jueves, 23 de febrero de 2012

La intuición de lo divino

Redacción (Viernes, 20-01-2012, Gaudium Press) "Querido Dios Padre, tú que eres tan bueno, perdonad y haced que luego pueda recibir a vuestro hijo Jesús. Querido Jesús, os quiero tanto, tanto, querido Jesús, tú cuando naciste en la gruta en Belén sufristeis tanto también y tuvisteis tanto frío. Querido Jesús, yo quiero remediar estos vuestros dolores. Querido Espíritu Santo, tú que eres el amor del Padre y del Hijo, iluminad mi corazón y mi alma y bendecidme".

Esas frases no salieron de la pluma de un renombrado teólogo, ni de una venerable religiosa, sino de las manos de un niño de seis años.
En la ciudad eterna, próxima a la Basílica de Santa Croce in Gerusalemme, en el año mil novecientos treinta y seis, la pequeña Antonietta Meo, apodada de Nennolina, tuvo su pierna amputada debido al diagnóstico de osteosarcoma, un tumor maligno. La niña, entonces, comenzó a escribir una serie de cartas hasta el día de su muerte. Los destinatarios de éstas misivas no eran pobres mortales, sino la Virgen Santísima, el Niño Jesús, el Espíritu Santo y la Santísima Trinidad. Con simplicidad y tan ardiente amor penetraba en esos altos misterios de nuestra fe.

"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los pequeños" (Mt 11, 25).

Dios muchas veces no actúa conforme los criterios humanos. "Pues mis pensamientos no son los vuestros, y vuestro modo de actuar no es el mío, dice el Señor; pero tanto cuanto el cielo domina la tierra, tanto es superior a la vuestra mi conducta y mis pensamientos sobrepasan los vuestros" (Is 55, 8-9). El Altísimo obra maravillas a través de personas que a los ojos del mundo no tiene ninguna importancia. Él escoge a los que son considerados débiles para así confundir a los fuertes, y los que son considerados tontos para confundir a los entendidos (I Cor 1, 27). A estos él puede dar a conocer verdades que científicos y filósofos abandonados a sus propios esfuerzos no atinan.

Encima de la naturaleza humana creada por Dios, está otra criatura, la gracia, que perfecciona la naturaleza y es distribuida a todos en medida determinada únicamente por Él. Esa vida de la gracia infundida en nuestra alma por el bautismo, se desarrolla a través de las virtudes y dones del Espíritu Santo. Entre ellos destacamos, el don de la inteligencia, que nos da penetrante intuición de las cosas reveladas y naturales en orden al fin último sobrenatural.

El Espíritu Santo ponía en movimiento este don, de manera peculiar, en el alma de Nennolina, como ella misma lo pedía frecuentemente: "Querido Jesús, diga al Espíritu Santo que me ilumine de amor y me llene de sus siete dones". Poseía un amor tan ardiente a Jesús Eucarístico que incluso antes de hacer la primera comunión, le escribía innúmeras cartas, obteniendo la gracia de recibirlo en la noche de Navidad de mil novecientos treinta y seis, cuando permaneció casi una hora de rodillas en acción de gracias, a pesar de los graves incómodos que esa posición le resultaba por el uso de la pierna ortopédica. Durante los últimos días de su existencia la Eucaristía le era llevada todos los días, siendo la última recibida el día dos de julio de mil novecientos treinta y siete, un día antes de su muerte.

Así, Antonietta, que tuvo una corta existencia terrenal, dejó testimonio de una densa y penetrante intuición sobrenatural adquirida a través del don de inteligencia, instrumento directo e inmediato del Divino Paráclito.

Por María Teresa Ribeiro Matos

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