sábado, 29 de noviembre de 2014

La sabiduría humana versus la sabiduría divina

Mons_gaudium_press.jpgRedacción (Miércoles, 26-11-2014, Gaudium Press) La cuestión planteada por el fariseo a Jesús brota de labios influidos por la sabiduría humana y se dirige a oídos llenos de Sabiduría divina. El doctor de la Ley no pregunta para conocer la verdad, sino para tentar. La respuesta de Jesús es al mismo tiempo sencilla y grandiosa: ¡el amor a Dios! A continuación el comentario de Mt 22, 34, 40, por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP:

Evangelio:
Los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a su alrededor, y uno de ellos, doctor de la Ley, le preguntó para tentarle: ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?' Él le dijo: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas". (Mt 22, 34-40)


I - LA VIRTUD DEL AMOR

Los fundamentos del amor son mucho más profundos de lo que generalmente se piensa. Siendo como un peso que arrastra a los que se aman -en la afirmación de san Agustín 1-, el amor produce un vigoroso deseo de presencia y de unión, cuyo mejor símbolo es el abrazo.

Ahora bien, la omnipotencia divina es la fuente de todo cuanto existe, incluso del amor, que posee un principio eterno, pues procede del Padre y del Hijo. Al amarse ambos, originan esa tendencia con una fuerza tan extraordinaria que de ella procede una Tercera Persona.

Así como el amor produce en nosotros una inclinación hacia el ser amado, Padre e Hijo, seres infinitamente amables, aman su propio Ser Divino. Tal es el origen del Amor, como Persona procedente de la unión entre el Padre y el Hijo.

El relato del Génesis sobre la gran obra de la Creación describe a Dios contemplando la realización de cada día y atribuyendo un valor respectivo a la obra salida de su poder, puesto que el grado de perfección de cada ser es infundido siempre por su amor, y en proporción a éste.

La virtud más importante para la salvación

Ya en el Evangelio se verifica cómo alaba el Hijo de Dios la fe del centurión (Lc 7,9) y de la cananea (Mt 15,28), premiándola con milagros. Más adelante, Cristo exalta la fe de Pedro, declarando que proviene de una revelación del Padre, y por eso lo proclama bienaventurado (Mt 16,17).

Sin embargo, Jesús habla también de una virtud capaz de perdonar por sí sola un enorme número de pecados, llegando a defender públicamente a una pecadora contra quienes la acusaban, "porque amó mucho" (Lc 7,47). No podemos olvidar que el Señor conoce el valor y el premio de cada acto de virtud; por tanto, en vista de la salvación eterna, debemos comprender que importa más amar que practicar la fe.

Jesús, modelo supremo del amor

Para llegar al más alto grado de perfección de esa virtud, es indispensable admirarla en Cristo e imitarlo.

El amor del Verbo Encarnado es completamente singular, al desarrollarse bajo un prisma sobrenatural y tener como objeto al Ser Supremo. Hay, pues, una notable diferencia entre Él y nosotros. En el Hijo de Dios, por la unión hipostática, el amor divino y el amor humano se reúnen en una sola Persona. En cuanto a nosotros, "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5). Por ende, ya que "nos ha sido dado", para obtenerlo debemos pedirlo.

Pese a esta diferencia, Jesús sigue siendo nuestro insuperable modelo, en quien es imposible hallar la sombra de otro interés que no sea la gloria del Padre. Y aunque en Jesús nunca haya habido fe -dado que su alma estuvo en la visión beatífica desde el primer instante de su existencia- en nosotros esta virtud debe estar acompañada siempre por un amor caluroso, lo más semejante posible al de Jesús.

La fe del cristiano y la fe de los demonios

San Agustín, mientras comenta la primera epístola de san Juan, se expresa así: " ‘Porque también los demonios creen y se estremecen', como dice la Escritura (Sant 2, 19). ¿Qué más pudieron creer los demonios que decir: ‘Sabemos quién eres, el Hijo de Dios'? (Mc 1, 25). Lo que los demonios dijeron, lo dijo también Pedro: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo'. [...] Pedro dice lo mismo que los demonios. Lo mismo en cuanto a las palabras; muy distinto en cuanto al ánimo.

