lunes, 23 de febrero de 2009

La resurrección de Lázaro




Jesús predicaba en la región de Pereia, distante una jornada de Betania. Con enorme solicitud y cariño por Lázaro, Marta y María envían un mensajero para avisarle del estado de salud del hermano.
El mensaje no era sólo informativo sino, con enorme discreción, él contenía una súplica: "Señor, aquel que amas está enfermo". Según San Agustín, esta simple frase contiene una profunda verdad de fé: Dios jamás abandona aquel a quien ama.
Gran perplejidad deben haber tenido ambas, al recibir la respuesta del Señor, dos días después del fallecimiento de Lázaro: "Esta enfermedad no es de muerte..." Mayor aflicción aún se debió al hecho de Jesús no haberse movido inmediatamente para socorrer al amigo ni encontrarse con sus hermanas.
Al llegar a Betania Jesús es recibido por Marta: "Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no hubiera muerto". No hay la menor sombra de queja en la frase de Marta, al contrario, se trata de la manifestación de un apesumbrado sentimiento basado en la confianza del poder de Jesús.
Delante del sepulcro, con magna autoridad, Jesús ordena: "Sacad la lápida". Marta siempre criteriosa, no resiste en analizar que el cadáver ya estaría en descomposición después de varios días. "Señor, él ya huele mal..." Magistral la respuesta de Jesús: "¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?"
Jesús entonces gritó en voz fuerte: "¡Lázaro, sale!".
Lázaro estaba envuelto con fajas de la cabeza a los pies, no obstante, apareció en la puerta del sepulcro con visibles señales de vida.
"Desatadlo y dejadlo ir" es la última voz de comando del Divino Taumaturgo.
Ahí está el poder de Cristo manifestado en la resurrección de un amigo, para alimentar nuestra fé.

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