sábado, 27 de septiembre de 2008

Habrá un mañana para la religión?


Escribe Monseñor Nicolás Cotugno sdb, Arzobispo de Montevideo.
Aún inconscientemente todos nos preguntamos. Qué está pasando en el mundo hoy? Hacia dónde vamos? En qué sociedad viviremos dentro de unas décadas?
No me detengo a ennumerar los factores que inciden fuertemente en el indiscutible cambio de época que estamos protagonizando. Oportunidades y horrores se entrecruzan a sufrimientos y alegrías. Cuántos horizones nuevos! Nuevas posibilidades! Para bien y para mal.
Pero, si damos una mirada global a nuestra sociedad uruguaya y montevideana en particular, constatamos que ya no podemos seguir diciendo "como Uruguay no hay". Sí, es cierto; nosotros no tenemos problemas de terremotos, huracanes y ciclones, pero tenemos problemas sociales no menos graves y compartidos por gran parte de la humanidad; desde la inseguridad, pobreza, leyes conocidas por todos, puestas en discusión o aprobadas que tienen gran impacto a futuro en el entramado social; uniones concubinarias y sus derechos civiles, posibilidad de adopción por parte de parejas del mismo sexo, ley de educación... Percibimos que en el entramado social de alguna manera se están moviendo los cimientos tradicionales de la convivencia humana.
Cuando la energía no alcanza, el mundo entra en crisis (ojalá la fusión atómica suplante cuanto antes al petróleo como fuente energética!). Cuando el sol desaparece la humanidad siente frío (cuántas creencias religiosas y mitos identifican al sol con Dios!). Estamos sintiendo el frío del materialismo ateo que cosifica y achica nuestra identidad de personas humanas. Nos da miedo el apagarse de la luz de la Verdad. Con la exclusión de Dios de la vida personal y de la sociedad, no pocos –sobre todo jóvenes- se sumergen en la angustia de una vida que se hunde en la desesperación de una 'pasión inútil'.
Se me ha preguntado: Cómo se ubica la Iglesia frente a esta situación? Cómo ve el futuro de nuestra sociedad? Cuál será el aporte de la Iglesia a la sociedad del futuro.
Quisiera sintetizar mi aporte respondiendo a la pregunta siguiente: Tendrá aún cabida en el futuro la religión?
Mi respuesta no arrancará de la Biblia, sino de una constatación científica del ámbito psíquico-sociológico.
En abril de este año el Pbro. Dr. Omar Franca, director del Instituto de Ética y Bioética de la Universidad Católica del Uruguay, publicó un libro: "Psicología de la experiencia religiosa" (Prensa Médica Latinoamericana), que pone a nuestro alcance datos científicos interesantes.
Sostiene que "en el año 2000 el 65% de las Facultades de Medicina de los Estados Unidos de América impartía cursos de Religión y Espiritualidad a sus alumnos. El presupuesto epistemológico de esta realidad es que los psicólogos pueden ver que la religión tiene la capacidad de construir, sustentar y reconstruir vidas humanas, tanto individual como colectivamente, de diversas maneras".
Es considerando un dato científico que "la crisis de civilización en la que estamos es para algunos estudiosos la causa de la revitalización de la dimensión religiosa de la persona humana". Se pensaba que con el adviento de la civilización industrial y bajo el rigor de la investigación científica a todos los niveles necesariamente la religión tendría que desaparecer. La historia dice exactamente lo contrario: "La insuficiencia de la ciencia y de la tecnología para brindar horizontes de sentido a los seres humanos, ha llegado a una nueva búsqueda por lo religioso".
Si acudimos a las estadísticas, ellas nos dicen que los cristianos (católicos y evangélicos) representan el 32% de la población mundial; los musulmanes el 20%; 13% los hindúes; 13% los creyentes no afiliados a una religión; 6% budistas; 8% religiones étnicas; 6% religiones chinas; 0,2% judíos; 2% ateos.
No habrá que – lejos de toda intención instrumental subjetivista y proselista- aunque sea sospechar que para la persona humana, y por ende para toda la sociedad, la dimensión espiritual-religiosa es tan objetivamente integrante del ser humano como el aire que respiramos?
Si queremos mejorar al hombre debemos llegar a su corazón. Nadie rechaza ser amado y amar; el amor pertenece a la esencia del ser humano. Quienes, siendo Iglesia, identificamos el amor con Dios, sentimos el don de la fe no como un privilegio exclusivo sino como un servicio de ofrecer a toda la familia humana un camino de realización de la propia personalidad en el horizonte infinito del SER compartido en la fraternidad de todos los pueblos.
Por otro lado, al constatar que en la vida práctica no se acepta la existencia de la Verdad que pueda orientar la libertad y la justicia en la convivencia de los seres humanos, me pregunto: Hay principios fundamentales universalmente válidos que deben ser asumidos y respetados por todos?
Me convenzo cada vez más que si no se toma la ley natural como fundamentalmente universal de la convivencia humana y de los derechos humanos, será natural que se prescinda de toda ley y de la universal valoración y promoción de los derechos humanos.
Sin ley natural, será natural que no haya ley y seguiremos buscando y desenterrando cadáveres. Sin ley no hay derecho. Sin derecho no hay libertad ni justicia. Sin justicia y libertad no hay amor. Sin amor no hay solidaridad y paz. Sin solidaridad y paz nos congelamos todos.
