sábado, 25 de febrero de 2012

Beata Jacinta, milagro de la gracia

En poco más de dos años, la inocente pastorcita de Fátima alcanzó un grado altísimo de unión con Dios, cumplió una gran misión y difundió por el mundo entero el perfume de su santidad. ¿Cómo logró todo esto en tan poco tiempo?

¿Qué es más fácil: Hacer que el sol baile en el cielo o mover el corazón humano para que abrace la santidad? Es bastante conocido el “milagro del sol”, el cual zigzagueo en el cielo, el día 13 de octubre de 1917, delante de 70 mil personas reunidas en Cova de Iría.

Pero, la pregunta arriba formulada, hecha por un famoso sacerdote portugués, despierta la atención para otro prodigio operado por el Inmaculado Corazón de María, más luminoso y duradero que el primero: la santificación de Jacinta y Francisco. Si todos los santos son milagros de la gracia, estos dos son, por decirlo de alguna manera, únicos en su género. ¿Por qué?

"En breve tiempo cumplió con una larga vida"

Hasta el pontificado de Juan Pablo II, la Iglesia no permitía canonizar a un niño con el titulo de confesor de la Fe, o sea, ser tenido como mártir. Por este motivo: para que una persona sea elevada a la honra de los altares, es necesario que ella haya practicado la virtud en grado heroico; ahora, se asume una consistencia de carácter que, por las contingencias de la naturaleza humana, le falta a un niño. El Papa Pío XI llego incluso a reglamentar el tema, lo que imposibilitó que estos procesos de canonización fueran instaurados.

Sin embargo, ante las pruebas incontestables de la heroicidad de las virtudes de los dos pequeños videntes de Fátima, el Papa Juan Pablo II suspendió el decreto de su antecesor y los declaró bienaventurados.

La vida de Jacinta es más conocida. Primero, debido a varias visiones particulares que ella tuvo de Nuestra Señora. En segundo lugar, por los múltiples aspectos de santidad que trasparecen en su fogosa alma.

“En breve tiempo cumplió con una larga vida” dice el Libro de la Sabiduría (4,13). Estas palabras son utilizadas en el decreto de beatificación de la joven vidente, justamente para mostrar como en pocos años alcanzó picos elevados de perfección.

Un amor capaz de llegar al Heroísmo

De un temperamento acostumbrado a los extremos, Jacinta quedó inmediatamente maravillada por la “Señora”, como generalmente la llamaba. Después de la primera aparición, no se cansaba de repetir: “ ¡Oh! ¡Que Señora tan linda! ¡Que Señora tan linda!”. Y su amor nunca vaciló, incluso cuando fue necesario dar pruebas de heroísmo.

El día 13 de agosto, por ejemplo, los tres pastorcitos fueron secuestrados por el Administrador (autoridad municipal). Este ateo arbitrario, decidió arrancarles bajo amenazas la revelación del secreto que les había sido confiado por la Virgen. Comenzó por ponerlos en una cárcel, donde estuvieron durante tres días entre bandidos y ladrones. Después los sometió a un brutal interrogatorio. Por fin, les hizo a los gritos, amenazas de matarlos en un gran caldero de aceite hirviendo si ellos no le contaban todo.

Jacinta fue la primera en enfrentar la posibilidad del martirio.

- Tengo para los tres un caldero de aceite hirviendo en la cocina, listo para ustedes. Jacinta, ¿cuál es el secreto que la tal Señora les reveló? La pobre temblaba de miedo, pero respondió con firmeza:

- Yo no se lo puedo decir, señor administrador, aunque me mate.

Fama de santidad

La fama de santidad de Jacinta se extendió rápidamente. Cuando de ella se aproximaban, se sentía el perfume de sus dones sobrenaturales y la presencia de la gracia. Su prima Lucía así lo describía: “Jacinta tenía un porte siempre serio, modesto y amable, que parecía traducir la presencia de Dios en todos sus actos, propio de las personas ya avanzadas en edad y de gran virtud”.

En cierta ocasión, Jacinta acompañó a Lucía a una fiesta, y, después del almuerzo, comenzó a dejar caer la cabeza en señal de sueño. El dueño de la casa envío a una de las sobrinas a acostarla en su cama. Al poco tiempo la pequeña dormía profundamente. Se comenzó a juntar la gente del lugar y, en la ansiedad de verla, fueron a espiarla al cuarto. Todos quedaron admirados de verla en profundo sueño, con una sonrisa en los labios, un aire angelical y las manos puestas hacia el cielo.

El cuarto se llenó rápidamente de curiosos. Al momento unos salían para dejar entrar a otros. La dueña de la casa y sus sobrinas comentaban admiradas: “Este debe ser un ángel”. Y, tomadas de un reverencial respeto, permanecieron de rodillas junto a la cama. A medida que transcurrieron las apariciones, crecía la confianza del pueblo en el poder de intercesión de los videntes.

Una tarde, iban por la calle para rezar un rosario en la casa de una piadosa señora. A la mitad del camino, salió a su encuentro un joven de unos 20 años, suplicándoles que fueran hasta su casa a rezar por su pobre padre, el cual hacía más de 3 años sufría de un molesto contratiempo que le impedía dormir.

