Simbólicamente, es así que la gran historia de Francia ha comenzado. Haciéndose bautizar por el obispo Remigio, en una fecha localizada entre 496 y 499, Clodoveo inscribe su reino bajo los auspicios del catolicismo. Después de ese hecho, Reims será la ciudad sagrada de los reyes. Y Clodoveo, ese jefe franco, delegará el nombre de su tribu al conjunto político que va poco a poco a constituir, y que se llamará un día Francia.
Tenía 15 años. Se llamaba Clodoveo. Era, en ese año 481, el rey de los francos. Sucede a su padre Chidéric. Era un bárbaro. ¿Pero quién no lo era? El Imperio romano de Occidente se asemejaba a un gran monumento devastado, a un campo en ruinas recorrido por gentes que se desplegaban en olas furiosas, surgidas de bosques sombríos de aquí o de allá del Rhin y del Danubio.
Algunos – los Godos, los Ostrogodos, los Visigodos, los Borgoñones – habían abandonado los dioses paganos.
Pero Dios, para ellos, era un poder único. Rechazaban creer en la Santísima Trinidad, un Dios que es también un hombre crucificado. Se convirtieron en discípulos de un sacerdote de Alejandría, Arrio. Y los obispos católicos los condenan como « arrianos » como herejes, y prefieren a los paganos.
Los paganos pueden ser convertidos a la pura y justa Fé por el bautismo. Los herejes, empecinados en el error, son enemigos irreductibles.
En ese océano bárbaro, los obispos tenían que reforzar su influencia, aliándose a tal tribu, para defender los intereses y los valores de la Iglesia Católica, evangelizando los paganos y sus reyes.
Remigio, el obispo de Reims, también está aliado a los francos en el tiempo de Childéric. Apenas Clodoveo ha sucedido a su padre, Remigio le escribe, con fuerza y honestidad de quien habla a nombre de la Militia Christi, la Milicia Cristiana.
Clodoveo conoce la fuerza y el papel de los obispos. Ellos son los verdaderos herederos del Imperio romano y, en todas las ciudades de Gaulia, los solos dignatarios de ser respetados y obedecidos. La Iglesia católica encarna la asamblea de creyentes más y más numerosa. Han constituido así un tejido que recubre toda la Gaulia y se extiende a la España de los Visigodos, la Italia de los Ostrogodos y al país de los Borgoñones. Los Bárbaros heréticos – Arrianos - deben contar con esta Iglesia que evangeliza Europa.
La batalla, en ese año 496, es largamente incierta. Clodoveo, de 30 años de edad, sabe que juega su destino. Él necesita apelar a todas las fuerzas. Él ha escuchado a Clotilde y Genoveva, a los obispos, y comenzando por Remigio, que le ha recordado como, en 312, el Señor de la nueva religión cristiana ha hecho un signo « Por este signo tu vencerás » al emperador Constantino. Y él también ha vencido a sus enemigos y ha hecho de la religión cristiana la religión del Imperio. Jesús Cristo puede darle la victoria a aquellos que creen, esperan en Él y se convirtieren.
Se puede no creer en los cronistas que explican la victoria – capital – de Clodoveo en Tolbiac por la « alianza » del rey franco con el Dios de los católicos. Se asemeja repetir el hecho de la victoria de Constantino, en 312.
Clodoveo se dirige hacia Reims donde debe recibir el sacramento del Bautismo de manos del obispo Remigio, el 25 de diciembre de 499.
Ese día, la gente ha invadido las calles de Reims. Las fachadas son cubiertas de tapicerías, las iglesias, adornadas de cortinas blancas. Sobre las calzadas y dentro de las capillas se queman centenares de velas. El cortejo real que avanza con un paso solemne hacia la catedral de Nuestra Señora. A la cabeza, la Cruz, después los monjes llevando los libros sagrados. Remigio tiende la mano a Clodoveo, rodeado de obispos de otras ciudades. Él lleva aún la barba y los largos cabellos crespos, signos paganos de su poder real.
Clotilde, las hermanas, los hijos, siguen. La esposa al frente, cubierta de un gran velo azul que disimula en parte sus cabellos rubios y cubre sus espaldas una túnica blanca.
Los 3.000 voluntarios de la guardia del rey, que van a ser bautizados al mismo tiempo que él cierran el cortejo.
Clodoveo, dentro de la catedral lleva aún los collares, que son los talismanes paganos. Se posterna al lado del bautisterio. Anuncia con una voz fuerte que él solicita el bautismo. Remigio le pregunta si rechaza a Satanás, si cree en la Santísima Trinidad, si condena también la herejía y escoge ser católico.
A cada pregunta Clodoveo responde con una voz fuerte y segura. Después Remigio, martillando cada palabra, dice: « Retira humildemente tus collares, fiel Sicambre. Adora lo que tú has quemado, quema lo que tú has adorado. »
Clodoveo desciende los escalones del bautisterio, recibe tres veces la inmersión en nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se levanta y recibe la túnica blanca de los nuevos creyentes.
Los cronistas reportan que es una paloma que le entrega a Remigiio el aceite sagrado, el santo crisma, con el cual él deberá « ungir » el cuerpo de Clodoveo.
