En la renovación de la vida cristiana nada tiene la primordial importancia como los pilares de devoción de todo católico: a la Eucaristía, a la Santísima Virgen y el amor al Papado. Dedicaremos este segundo artículo a la devoción mariana.
María Santísima con sus oraciones consigue las gracias que precisan los hombres y el mundo. San Luis María Grignion de Montfort [1] insiste mucho en que para encontrar a Nuestro Señor Jesucristo es preciso buscarlo en Nuestra Señora: con María, para María, en María, por María se llega a Jesús.
La devoción a la Santísima Virgen siempre ha sido considerada, justa y merecidamente, como el único culto que se llama cristiano –“porque en Cristo tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo conduce en el Espíritu Santo al Padre” [2]-, y medio de auténtica piedad.
Nuestro Señor es la fuente de todas las gracias. Nuestra Señora es el canal de todas las gracias. Todo cuanto a Él pedimos Él lo tiene, pues es infinito y posee todo. Todo cuanto pedimos por medio de Nuestra Señora lo obtenemos. Es bien conocida la afirmación de que, si olvidamos a María, y pedimos por medio de los Ángeles y de los Santos sin la mediación [3] de Ella, pues nada obtendremos. Si a María Santísima pidiésemos que interceda, Ella sola sin ellos, obtendríamos todo. En repetidas oportunidades León XIII afirmaba esta gran enseñanza: “Se puede afirmar con toda verdad y rigor que, por divina disposición, nada nos puede ser comunicado, del inmenso tesoro de la gracia de Cristo sino por medio de María. De modo que, así como nadie puede llegar al Padre Supremo sino por medio del Hijo, así también, ordinariamente, nadie puede llegar a Cristo sino por medio de su Madre” [4].
El origen del culto mariano no es fácil de precisar, dado que no surge por decreto ni de golpe en los fieles, sino a través de los siglos en la vida litúrgica de la Iglesia. “Sin embargo puede afirmarse que es anterior al concilio de Efeso (a. 431) y que su núcleo aparece, no obstante, la presencia de María en las confesiones de fe bautismales del siglo II y en la anáfora de Hipólito (ca. 215) entorno al ciclo natalicio ” [5].
El mundo ha sufrido transformaciones que produjeron desequilibrios que, “hunden sus raíces en el corazón humano” (GS, 10) y “redundan también en la vida religiosa” (GS, 4). Estamos ante una crisis que, por tocar el alma del hombre, es moral, y por ser moral es substancialmente religiosa, ya que no se concibe una moral sin religión. Por lo tanto, “esa crisis sólo puede ser evitada, sólo puede ser remediada con el auxilio de la gracia” [6].
Siendo María Santísima, como enseñan numerosos teólogos, el tesoro y canal de todas las gracias, el cuello del Cuerpo Místico del cual Nuestro Señor Jesucristo es la Cabeza; todo pasa por Ella. María es Reina, es a María que la Iglesia le reza diciendo “Reina y Señora de los Cielos y la tierra” [7]. Pero, la realeza de Nuestra Señora, aun teniendo soberana eficacia en toda la vida de la Iglesia y la sociedad temporal, se realiza primeramente en el “santuario interior de cada alma, es desde donde Ella se refleja sobre la vida religiosa y civil de los pueblos” [8].
En el Evangelio de San Juan vemos cómo Nuestro Señor responde a la pregunta de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn 14, 8), con afirmación clara y tajante: “Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. Así vemos que Cristo es el único camino al Padre, es lo que la Iglesia ha enseñado en todo tiempo. “Pero la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo y amaestrada por una experiencia secular, reconoce que también la piedad a la Santísima Virgen, de modo subordinado a la piedad hacia el Salvador y en conexión con ella, tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza renovadora de la vida cristiana” [9].
La Constitución Conciliar Lumen Gentium dedica un capítulo a la Santísima Virgen María. Sobre la naturaleza y fundamento del culto a María, destacando su historia y especialmente su eficacia, enseña que “este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, a pesar de ser enteramente singular, se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo Encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo favorece eficazmente, ya que las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios” [10] hacen que el Padre Eterno sea “mejor conocido, amado y glorificado, y a la vez sean mejor cumplidos sus mandamientos” [11].
