lunes, 21 de septiembre de 2015

Cuando se encuentran dos sacerdotes santos

La amistad entre don Jacinto y don Bosco

El pasado domingo 16 de agosto, el mundo entero celebró el bicentenario del nacimiento de Don Bosco. El Cardenal Daniel Sturla al ser entrevistado en la f
echa por un canal local, comentó: “Celebrar los 200 años nos pone a todos en sintonía especial con el fundador de los salesianos y la obra estupenda que ha hecho en todo el mundo y también acá en Uruguay”.

Villa Colón

Es este un buen momento para recordar cómo llegaron los salesianos a nuestro país. A fines del siglo XIX, la Empresa de Aguas Corrientes creó una urbanización, a la que puso de nombre “Villa Colón”. Quedaba a 12 km del centro de Montevideo, lo cual para la época era una distancia considerable. Por lo tanto estos empresarios construyeron junto a ella una iglesia y un colegio, con cierta capacidad de internados, para acercar población a su emprendimiento, y los donaron a la Iglesia.

Don Jacinto Vera, por entonces todavía Vicario Apostólico, vio esa donación como la tan ansiada posibilidad para fundar el seminario local. Entusiasmado, lo ofreció a los padres jesuitas, sus compañeros de misión. Pero ellos no se sintieron en condiciones de hacerse cargo de un colegio distante, destinado más bien a alojar alumnos internos.

¿Quiénes terminarían tomándolo a su cargo y enamorándose de él? Los hijos de Don Bosco, con cuyo fundador nuestro misionero santo tomó contacto en los últimos años de su vida.

El 13 de diciembre de 1875, pasó por Montevideo, rumbo a Buenos Aires, el sacerdote salesiano Juan Cagliero. Menos de un mes después ya le escribía desde Montevideo el P. Rafael Yéregui, secretario del Obispo, ofreciendo a la congregación la posibilidad de hacerse cargo del colegio de Villa Colón. No demoró Cagliero más de diez días en aceptar “…el ofrecimiento desinteresado que me hace, en nombre de mi Superior General y sin embargo de no conocer las condiciones, me apresuro a manifestarle que la Congregación Salesa está dispuesta a servir a Dios en esa Capital bajo las órdenes de Monseñor Vera, dignísimo Obispo, que sin conocernos nos dispensa toda su protección”. ¡Qué grandeza, entrega y confianza en la Providencia que mostraba esta disposición!

El uno por el otro

En noviembre de 1876 partían los primeros salesianos para el Uruguay. Jacinto hasta les ofreció su propia casa. Eran once jóvenes muchachos que traían en su equipaje una carta de Don Bosco dirigida al Vicario, encomendándole que los ayudara a superar dificultades y obstáculos: “Yo pongo a todos estos mis hijos en sus santas manos; por lo pasado fueron míos, en lo porvenir serán todos suyos…”.

Estos dos sacerdotes santos no llegaron a conocerse en persona, pero intercambiaron varias cartas. En cada una de las que le escribió, Don Bosco reconoció, agradecido, que toda la fundación de Montevideo se había debido a don Jacinto Vera. Conmueve leerlas, y ver en ellas el respeto con que San Juan Bosco se despedía de nuestro obispo gaucho: “Viva largos años de vida feliz; bendíganos a todos y ruegue por mí, que tengo el alto honor de poderme profesar de Ud. obligadísimo servidor”.

Nuestro misionero le contestó siempre en forma afectuosa. En una de las últimas, le propuso un trato: que cada uno recordara al otro en la misa diaria. A su vez, con cierta picardía propia de su estilo tan uruguayo, como al descuido en una posdata, descontaba la aceptación de Don Bosco para que los salesianos asumieran la Parroquia de Las Piedras, la cual no contaba con un sacerdote que la atendiera.

El primer director del Colegio Pío, el P. Luis Lasagna, quien llegó a nuestras costas cuando apenas tenía 26 años de edad, dando inicio a una maravillosa aventura misionera que lo llevaría a extender la presencia de los salesianos también en Paraguay y Brasil, en su discurso inaugural del 2 de febrero de 1877, se refirió a don Jacinto en estos términos: “No habíamos aún pisado las venturosas playas de esta hermosa tierra, cuando ya nos tendía sus brazos un hombre de ánimo grande y generoso, que desde entonces vino a ser, no sólo nuestro amigo y bienhechor, sino también nuestro padre, nuestro afectuosísimo padre. Señores, el nombre del esclarecido y virtuosísimo obispo nuestro, don Jacinto Vera, sonará siempre entre estas paredes, y en el fondo de nuestros corazones, reverenciado y tiernamente amado”.

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