"¿Cómo consta que Pedro decía eso por amor? Porque la fe del cristiano está siempre acompañada de amor, pero la fe del demonio no tiene amor. [...] Pedro decía eso para abrazar a Cristo; los demonios lo decían para que Cristo se apartara de ellos. Porque antes de decir: ‘Sabemos quién eres, el Hijo de Dios', habían dicho: ‘¿Qué tenemos que ver contigo? ¿A qué has venido a destruirnos antes del tiempo?' (Mc 1, 25). Una cosa, pues, es confesar a Cristo con ánimo de abrazarse con Él, y otra muy distinta confesar a Cristo con ánimo de arrojarlo de sí. Queda claro, por consiguiente, que cuando Juan dice aquí: ‘El que cree', se refiere una fe peculiar, no a la que tienen muchos. Así pues, hermanos, que ningún hereje venga a decirnos: ‘También nosotros creemos'. Para eso justamente os puse el ejemplo de los demonios, a fin de que no os alegréis con las palabras de los que creen, sino que examinéis las obras de los que viven". 2

El que ama al Padre ama al Hijo

El gran obispo de Hipona da tanta importancia a la unión de la fe con el amor, que no vacila en continuar sus comentarios, llevando sus afirmaciones hasta un punto que puede chocar quizás a algunas mentalidades actuales, más relativistas:

" ‘Y todo el que ama al que engendra, ama al que por Él es engendrado' (1 Jn 5,1). Juntó en seguida el amor con la fe, pues la fe sin amor es vana. Con amor, es la fe del cristiano; sin amor, la fe del demonio. Ahora bien, los que no creen son peores que los demonios, más duros que los mismos demonios. Hay por ahí no sé quién que no quiere creer en Cristo; ese tal ni a los mismos demonios imita. Pero hay otros que no creen ya en Cristo, sino que lo aborrecen... Son como los demonios, que temían ser castigados y decían: ‘¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a perdernos antes del tiempo?' (Mc 1, 24). A esta fe añade el amor, a fin de que se convierta en aquella fe de que habla el Apóstol: ‘La fe que obra por el amor' (Gal 5, 6).

"Si has encontrado esa fe, has encontrado un cristiano, has encontrado a un ciudadano de Jerusalén, has encontrado a un peregrino que suspira en el camino. Júntate con él, sea tu compañero, corre junto con él, si también tú eres como ése. Todo el que ama al que engendró, ama al que fue por Él engendrado. ¿Quién engendró? El Padre. ¿Quién fue engendrado? El Hijo. ¿Qué es, pues, lo que Juan dice? Todo el que ama al Padre, ama al Hijo". 3

En el amor encontramos la tan ansiada felicidad

Las consideraciones sobre la virtud del amor son tan extensas, que no habrá enciclopedia capaz de abarcar los tesoros emanados de la oratoria y la pluma de los Santos, Padres, Doctores, teólogos, exégetas, etc., acerca de ella.

Justamente desde el amor debemos contemplar la temática que propone la liturgia de este 30º domingo de Tiempo Ordinario en sus tres lecturas. En esa virtud encontramos la felicidad tan ansiada, como enseña santo Tomás de Aquino: "Siendo amor a Dios, nos hace despreciar las cosas terrenas y unirnos a Él. Por eso aparta de nosotros el dolor y la tristeza y nos da el gozo de lo divino: ‘El fruto del Espíritu Santo es la caridad, el gozo, la paz' (Gal 5, 22)". 4 Y con razón, ya que Él es el dulces Hospes animæ, el Amigo por excelencia que habita en las almas en estado de Gracia.

II - El AMOR ES LA PLENITUD DE LA LEY
Tramas de los fariseos contra Jesús

Los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a su alrededor, y uno de ellos, doctor de la Ley, le preguntó para tentarle: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?"

El Evangelio de hoy se inscribe en un encadenamiento de hechos iniciados con la predicación de la parábola de los viñadores homicidas (Mt 21, 33-45), la cual exacerbó la cólera de los adversarios de Jesús -en su totalidad según san Marcos (12, 13) o solamente los fariseos según san Mateo- pues la interpretaron como dirigida contra ellos (Mt 22, 15).

En esa línea de acontecimientos, san Marcos es muy explícito al afirmar: "Buscaban apoderarse de Él, pero temían a la muchedumbre [...] y dejándole, se fueron. Le enviaron algunos de los fariseos y herodianos para sorprenderle en alguna declaración" (Mc 12, 12-13).

