Ejemplo del sacrificio de los contemplativos, según el obispo de Terrassa.
La desgarradora despedida de Edith Stein y su madre cuando la religiosa entró en el Carmelo de Colonia es un ejemplo de los sacrificios de miles de personas que siguen la vocación monástica. Así lo señala el obispo de Terrassa, monseñor José Ángel Sáiz, en su carta pastoral de este domingo, fiesta de la Trinidad en que la Iglesia celebra la Jornada Pro Orantibus. Cuando la filósofa judía Edith Stein empezaba su vida de carmelita descalza, su madre, una gran mujer, madre de once hijos, que llevó adelante el negocio de maderas de su difunto esposo, tenía 84 años. "Era completamente imposible tratar de hacérselo comprender a mi madre", escribía Edith a una amiga, refiriéndose a su decisión por la clausura. "Ella permaneció en sus trece, y yo no contaba más que con la confianza en la gracia de Dios y en la fuerza de nuestra oración -continúa.
Me ayudaba de alguna manera pensar que mi madre también era creyente y que seguía siendo de una naturaleza resistente". El 12 de octubre, día de su cumpleaños, la joven acompañó a su madre al culto sinagogal "porque quería estar con ella el mayor tiempo posible", confiesa en su diario. Y prosigue: "Mi madre me pidió que volviéramos a casa andando. ¡Aproximadamente tres cuartos de hora con 84 años! Yo tuve que avenirme a su petición, pues me di cuenta de que ella deseaba hablar conmigo sin que nadie nos molestara".
Edith, después Santa Teresa Benedicta de la Cruz, recoge los detalles de aquel día difícil: "Al final, nos quedamos solas en la habitación mi madre y yo... Entonces ella escondió el rostro entre sus manos y rompió a llorar". "Yo me coloqué detrás de su silla y estreché su cabeza plateada contra mi pecho. Permanecimos así largo tiempo, hasta que me dijo que quería ir a la cama", continúa.
"Subí con ella a su habitación y la ayudé a desvestirse, ¡por primera vez en mi vida! Después me senté en su cama, hasta que ella me mandó a dormir. Seguramente ninguna de las dos pegamos ojo aquella noche". Dos días después, el 14 de octubre, Edith Stein entraba en el Carmelo de Colonia, del que saldría con su hermana Rosa para trasladarse a un Carmelo de Holanda. Este viaje tenía el objetivo de salvarlas de la persecución del nazismo contra los judíos, aunque, como es sabido, este noble intento no tuvo resultado y Edith y su hermana murieron en las cámaras de gas de Auschwitz en agosto de 1942. Ante esta historia, y muchas otras de religiosos y religiosas de vida contemplativa, el obispo de Terrassa muestra su gratitud. "Deseo darles las gracias por su sacrificio, por su vocación, por el servicio que nos prestan a todos", "gracias por los sacrificios que habéis hecho y que hacéis por todos, en la profunda realidad de la llamada "comunión de los santos". Monseñor Sáiz concluye: "vosotros sois los testigos de que lo único realmente importante es Dios y amarle, adorarle y servirle cada uno desde su camino, desde su vocación, pero todos vosotros nos lo decís con vuestra vida".
La desgarradora despedida de Edith Stein y su madre cuando la religiosa entró en el Carmelo de Colonia es un ejemplo de los sacrificios de miles de personas que siguen la vocación monástica. Así lo señala el obispo de Terrassa, monseñor José Ángel Sáiz, en su carta pastoral de este domingo, fiesta de la Trinidad en que la Iglesia celebra la Jornada Pro Orantibus. Cuando la filósofa judía Edith Stein empezaba su vida de carmelita descalza, su madre, una gran mujer, madre de once hijos, que llevó adelante el negocio de maderas de su difunto esposo, tenía 84 años. "Era completamente imposible tratar de hacérselo comprender a mi madre", escribía Edith a una amiga, refiriéndose a su decisión por la clausura. "Ella permaneció en sus trece, y yo no contaba más que con la confianza en la gracia de Dios y en la fuerza de nuestra oración -continúa.
Me ayudaba de alguna manera pensar que mi madre también era creyente y que seguía siendo de una naturaleza resistente". El 12 de octubre, día de su cumpleaños, la joven acompañó a su madre al culto sinagogal "porque quería estar con ella el mayor tiempo posible", confiesa en su diario. Y prosigue: "Mi madre me pidió que volviéramos a casa andando. ¡Aproximadamente tres cuartos de hora con 84 años! Yo tuve que avenirme a su petición, pues me di cuenta de que ella deseaba hablar conmigo sin que nadie nos molestara".
Edith, después Santa Teresa Benedicta de la Cruz, recoge los detalles de aquel día difícil: "Al final, nos quedamos solas en la habitación mi madre y yo... Entonces ella escondió el rostro entre sus manos y rompió a llorar". "Yo me coloqué detrás de su silla y estreché su cabeza plateada contra mi pecho. Permanecimos así largo tiempo, hasta que me dijo que quería ir a la cama", continúa.
"Subí con ella a su habitación y la ayudé a desvestirse, ¡por primera vez en mi vida! Después me senté en su cama, hasta que ella me mandó a dormir. Seguramente ninguna de las dos pegamos ojo aquella noche". Dos días después, el 14 de octubre, Edith Stein entraba en el Carmelo de Colonia, del que saldría con su hermana Rosa para trasladarse a un Carmelo de Holanda. Este viaje tenía el objetivo de salvarlas de la persecución del nazismo contra los judíos, aunque, como es sabido, este noble intento no tuvo resultado y Edith y su hermana murieron en las cámaras de gas de Auschwitz en agosto de 1942. Ante esta historia, y muchas otras de religiosos y religiosas de vida contemplativa, el obispo de Terrassa muestra su gratitud. "Deseo darles las gracias por su sacrificio, por su vocación, por el servicio que nos prestan a todos", "gracias por los sacrificios que habéis hecho y que hacéis por todos, en la profunda realidad de la llamada "comunión de los santos". Monseñor Sáiz concluye: "vosotros sois los testigos de que lo único realmente importante es Dios y amarle, adorarle y servirle cada uno desde su camino, desde su vocación, pero todos vosotros nos lo decís con vuestra vida".
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