Como anochecía y no querían retrazar el inicio del rosario, Lucía pidió a Jacinta que fuese a la casa del joven a rezar por su padre, mientras ella seguiría con Francisco y se encontrarían al regreso. Cuando regresaron, encontraron a su joven prima sentada en una silla, delante de un hombre no muy enfermo, marchitado y llorando de la emoción, totalmente curado. Jacinta se levantó y se despidió, prometiendo no olvidarse del ex–enfermo en sus oraciones. Tres días después, acompañado de su hija, este vino a agradecer la gracia recibida por las valiosas oraciones de la humilde pastorcita.

Sacrificios por la conversión de los pecadores

"Sí, yo quiero ofrecer sacrificios para salvar a los pecadores", repetía siempre la pequeña Jacinta, especialmente cuando su hermano Francisco le presentaba una oportunidad para mortificarse.

Movidos por una ardiente devoción al Inmaculado Corazón de María, los dos jóvenes videntes en poco tiempo alcanzaron una alta comprensión del verdadero significado del sufrimiento.

Pocos meses antes, la Santísima Virgen les mostró el infierno, lugar de tormentos eternos, y les pidió que ofreciesen oraciones y sacrificios por la conversión de los pecadores, muchos de los cuales van para allá por no haber quien sufra por ellos. Jacinta y Francisco tomaron muy enserio el pedido de la “Señora” que, a partir de entonces, no dejaban pasar una ocasión para sacrificarse en esa intención. Lucía, en sus memorias, afirma que eran tan numerosos los ejemplos de su espíritu de mortificación que le era imposible relatarlos todos. A modo de ejemplo narra algunos.

En una mañana, cuando los tres videntes jugaban cerca de un viñedo, la madre de Jacinta les ofreció algunos gajos de uva. Nada más apetecible para tres niños alegres, cansados y con sed. Pero Jacinta nunca se olvidaba del pedido de la bella Señora:

- ¡No vamos a comerlas! Y ofrezcamos este sacrificio por los pecadores. Entonces fue corriendo a llevar las uvas para algunos niños pobres, que jugaban cerca. Cuando regresó estaba radiante de alegría. Otro día, la tía de Lucía les ofreció una cesta de esplendidos higos. Jacinta se sentó con Lucía, satisfecha, al lado de la cesta. Tomó el primer higo para comerlo, pero, de repente, se acordó del pedido de la Señora y dijo:

- ¡Es verdad! ¡Hoy todavía no hemos hecho ningún sacrificio por los pecadores! Tenemos que hacer este.

Invitación al holocausto completo

Mayor generosidad, sin embargo, fue necesaria para enfrentar la terrible gripa neumónica de 1918, la cual cobró la vida de millones de persona en Europa. Entre ellas, las de Jacinta y Francisco. Durante meses, los dos hermanos sufrieron con edificante resignación. La primera operación, mal realizada, fue hecha apenas con anestesia local para aliviar los dolores. Dos costillas le fueron retiradas para facilitar el drenaje, dejando una llaga abierta del tamaño de un puño. En medio de los inmensos dolores, Jacinta sólo decía: “ ¡Ay!¡ Nuestra Señora! ¡Ay! ¡Nuestra Señora!”.

En enero de 1919, la Santísima Virgen se les apareció para darles una sorprendente noticia e invitar a Jacinta al holocausto completo. Así lo relató la hermana Lucía: - Nuestra Señora nos vino a ver y dijo que vendría a buscar a Francisco en muy poco tiempo para llevarlo al Cielo. Y a mi, me preguntó si quería convertir más pecadores. Le dije que si. Me dijo que iría a un hospital donde sufriría mucho; que sufriese por la conversión de los pecadores, en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María y por amor de Jesús.

Sucedió como Nuestra Señora lo predijo. Internada en el Hospital Dona Estefânía, en Lisboa, ella edificó a todos por su inocencia y por la encantadora serenidad con que soportaba los sufrimientos de la terrible enfermedad.


De allí, sólo saldría para el Cielo, el 20 de febrero de 1920.

En la última visita hecha a su santa prima, Lucía le preguntó si sufría mucho y escuchó de sus labios esta simple pero sublime confidencia: “Yo sufro, pero ofrezco todo por los pecadores y para reparar al Inmaculado Corazón de María. ¡Me gusta tanto sufrir por su amor! ¡Para darle gusto! ¡Ella gusta de quien sufre para convertir a los pecadores!”.

Unión mística con Jesús

En pocos años de vida, Jacinta alcanzó una unión tal alta con Nuestro Señor Jesucristo, que pudo haber llegado al grado llamado “cambio de corazones” por parte de algunos teólogos. Ella dijo: “ ¡Yo no sé como es: siento a Nuestro Señor dentro de mi, comprendo aquello que Él me dice aunque no lo vea y no escuche su voz!”.

Pero, ¡ no nos olvidemos! Si Jacinta llegó en tan poco tiempo a este grado de unión con Dios, fue porque supo entender y practicar tiernamente la devoción a Nuestra Señora. Del mismo modo, también nosotros podemos seguir el consejo dado por ella a Lucía en la última despedida: “Decid a todas las personas que Dios nos concede las gracias por medio del Corazón Inmaculado de María. ¡Ah! ¡Si yo pudiese clavar en el corazón de todas las personas el fuego que tengo aquí dentro de mi pecho, que me quema y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María!”.

(Revista Heraldos del Evangelio, Mayo/2004, n. 29, pag. 12 a 15)

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