Lo cierto es que se había creado un verdadero impasse. Estaba por una parte el gran número de personas sencillas del pueblo, arrebatadas por las palabras y milagros de Jesús, que por eso no lo abandonaban; y por otra, los jefes que querían silenciarlo, ya fuera vivo o causándole la muerte. Ejecutar este crimen les resultaba imposible mientras Cristo estuviera cercado por las multitudes. Tampoco la noche facilitaba las cosas, porque el Divino Maestro se retiraba a la soledad sin que nadie supiera dónde. Por tanto, era indispensable para los "hijos de Belial" manejar a la opinión pública a fin de separar los entusiastas de Aquel a quien creían Juan Bautista resucitado, o tal vez Elías o un gran profeta.

La pregunta del doctor de la Ley

A esta secuencia de arremetidas pertenece la famosa respuesta de Jesús: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21), así como la sapiencial explicación con que hizo callar a los saduceos (Mt 22, 29-32), confundiéndolos ante la grosera cuestión relacionada con la resurrección de los muertos. La pregunta de ese tal doctor de la Ley sigue la huella de la misma polémica.

Jesus_gaudium_press.jpg

Jesús discute con los fariseos - Cuadro en la Catedral de Gatien, en Tours, Francia

No queda totalmente claro si este hombre plantea su asunto al Maestro movido por auténtica curiosidad o por el deseo de aparecer como sabio, o incluso por formar parte del complot en contra de Él. Los tres evangelios sinópticos relatan el episodio íntegramente.

San Mateo se inclina a tomarlo como cómplice y malicioso; San Marcos lo ve como un hombre sincero, por la afirmación de Nuestro Señor diciéndole que no estaba lejos del Reino del Cielo (Mc 12,34). Sin embargo, no estaría fuera de lugar suponer que todas esas interpretaciones se suman; era posible que se tratara de un fariseo de buena fe, trabajado por la maldad de otros fariseos a fin de lanzarlo sobre el Mesías para ponerlo en situación difícil.

El famoso Maldonado se expresa así del personaje en cuestión:
"Lucas nos dice (20, 39-40) que un escriba, cuando Cristo acabó de refutar a los saduceos, exclamó: ‘Maestro, bien has dicho. Y ya nadie se atrevía a preguntarle'. Esto último se ha de entender de los saduceos, no de los escribas y fariseos, que precisamente de aquella respuesta, como indica Mateo, tomaron ocasión de tentarle otra vez, para mostrarse más sabios que los saduceos. El que aquí llama Mateo doctor de la ley, Marcos (12, 28) dice que era escriba; por lo cual, aunque los escribas tenían diversos oficios, se ve que en algunas ocasiones uno podía ser escriba y fariseo a la par. Porque este doctor era fariseo, según se ve por el verso 34". 5

El cardenal Isidro Gomá y Tomás, arzobispo de Toledo, realiza el siguiente análisis del mismo pasaje: "Pero los fariseos, cuando oyeron que había hecho callar a los saduceos cerrándoles el camino a toda réplica, no sin íntima satisfacción de aquello, pues tenían en los saduceos sus más formidables adversarios doctrinales, se mancomunaron. La envidia y la malevolencia son madres de la audacia imprudente; la derrota de los contrarios debía haberlos hecho más cautos. Y uno de ellos, doctor de la Ley, del partido de los fariseos -que los había oído disputar y visto lo bien que les había respondido-, escogido por ellos para proponer a Jesús la cuestión que habían convenido, acercóse y le preguntó, tentándole, con intención aviesa, aunque la respuesta de Jesús le impresionó, alabando a Jesús y llegando a su vez a merecer la alabanza del Señor". 6

Ley humana y Ley divina

El Doctor Angélico nos enseña que la ley es "una ordenación de la razón al bien común, promulgada por quien tiene el cuidado de la comunidad". 7 Evidentemente, se trata de una definición que mira la naturaleza humana en sus relaciones sociales; sin embargo -prosigue el mismo Santo Tomás- "además de la ley natural y de la ley humana, era necesario para la dirección de la vida humana contar con una ley divina". 8 Y entre cuatro clarísimos argumentos a favor de su tesis, el Doctor Angélico demuestra esa necesidad relacionándola con la finalidad a que se ordena el hombre, superior a la facultad humana, esto es, su eterna bienaventuranza.