Eucaristía y María, dos devociones íntimamente relacionadas e indispensables a ser difundidas en nuestros días para contrarrestar la avalancha paganizante que convulsiona del mundo moderno. De María, aprendamos su fe Eucarística, de Ella que ofreció en su “fiat” su seno virginal para la encarnación de nuestro Redentor; de Ella “mujer eucarística con toda su vida [12]” a ser tomada como modelo; pues, “nadie goza de mayor gracia y poder, cerca del Corazón Sacratísimo del Hijo de Dios y a través del Hijo cerca del Padre” [13].
P. Fernando Gioia, EP.
Heraldos del Evangelio.
padrefernandogioia@heraldos. info
[1] SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen. Capítulo VIII, artículo II.
[2] PABLO VI. Exhortación Apostólica Marialis Cultus, Introducción.
[3] Nota: La Iglesia aprobó bajo Benedicto XV, el 21 de enero de 1921, el Oficio y la Misa propios de María Medianera de todas las gracias, para diócesis y familias religiosas que lo habían solicitado.
[4] LEON XIII. Encíclica Octobri mense. 12. 22-9-1891.
[5] ABAD IBÁÑEZ, J.A. y GARRIDO BONAÑO, M. Iniciación a la Liturgia de la Iglesia, p. 761. Madrid: Palabra, 1997.
[6] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolución y Contra Revolución, Prólogo, p. 23. Buenos Aires, 1970.
[7] PÍO XII. Oración a María Reina. 1º de noviembre de 1954.
[8] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolución y Contra-Revolución. Prólogo. 32. Buenos Aires, 1970.
[9] PABLO VI. Exhortación Apostólica Marialis Cultus, 57.
[10] LUMEN GENTIUM, 66.
[11] LUMEN GENTIUM, 66
[12] JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistía, 53.
[13] PIO XII. Mediator Dei, 212
Fuente: https://www.lausdeo.world/ 2016/11/21/la-devocion- mariana/
viernes, 25 de noviembre de 2016
La Devoción Mariana
sábado, 12 de noviembre de 2016
Río de Janeiro será sede de la 24ª peregrinación de la Legión de María hasta la Basílica de la Peña
En esta ocasión, la peregrinación concentrará a los fieles en el portal de subida para el Santuario, tras lo que se seguirá la meditación de la Vía Sacra.
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Conferencia Episcopal Argentina convoca a V Congreso Misionero Nacional
Foto: CEA |
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sábado, 5 de noviembre de 2016
Mar regresa imagen de la Virgen que había desaparecido tras un ciclón en Punta del Este, Uruguay
Momento en que la imagen es llevada a la iglesia de la Candelaria para su restauración / Foto: Municipio Punta del Este. |
El Municipio de Punta del Este guardaba la esperanza que la imagen fuese devuelta por el mar, como lo escribió en su cuenta de Twitter. En la foto, la imagen que fue ubicada temporalmente en el nicho de la Virgen de la Candelaria. |
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Motivar la adoración P. Rafael Ibarguren EP – Consiliario de Honor de la FMOEI
El deber de adorar al Santísimo lo cumplen los fieles cuando comulgan con devoción, ya sea sacramental o espiritualmente, cuando participan de una Hora Santa, también visitando al “Dios escondido” que permanece reservado en un sagrario, al concurrir a una procesión del Corpus, etc.
Igualmente ¡hasta pueden adorar al Señor desde su casa o el trabajo! ¿De qué manera? acercándose en espíritu al sagrario de su parroquia o de algún otro templo, en un acto de fe y de amor. A bien decir, se puede adorar a Jesús Sacramentado en todo tiempo y lugar ¡Qué gracia y qué facilidad!
Imaginemos una circunstancia hipotética bastante suis generis: que se supiese que Nuestro Señor Jesucristo se va a aparecer en persona en tal plaza pública o lugar descampado, a una hora precisa. Seguramente se congregarían ahí miles y miles de devotos y de curiosos.
Pero no es menos cierto que en miles y miles de sagrarios de nuestras iglesias y capillas urbanas y rurales, el Señor está presente, siempre a nuestra espera, congregando a poquísimos… o a nadie, y sin que ni siquiera se piense en ello. ¿Falta de fe? ¿Falta de amor? Sí, y también falta de consecuencia, pues lo que profesamos con los labios no lo aplicamos a nuestra vida concreta.
