sábado, 11 de marzo de 2017

El seguidor de Cristo viva confiado en las manos de la Providencia de Dios No nos soltemos de su mano

Poner nuestras preocupaciones en el corazón tierno de ese Padre Dios Providente

Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: ZENIT Roma

Si Dios es nuestro Padre cariñoso, entonces no debemos estar preocupados por las cosas temporales, sino ocupados en el hoy, tratando de cumplir con amor la voluntad de Dios Padre y poniendo nuestras preocupaciones en el corazón tierno de ese Padre Dios Providente, como hacen los pájaros del cielo y las flores del campo. Somos peregrinos con destino a la eternidad. De su mano llegaremos seguros.

En primer lugar, veamos a Cristo totalmente en las manos de su Padre celestial. ¿Le faltó alguna vez el cariño del Padre? Le hizo nacer en un pesebre. Le llevó a Egipto cuando Herodes le amenazaba. Volvió a su tierra de Nazaret y vivía tranquilo del trabajo de su padre José, y por eso fue llamado “hijo del carpintero”. Cuando salió a su apostolado, nunca la faltó una piedra para reclinar su cabeza, ni un pedazo de pan para llevarse a la boca, gracias a amigos que tenía en diversos poblados. Su Padre Providente le concedió unos colaboradores –los primeros apóstoles- para que le ayudasen en su misión de predicar, curar y servir a la humanidad. Tampoco le ahorró sufrimientos, porque en el plan de Dios son necesarios para manifestar el amor auténtico que tenía por cada hombre y mujer.

En segundo lugar, veamos a tantos hombres y mujeres soltados de la mano de Dios Providente y preocupados por los bienes temporales hasta el punto de ser esclavos de los mismos. Preocupados por el dinero. Preocupados por el trabajo. Preocupados por la salud. Preocupados por la fama. Preocupados por el futuro de sus hijos. Preocupados por la supervivencia y los seguros de vida. Preocupados por las vacaciones. Preocupados por los “hobbies” deportivos y culturales. ¿Y Dios y su Reino, y la familia y su salvación, y la comunidad y el apostolado, y los valores morales? “Si Dios cuida tanto de las flores de la tierra que, apenas nacen y son vistas, ya mueren, ¿despreciará a los hombres que ha creado, no para un tiempo limitado, sino para que vivan eternamente?” (San Juan Crisóstomo).

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