Más que por la alta nobleza de sangre que lo distinguía, San Luis Gonzaga brilló en la historia por su santidad estelar, especialmente arraigada en la práctica eximia y heroica de la virtud de la castidad. Resguardando su alma con un refinamiento del pudor y de fidelidad a los Mandamientos divinos, rechazó hasta el fin de la vida cualquier forma de mal, siempre basado en la verdad, en la lógica y en la justicia.
Varón tallado para grandes luchas, de físico vigoroso y espíritu delicadísimo, puede decirse que la inocencia de San Luis comienza donde la de muchos otros terminaron. Por eso la Iglesia lo exaltó como el arquetipo de la pureza y como una de sus más rutilantes glorias.
Varón tallado para grandes luchas, de físico vigoroso y espíritu delicadísimo, puede decirse que la inocencia de San Luis comienza donde la de muchos otros terminaron. Por eso la Iglesia lo exaltó como el arquetipo de la pureza y como una de sus más rutilantes glorias.
Nació en Mantua (Italia) en 1568, de los príncipes de Castiglione. Su madre le enseñó a gustar la vida de fé. Era chispeante, inteligente, gracioso. Su padre lo soñaba un gran militar. San Carlos Borromeo le dio la primera comunión y San Roberto Belarmino fue su consejero. Al manifestar su decisión de consagrarse a Dios, su padre lo mandó a viajar para que olvidara la idea. Las cortes de Madrid, Florencia, Pavía, Mantua... se quedaron admiradas de su virtud. Hizo voto de castidad. Repetía: "¿Qué es todo esto frente a la eternidad? Señor, ayúdame a no olvidar nunca el fin para el cual me has creado". A quien le llamaba príncipe y señor, le decía: "Servir al Señor es mucho más glorioso que poseer todos los principados de la tierra". Ingresó a la Compañía de Jesús en 1583, con el deseo de ser sacerdote. Hizo el noviciado y los estudios teológicos. Pero cuidando enfermos de peste en Roma, se contagió y voló al cielo poco antes de la ordenación, con 23 años, en 1591. Días antes de morir escribía a su madre: "Si el amor consiste en alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran, como dice San Pablo, ha se ser inmensa tu alegría, madre ilustre, al pensar que Dios me llama a la verdadera alegría, que pronto poseeré sin perderla jamás".
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