Afirma además: "Porque la incertidumbre del juicio, máxime en cosas contingentes y particulares, da lugar a que los juicios de las diversas personas acerca de las acciones humanas sean dispares; y de estos juicios proceden leyes diversas y contrarias. Por eso, a fin de que el hombre pueda saber, sin ninguna duda, lo que debe hacer y lo que ha de evitar, fue necesaria en la dirección de sus actos una norma dada por Dios, que sabemos ciertamente que no puede equivocarse". 9

Pero no olvidemos que, si el Cielo ilumina el camino que debemos seguir, el auxilio para emprenderlo viene de la Gracia: "El principio intrínseco que mueve al bien es Dios, quien nos instruye por la ley y nos ayuda con la gracia".10 Por la fuerza del Espíritu Santo, hoy esta doctrina es muy explícita; pero no lo era, en cambio, para los doctores de la Ley ni para los mismos fariseos. Los rabinos vivían enmarañados en complicadas casuísticas de 613 preceptos. De éstos, 365 (a imagen de los días del año) eran negativos, y 248 (a semejanza numérica de los huesos del cuerpo humano) eran positivos. De los primeros, algunos eran tan graves que solamente podían ser reparados con la pena capital, y los demás con una penitencia proporcionada. La miríada de obligaciones menores daba lugar a un sinfín de discusiones en sus escuelas. Por todas estas razones no era fácil formular una respuesta categórica y clara para estos planteamientos, más aún si se quería evitar un choque con las opiniones subjetivas de tales o cuales rabinos.

Sabiduría de Cristo e insuficiencia de quienes lo envidiaban

Él le dijo: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento".

La pregunta dirigida a Jesús brota de labios tal vez trabajados por la sabiduría humana y se encamina a oídos llenos de sabiduría divina. El doctor de la Ley no pregunta para conocer la verdad, sino para tentar a Dios. Esa polémica entre la sabiduría de Cristo y la pobre insuficiencia de quienes lo envidiaban recorre el Evangelio entero: ora será un problema judaico de tenor religioso-moral, el de la adúltera sorprendida en plena falta (Jn 8, 3-11); ora vendrán los saduceos con el episodio de los siete hermanos que se casaron sucesivamente con la viuda del primero de ellos (Mt 22, 23-32); o entonces será el famoso dilema del pago del tributo (Mt 22, 15-22); y así sucesivamente.

Pero frente a ellos tienen a un Hombre-Dios que sondea el fondo de los corazones, como pudo comprobarlo Natanael, llegando a la conclusión de que Jesús era "el Hijo de Dios, el Rey de Israel" (Jn 1, 45-50). En igual sentido, la samaritana, sorprendida ante el minucioso conocimiento de su vida que Jesús le revelaba, no titubeó en considerarlo un gran profeta.

O bien, Cristo deja traslucir que sabía lo que pensaban los Apóstoles, cuando en sus corazones ardía el deseo de ser los más grandes en su Reino (Lc 9, 46-48). Y mucho más todavía.

El precepto de la caridad concierne a todas las virtudes

Por eso la respuesta de Jesús es al mismo tiempo sencilla y grandiosa: ¡el amor a Dios! Santo Tomás de Aquino nos enseña que el fin de la vida espiritual es la unión con Dios, la cual se hace efectiva mediante la caridad, es decir, mediante el amor a Él. Toda vida espiritual, pues, debe someterse a esta última finalidad, por lo cual afirma el Apóstol: "El fin de este requerimiento es la caridad proveniente de un corazón puro, de una conciencia buena y de una fe sincera" (1 Tim 1,5).

En vista de ello, todas las virtudes se conjugan para purificar a la caridad de los males y los desórdenes oriundos de las malas inclinaciones. Además, ella brinda a cada uno la ayuda necesaria para proceder con buena conciencia, y así actuar con fe recta y sincera en la relación con Dios. Por tanto, el precepto de la caridad concierne a todas las demás virtudes. 11

"Amarás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas"

Maldonado comenta:

"Marcos (12, 29) primero pone: ‘Oye, Israel; el Señor tu Dios es un Dios único'[...]. Los dos mandamientos están en Moisés en el mismo pasaje. Lo primero es que creamos en un solo Dios; lo segundo, que le amemos de todo corazón, porque es claro que quien creyera en muchos, dividiría el amor y a ninguno amaría con todo su corazón, porque nadie puede amar a dos señores (Mt 6, 24).