La muchedumbre es muy compacga está muy densa, en efecto, el monje que está encargado de ese aceite santo no ha podido llegar hasta el bautisterio, y una paloma saliendo del frasco ha revoloteado sobre los arcos hasta Remigio.
Fuente: Max Galo (Academia Francesa).
Tenía 15 años. Se llamaba Clodoveo. Era, en ese año 481, el rey de los francos. Sucede a su padre Chidéric. Era un bárbaro. ¿Pero quién no lo era? El Imperio romano de Occidente se asemejaba a un gran monumento devastado, a un campo en ruinas recorrido por gentes que se desplegaban en olas furiosas, surgidas de bosques sombríos de aquí o de allá del Rhin y del Danubio.
Algunos – los Godos, los Ostrogodos, los Visigodos, los Borgoñones – habían abandonado los dioses paganos.
Pero Dios, para ellos, era un poder único. Rechazaban creer en la Santísima Trinidad, un Dios que es también un hombre crucificado. Se convirtieron en discípulos de un sacerdote de Alejandría, Arrio. Y los obispos católicos los condenan como « arrianos » como herejes, y prefieren a los paganos.
Los paganos pueden ser convertidos a la pura y justa Fé por el bautismo. Los herejes, empecinados en el error, son enemigos irreductibles.
En ese océano bárbaro, los obispos tenían que reforzar su influencia, aliándose a tal tribu, para defender los intereses y los valores de la Iglesia Católica, evangelizando los paganos y sus reyes.
Remigio, el obispo de Reims, también está aliado a los francos en el tiempo de Childéric. Apenas Clodoveo ha sucedido a su padre, Remigio le escribe, con fuerza y honestidad de quien habla a nombre de la Militia Christi, la Milicia Cristiana.
Clodoveo conoce la fuerza y el papel de los obispos. Ellos son los verdaderos herederos del Imperio romano y, en todas las ciudades de Gaulia, los solos dignatarios de ser respetados y obedecidos. La Iglesia católica encarna la asamblea de creyentes más y más numerosa. Han constituido así un tejido que recubre toda la Gaulia y se extiende a la España de los Visigodos, la Italia de los Ostrogodos y al país de los Borgoñones. Los Bárbaros heréticos – Arrianos - deben contar con esta Iglesia que evangeliza Europa.
La batalla, en ese año 496, es largamente incierta. Clodoveo, de 30 años de edad, sabe que juega su destino. Él necesita apelar a todas las fuerzas. Él ha escuchado a Clotilde y Genoveva, a los obispos, y comenzando por Remigio, que le ha recordado como, en 312, el Señor de la nueva religión cristiana ha hecho un signo « Por este signo tu vencerás » al emperador Constantino. Y él también ha vencido a sus enemigos y ha hecho de la religión cristiana la religión del Imperio. Jesús Cristo puede darle la victoria a aquellos que creen, esperan en Él y se convirtieren.
Se puede no creer en los cronistas que explican la victoria – capital – de Clodoveo en Tolbiac por la « alianza » del rey franco con el Dios de los católicos. Se asemeja repetir el hecho de la victoria de Constantino, en 312.
Clodoveo se dirige hacia Reims donde debe recibir el sacramento del Bautismo de manos del obispo Remigio, el 25 de diciembre de 499.
Ese día, la gente ha invadido las calles de Reims. Las fachadas son cubiertas de tapicerías, las iglesias, adornadas de cortinas blancas. Sobre las calzadas y dentro de las capillas se queman centenares de velas. El cortejo real que avanza con un paso solemne hacia la catedral de Nuestra Señora. A la cabeza, la Cruz, después los monjes llevando los libros sagrados. Remigio tiende la mano a Clodoveo, rodeado de obispos de otras ciudades. Él lleva aún la barba y los largos cabellos crespos, signos paganos de su poder real.
Clotilde, las hermanas, los hijos, siguen. La esposa al frente, cubierta de un gran velo azul que disimula en parte sus cabellos rubios y cubre sus espaldas una túnica blanca.
Los 3.000 voluntarios de la guardia del rey, que van a ser bautizados al mismo tiempo que él cierran el cortejo.
Clodoveo, dentro de la catedral lleva aún los collares, que son los talismanes paganos. Se posterna al lado del bautisterio. Anuncia con una voz fuerte que él solicita el bautismo. Remigio le pregunta si rechaza a Satanás, si cree en la Santísima Trinidad, si condena también la herejía y escoge ser católico.
A cada pregunta Clodoveo responde con una voz fuerte y segura. Después Remigio, martillando cada palabra, dice: « Retira humildemente tus collares, fiel Sicambre. Adora lo que tú has quemado, quema lo que tú has adorado. »
Clodoveo desciende los escalones del bautisterio, recibe tres veces la inmersión en nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se levanta y recibe la túnica blanca de los nuevos creyentes.
Los cronistas reportan que es una paloma que le entrega a Remigiio el aceite sagrado, el santo crisma, con el cual él deberá « ungir » el cuerpo de Clodoveo.
La muchedumbre es muy compacga está muy densa, en efecto, el monje que está encargado de ese aceite santo no ha podido llegar hasta el bautisterio, y una paloma saliendo del frasco ha revoloteado sobre los arcos hasta Remigio.
Fuente: Max Galo (Academia Francesa).
Escríbanos a heraldos@adinet.com.uy