También vislumbro que en la vida cotidiana de los próximos años marcada por la promoción de la cultura de la pluriformidad de pensamiento, por la tolerancia, las ideologías, creencias, religiones y diversidad de conductas éticas, necesitaremos salvaguardar nuestra libertad de una polilla que la podría destruir desde dentro, entrando en un estado de inconsciente anestesia: me refiero al dilatado imperio del sofisma nacional – que podría ser el equivalente de un relativismo anárquico- que se vale de los trucos de solapadas palabras y del resplandor de imágenes seductoras para presentar algo como verdadero cuando de hecho no lo es. Los sofistas contemporáneos afectan a la verdad, como la pasta base a nuestros jóvenes. Caeríamos en un estado de generalizada corrupción de la que ni la más afirmada democracia nos podría salvaguardar.
Es un derecho incuestionable de todo ciudadano aspirar a un nivel de calidad de vida acorde con la dignidad de la persona humana. No menos incuestionable es el derecho de aspirar a un nivel de calidad personal que sepa incorporar los valores de la propia individualidad en el contexto del patrimonio de los valores de la sociedad a la que pertenecemos, aportando de esta manera lo mejor de cada uno a esa ciudadanía regional y mundial, camino hacia la construcción de la gran familia humana.
La Iglesia nunca dejará de ser portadora de esperanza y promotora del bien común. A pesar de todas las tormentas y de todas las heladas, todos los años el trigo que se siembra en invierno, en primavera brota en espiga y seguirá habiendo pan.
Como Iglesia nos sentimos llamados a no arrancar la cizaña de nuestra historia (que tiene muchísimas expresiones, personales y sociales, morales y espirituales), sino a sembrar y a hacer crecer en ella el buen trigo de la solidaridad y de la justicia, del respeto de la multiformidad étnica y cultural, ideológica y religiosa, pedagógica y didáctica.
Hay preguntas sobre el futuro que siempre dejarán espacio para ulteriores posibilidades de Ser. La ciencia se mueve en el ámbito de lo positivo y experimentable. Pero el Ser no es sólo cuántico, no es sólo materia, física. El Ser es también una realidad metafísica. No es sólo celulosa, campos, contenedores, palacio legislativo, playas, asado, fútbol. No es sólo barrio Borro o Carrasco. Lo esencial es invisible a los ojos. La eternidad no puede ser atrapada por el tiempo. Es tan humano y científico mirar los relojes del tiempo y los calendarios de los siglos como levantar los ojos a las estrellas y contemplar el Ser más allá de ellas.
Quienes tenemos la gracia de tener en ese Dios que se ha hecho carne en Jesucristo, el Señor, experimentamos que el futuro absoluto ya ha tenido su realización en Aquel que resucitó de entre los muertos asumiendo la forma definitiva del ser creado en la transfiguración del Cristo glorificado.
Desde esta fe cristológica miramos el futuro con la certeza que nuestro mañana es el ayer de Dios. Y esto no es opio de los pueblos. Es energía de creatividad que impulsa a cambiar las injusticias del mundo puesta al alcance de la libertad del hombre. El mundo material y nuestra historia, la de ayer, la de hoy y la de mañana y pasado mañana pertenecen a ese proceso de humanización de toda persona humana que en su materialidad y espiritualidad ya vive el dinamismo de incorporación al misterio absoluto que es Dios. Y Dios es amor.
El hombre no puede vivir sin respirar. El aire definitivo de la humanidad es el amor. La atmósfera terrestre (también por la insensatez de los seres humanos) podrá desaparecer. Pero, Dios amor no desaparecerá jamás. Y el hombre vivirá para siempre. Porque la vocación del hombre es una sola: divina.
Abiertos a un mundo que en su casi totalidad acepta diversas maneras la dimensión religiosa, considero que sería una laicidad muy pobre la de una sociedad que la redujera a la exclusión de toda dimensión religiosa. La experiencia demuestra que cuando queremos deshacernos de Dios, la convivencia humana se transforma en una Torre de Babel en la que aún hablando el mismo lenguaje de los derechos humanos no logramos entendernos y nos separamos entre individuos, familias, pueblos, naciones y continentes. Si no aceptamos que todos los seres humanos somos criaturas de Dios perteneciendo a su familia, no habrá quien logre borrar de nuestra historia presente, de nuestro hoy, el absurdo de una guerra que nos desangra.
Sin hacer futurología, simplemente animado por la esperanza de mi fe que mira a la sociedad con el optimismo realista del amor hecho solidaridad, vislumbro un mañana en que: la libertad supere el imperio de la superficialidad; la laicidad asegure el reconocimiento y el ejercicio de toda libertad y de todo derecho; la familia sea reconocida y promovida como roca sobre la cual edificar la vida; la religión sea incorporada como espacio de vivencia globalizada en lo absoltuto; la fraternidad universal sea compartida en justicia y paz.
La Iglesia de América Latina y el Caribe reunida en Aparecida, el año pasado ha percibido la suave brisa del Espíritu, que desde el Resucitado nos impulsa a ser misioneros de esperanza, de justicia, de solidaridad y de amor.
Nos sentimos todos discípulos de Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.
Aparecida nos pone a todos los cristianos en la órbita del discipulado misionero que, en síntesis, quiere seguir poniendo al alcance de todo latinoamericano, de todo uruguayo, en los próximos años, la posibilidad de dejarse iluminar por Cristo que es la luz del mundo y que vino para que todos tengamos vida en abundancia.
Fuente: http://www.iglesiacatolica.org.uy/