" ‘Con todo tu corazón y con toda tu alma'. Hay intérpretes que hacen aquí distinciones, a mi juicio demasiado sutiles. Me parece que todo ello viene a significar que amemos a Dios cuanto podamos y que cuanto poseamos lo empleemos en su servicio. Así lo enseña San Agustín: ‘Al decir con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, no deja ninguna parte del hombre libre y desocupada para amar otra cosa a su capricho, sino que cualquier objeto que se nos ofreciese digno de amor ha de ser arrastrado por la corriente de nuestro único cariño'.

"Finalmente, lo que en diversos pasajes o con distintas palabras se dice en el Deuteronomio (6, 5), aquí se resume en una sola, que Lucas estampó en 10, 27: ‘Amarás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas'".12

Alma y espíritu

A primera vista, la repetición del versículo 37 tendría cierta redundancia didáctica: "Con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu" o, en otras traducciones, "con toda tu mente". Algunos autores explican la diferencia entre alma y espíritu, y así comprendemos la razón más profunda de la afirmación de Nuestro Señor.

"Más bien se ha de entender por ‘alma' la parte inferior del alma, la que mira a la vida natural. Y por ‘espíritu', la parte superior, la que mira a las cosas espirituales y divinas. El ‘alma', pues, denota la naturaleza del alma. El ‘espíritu', la mente imbuida de la gracia y el impulso comunicativo a la mente por el Espíritu Santo.

"El alma, pues, es natural y considera las cosas naturales. El espíritu, las sobrenaturales y celestes. Así, pues, el espíritu significa: en primer lugar la mente; en segundo lugar, el vehemente impulso de la mente y el fervor del gozo y del júbilo; en tercer lugar, el que este impulso de la mente es comunicado e infundido por el mismo Espíritu Santo". 13
Por consiguiente, el "alma" subjetivamente hablando -en sí misma- es única y simple. Lo que varía es el objeto sobre el cual ella actuará. Pues bien: el Divino Maestro nos recomienda que, incluso en la vida natural, lo hagamos todo en función de Dios nuestro creador.

A su vez el "espíritu", siguiendo el lenguaje de la Escritura, es movimiento del ánimo, impulso, etc. En este sentido se dice que hay buen o mal espíritu: "No sabéis cuál es el espíritu que os anima" (Lc 9,55) dijo Jesús a los apóstoles hermanos, Santiago y Juan, cuando éstos deseaban hacer caer fuego del cielo como venganza contra las ciudades que les negaban hospedaje. No había en ellos espíritu sobrenatural sino meramente humano, de cólera mala y de venganza, contrario al espíritu de Aquel que vino a salvar y no a condenar.

El hombre debe vivir para amar a Dios y nada más

La expresión "con todo tu corazón" recibe una bellísima explicación de san Gregorio Magno: "Lo que la muerte hace en los sentidos del cuerpo, eso hace el amor en las concupiscencias del alma. Hay algunos que de tal manera aman a Dios, que desprecian todo lo sensible; y mientras en su intención miran lo eterno, se hacen insensibles para todo lo temporal. Pues en éstos es el amor fuerte como la muerte; porque así como la muerte mata a todos los sentidos exteriores del cuerpo y priva de su propio y natural apetito, así también el amor en tales personas les fuerza a menospreciar todo deseo terreno, teniendo ocupada el alma en otra cosa a que atiende. A estos tales, muertos y vivos decía el Apóstol: ‘Muertos sois, y vuestra vida está escondida con Cristo' (Col 3, 31). Pues muerto el hombre a sí mismo, ha de vivir sólo para amar a Dios, y ha de amarle con todo corazón y alma... En todas sus potencias ha de estar su Amado, sin cerrarle la puerta de alguna... El que ama a Dios no sólo le ha de recibir en un aposento de su alma, sino en su memoria, y en su entendimiento, y en su voluntad. En todos ha de hospedar al Señor del mundo y criador suyo. No sólo ha de emplear en su servicio un afecto de la voluntad, sino todos sus afectos y sentidos; porque uno que tuviese cinco o seis criados hospedase a un rey, como hemos dicho, no mandaría a un criado solo que le sirviese, sino todos quisiera se hiciesen pedazos en su servicio". 14

