, tiene fe, es miembro de la Santa Iglesia.”

Mal terminaba esa cavilación, cuando me di cuenta de la paradoja contenida en ella: “¡¡¡Por lo menos… es un bautizado!!!”.

Cuando cierto día un sacerdote derramó agua sobre la cabeza de este pobre “Don Nadie” y dijo: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, ocurrió en su alma algo muy especial. Las tres divinas personas de la Santísima Trinidad llegaron para habitarla. Se le hizo posible creer en las verdades de la Santa Iglesia, esperar la recompensa demasiadamente grande del Cielo y amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Se vio transformado en hijo adoptivo del Rey del Universo y heredero de su maravilloso Reino. Quedó limpio de la terrible culpa de nuestros primeros padres, el pecado original, y se le abrieron las puertas del Cielo.

Así es; por efecto del Bautismo, todo “Don Nadie” es elevado hasta un nivel que ni siquiera el gobernante más poderoso, el genio más brillante o el filósofo más erudito podrían alcanzar por su propia naturaleza y méritos.

¿Y en qué situación se encuentra la persona no bautizada?

Imaginémonos a un lindo pajarito que, sin embargo, nació lisiado y —¡pobrecito!— nunca alzó el vuelo.

Caminó a través de los campos, y quizás hasta trazó un camino recto… Pero si no vuela, ¿qué será en comparación a las demás aves?

El infortunio de ese pájaro imaginario se asemeja al del hombre no bautizado.

Tal como el ave incapaz de volar, su finalidad está tronchada, incluso llevando una vida recta, pues no posee las alas de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad para cumplir la finalidad de todo ser humano, a saber, “conocer, amar y servir a Dios y mediante esto salvar su alma”, como nos enseña san Ignacio.

Pero podríamos pensar, ¿qué hizo este “Don Nadie” para merecer tanta gloria? ¿No habría otros que la merecieran más? Dicha pregunta se basa exclusivamente en los criterios humanos.
Nadie recibe la gracia del Bautismo por merecimientos propios, sino por los méritos infinitos de Jesús que nació de María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato y fue crucificado para redimirnos.

Cuando en la cruz Él, “inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19, 30), conquistó esa gracia inconmensurable para “Don Nadie” y para la humanidad entera.

Después de estas reflexiones sobre la grandeza de todo “pobre” Don Nadie, tabernáculo de la Santísima Trinidad, ofrecí el resto de mi rosario para agradecer el don inmenso del Bautismo, no sólo a Nuestro Señor Jesucristo, sino también a María, su Madre Santísima, puesto que Ella dio su consentimiento para que su Hijo Divino muriera por nosotros, y contribuyó con sus lágrimas para rescatar a todos los “Don Nadie” que pasan desapercibidos ante los “grandes” del mundo.

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