jueves, 27 de octubre de 2011

Dios tiene debilidad por quienes son considerados perdidos

Intervención de Benedicto XVI al rezar el domingo la oración mariana del Ángelus junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.


Queridos hermanos y hermanas:

El evangelista san Lucas presta una atención particular al tema de la misericordia de Jesús. En su narración, encontramos algunos episodios que destacan el amor misericordioso de Dios y de Cristo, quien afirma que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores (Cf. Lucas 5,32). Entre las narraciones de Lucas, se encuentra la de la conversión de Zaqueo, que presenta la liturgia de este domingo. Zaqueo es un "publicano", es más, el jefe de los publicanos de Jericó, importante ciudad en el río Jordán. Los publicanos eran los recaudadores de los impuestos que los judíos debían pagar al emperador romano, y por este motivo eran considerados pecadores públicos. Además, aprovechaban con frecuencia su posición para hacer chantaje y sacar dinero a la gente. Por este motivo, Zaqueo era muy rico, pero despreciado por sus conciudadanos. Por tato, cuando Jesús, al atravesar Jericó, se detuvo precisamente en casa de Zaqueo, suscitó un escándalo general. El Señor, sin embargo, sabía muy bien lo que hacía. Por así decir quiso arriesgar y ganó la apuesta: Zaqueo, profundamente impresionado por la visita de Jesús, decide cambiar de vida, y promete restituir el cuádruple de lo que ha robado. "Hoy ha llegado la salvación a esta casa", dice Jesús y concluye: "el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido".

Dios no excluye a nadie, ni a pobres y ni a ricos. Dios no se deja condicionar por nuestros prejuicios humanos, sino que ve en cada uno un alma que hay que salvar, y le atraen especialmente aquellas almas que son consideradas perdidas y que así lo creen ellas mismas. Jesucristo, encarnación de Dios, ha demostrado esta inmensa misericordia, que no le quita nada a la gravedad del pecado, sino que busca siempre salvar al pecador, ofrecerle la posibilidad de rescate, de volver a comenzar, de convertirse. En otro pasaje del Evangelio, Jesús afirma que es muy difícil para un rico entrar en el Reino de los cielos (Cf. Mateo 19, 23). En el caso de Zaqueo, vemos precisamente que lo que parece imposible se realiza: "Él entregó su riqueza e inmediatamente quedó sustituida por la riqueza del Reino de los cielos", comenta san Jerónimo (Homilía sobre el Salmo 83, 3). Y san Máximo de Turín añade: "Las riquezas son un alimento para los necios para la deshonestidad; sin embargo, para los sabios son una ayuda para la virtud; a éstos se les ofrece una oportunidad para la salvación, en el caso de los otros provoca un traspiés que les arruina" (Sermones, 95).

Queridos amigos, ¡Zaqueo acogió Jesús y convirtió, pues Jesús había sido el primero en acogerle! No le había condenado, sino que le había respondido a su deseo de salvación. Pidamos a la Virgen María, modelo perfecto de comunión con Jesús, que experimentemos la alegría de recibir la visita del Hijo de Dios, de quedar renovados por su amor, y transmitir a los demás su misericordia.

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