Los dos principales mandamientos

"Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6, 4-5). Tal era la determinación de Dios, comunicada al Pueblo Elegido por la voz y la pluma de Moisés. Bien la conocían los doctores de la Ley. Era una obligación religiosa que ese amor a Dios impregnase toda actividad consciente de aquel pueblo, transformándose de esta manera en "el más grande y el primer mandamiento" por su elevada dignidad y por mezclarse con toda actividad humana, sobre todo al dar cumplimiento a sus deberes y obligaciones para con Dios.

"El segundo es semejante al primero: Amarás al prójimo como a ti mismo".

O sea, debemos tener con nuestro prójimo esa misma benevolencia, estima y amor que esperamos de los demás, y un respeto proporcionado al designio de Dios para cada cual. Hablar con el prójimo o a su respecto tal como queremos que suceda con nosotros; esconder y excusar sus faltas; sufrir sus imperfecciones, debilidades y defectos; elogiar todo cuanto en él merezca alabanza; defender sus intereses y servirlo con afecto, exactamente como anhelamos que procedan con nosotros, y siempre por amor a Dios: ésta es la verdadera práctica de la inocencia y de la santidad. Y por lo mismo:

"De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas."

La Revelación tiene entre sus objetivos poner a disposición del hombre un compendio claro de doctrina y conducta de orden moral, a través de la Ley y la sabiduría manifestada por Dios a sus profetas. Ahora bien, el fundamento y la médula de todo ese tesoro están contenidos en estos dos preceptos, como más tarde lo demostraría san Pablo al afirmar que la finalidad de la Ley es el amor: "el fin de este requerimiento es la caridad" (1 Tim 1,5).

Más aún, este amor, según el mismo Apóstol, "es la plenitud de la Ley" (Rom 13,10).

III - MARÍA, INSUPERABLE EJEMPLO DE AMOR

María es para la humanidad entera -y hasta para los ángeles- un insuperable ejemplo de perfección en este amor a Dios y al prójimo que hoy nos recomienda su Divino Hijo en el Evangelio. Toda la existencia de María estuvo llena de un amor inflamado y purísimo. San Alberto Magno llega a decir que ella, más que ninguna otra criatura, vivió siempre muerta para el mundo y para todo lo inferior a Dios. Su vida estuvo siempre escondida en Dios, habitando en su Santuario, y por tanto podría haber dicho, muchísimo más que san Pablo, desde el primer instante de su creación: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí" (Gal 2,20).

Que Nuestra Señora del Divino Amor obtenga la plenitud de la práctica de estos dos preceptos a todos quienes contemplen el Evangelio de este 30º Domingo de Tiempo Ordinario.
______________
1 AGUSTÍN, San - Confesiones, 1. 13 § 9.
2 AGUSTÍN, San - In Epistolam Ioannis ad Parthos - Tractatus decem § 1.
3 Ídem, § 2.
4 AQUINO, Santo Tomás de - Super Evangelium S. Ioannis lectura, cap. 15, 1. 5.
5 MALDONADO s.j., P. Juan de - Comentarios a los Cuatro Evangelios - I. Evangelio de San Mateo. Madrid, BAC, 1950, p. 778.
6 GOMÁ Y TOMÁS, Cardenal Isidro - El Evangelio explicado. Barcelona: Rafael Casulleras, 1930, v. IV, p. 63.
7 AQUINO, Santo Tomás de - Suma Teológica I-II, q.90, a.4.
8 Ídem, q.91, a.4.
9 Ídem ibidem.
10 Ídem, 90 pról.
11 AQUINO, Santo Tomás de - Suma Teológica II-II q.44, a.1.
12 MALDONADO, op.cit., p.778-779.
13 A LÁPIDE, Cornelio - Comentaría in Quattuor Evangelia - In Lucam 1,47.
14 GREGORIO MAGNO, San - Super Canticorum Expositio, c.8, v.6.

(Tomado de Rev. Heraldos del Evangelio)

Contenido publicado en es.gaudiumpress.org, en el enlace http://es.gaudiumpress.org/content/65149#ixzz3KTcIfSo7
Se autoriza su publicación desde que cite la fuente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario