domingo, 24 de diciembre de 2017

Sembradores de la belleza del Evangelio


Para comunicar a los oyentes el resplandor de la Buena Nueva, el predicador debe reflejarla en su propia vida. Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han estimulado a los pastores a que adornen sus predicaciones con un toque de belleza que brote del corazón.




Si bien la parábola del sembrador (cf. Lc 8, 4-15) expone elocuentemente la importancia de la Palabra, así como la forma en que el «campo» del corazón debe estar preparado para recibir la semilla, cultivarla y producir frutos, hay otro aspecto olvidado en la influencia de una buena predicación.

Si el anuncio de la Buena Nueva sólo buscase instruir (docere) a las almas en la verdad, sin agradar (delectare) por medio de la belleza, jamás conseguirá moverlas (movere) hacia la bondad, es 1decir, a la conversión . Se siembra la verdad, pero se ahoga la belleza; germina la Palabra, pero no madura el fruto.

La metáfora del «Buen Pastor» (Jn 10, 11.14) en su significado original se refiere al «Hermoso Pastor» (ποιμὴν ὁ καλὸς). En su vida terrenal, el Verbo Divino irradiaba los esplendores del Padre Eterno, atrayendo a todos hacia Sí (cf. Jn 12, 32). En este sentido, las manos de Jesús no sólo tocaban, sino que hablaban. Su boca no sólo hablaba, sino que tocaba los corazones por medio de las palabras. Su mirada fascinaba a quien alcanzaba.

El pueblo, asombrado, decía: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7, 37). Antes bien, diríamos nosotros, lo hizo bellamente en unión con la verdad. He aquí, por tanto, el modelo de anuncio de la verdadera, bella y buena noticia de la conversión al Dios vivo (cf. Hch 14, 15).

«Christianus alter Christus: después de contemplar la verdad, el cristiano debe comunicar a los demás lo que ha sacado de ella.

Aquí brilla el papel esencial de la belleza en la transmisión del Evangelio. Predicar la verdad no es suficiente, es necesario «re-velarla». Literalmente quitarle el velo al manifestarla sensiblemente. El pulchrum —bello—, por la atracción que tiene, arrebata y mueve la voluntad para que se entregue y, finalmente, llega a su plenitud en el amor, cuando descansa el espíritu en la posesión de lo deseado.

El Magisterio pontificio, especialmente desde el Concilio Vaticano II, ha reforzado la importancia de la vía de la belleza para la transmisión de la Fe. En la Carta a los artistas, Juan Pablo II señala: «Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia tiene necesidad del arte.

1 Según la tríada de la retórica clásica (cf. CICERÓN, Marco Tulio. Brutus, c.XLIX, n.º 185; Orator, c.XXI, n.º 69.2 SAN JUAN PABLO II. Carta a los artistas, n.º 12

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