La razón iluminada por la fe nos dice que Jesús está ahí. Pero resulta que la sensibilidad no se enciende delante de esta verdad incontestable y, por eso, no llega a mover la voluntad para que se resuelva a ir a adorar al Señor.
Esa insensibilidad es irracional y, por supuesto, pecaminosa. Mientras no se la combata y se la corrija, dejará su secuela inevitable: una voluntad desfibrada incapaz de moverse. Hasta los animales que actúan por instintos, son infalibles en el ejercicio de cumplir con su fin. El hombre, en cambio, llega racionalmente a renunciar al deber, lo que le acarrea consecuencias fatales y eternas. Así somos…
De las potencias del alma –inteligencia, voluntad y sensibilidad- la tercera es la más frágil y, a ese título, la que hay que cuidar y motivar con especial esmero. Sin un incentivo que potencie la voluntad, la virtud se hace impracticable, o casi tanto.
Por eso, en relación al culto debido a la Eucaristía, es adecuado que haya ambientes apropiados que estén a la altura del misterio y que estimulen a los fieles a hacer actos de adoración.
Se podría objetar que la ambientación no es más que un marco accesorio, que lo que importa es la sustancia misma: apenas la presencia de la Eucaristía, sin más. Pero quien simplifique así las cosas, claudica de su condición humana, ya que no somos puros espíritus como los ángeles. Necesitamos de un estímulo material.
¿Cómo amar y servir a Dios y al prójimo sin actitudes, gestos, signos? El amor y el servicio se plasman en cosas palpables, no se quedan en teorías ideales. Se cristalizan también en principios razonables y realizables hic et nunc, aquí y ahora, es decir, que tomen cuerpo en la tierra… y no en el mundo de la luna.
Aplicando esta reflexión a la adoración al Santísimo Sacramento, hay que saber que cuando se trata de honrar al Rey de reyes, todo es poco; y en este empeño siempre nos quedaremos cortos. Para su debido culto, la presencia real de Jesús pide una “opción preferencial” por lo mejor, por lo más excelente posible.
Vamos a algunos ejemplos: para honrar a la Eucaristía, qué escogeríamos si tuviésemos que elegir ¿Un cáliz de barro o uno de plata? Para el mantel del altar ¿el acrílico o el lino? Para el sagrario ¿una madera rústica o de categoría, o un metal de valor? Para las velas ¿la cera o la parafina? para el vino a consagrar ¿uno de calidad o el más ordinario posible? para los jarrones ¿flores de plástico o naturales? etc.
Otras preguntas: ante el Santísimo, ¿debo estar vestido de cualquier forma o presentarme dignamente? ¿Saludarle al entrar con una genuflexión o directamente llegar y sentarme sin mayor respeto? ¿Procurar estar a gusto, o “penar” en bancos incómodos, más propios de un faquir que de un adorador? ¿Preferir las armonías de una música que me distiende o las estridencias de un ritmo mundano que dispersa mi atención?
Si no se dispone de un marco apropiado para la adoración, la sensibilidad no se deleita, la voluntad no se mueve y la inteligencia no se satisface. A no ser que nos creamos “superhombres”. O -sería otra excepción que no desmentiría la regla- que estemos llamados a ser singulares anacoretas que transitan por vías anormales…
Cuidemos lo esencial y también los detalles, porque el amor verdadero está hecho de una multitud de detalles, incluso aparentemente superfluos. Así, motivaremos la adoración; de lo contrario -ya que nada de grande se hace de repente- irá tomando cuerpo el desorden que nos podrá conducir paulatinamente muy lejos en el camino del mal, del error y de la feura.
¡Qué contraste desolador!: mientras los católicos tantas veces descuidamos el culto Eucarístico, profanadores de iglesias utilizan las Hostias robadas de los sagrarios, para ultrajar el sacramento haciendo “misas negras”. Es lo que denunció recientemente el arzobispo de Toledo, España (ACI, 19 Oct. 16).
Como conclusión, digamos que no solo hay que cuidar de detalles. Otra manera excelente de motivar la adoración es indignarse con los sacrilegios perpetrados e ir a los pies de Jesús Hostia para reparar tanta maldad que queda impune. ¿Acaso no se debe amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas? (Dt, 6, 5). La adoración reparadora es una pujante muestra del amor.
Asunción, octubre de 2016