sábado, 15 de octubre de 2011

Autoestima y afán por mejorar

El mundo exterior podrá hacerte sufrir,

pero sólo tú podrás avinagrarte a ti mismo.


Georges Bernanos


El hombre puede y debe aspirar a mejorar cada día a lo largo de su vida.

Y una buena forma
de progresar en autoestima
es avanzar en la propia mejora personal.

Una tarea que siempre enriquece nuestra vida y la de quienes nos rodean.

—Pero nunca se llega a ser perfecto, y entonces ese intento tiene que acabar produciendo frustración...

No debe confundirse el ideal de buscar la propia mejora con un enfermizo y frustrante perfeccionismo. Querer aproximarse lo más posible a un ideal de perfección es muy distinto de ser perfeccionista, o de embarcarse en la utópica pretensión de llegar a no tener defecto alguno (o en la más peligrosa aún, de querer que los demás tampoco los tengan).

El hombre ha de enfrentarse a sus defectos de modo humilde e inteligente, aprendiendo de cada error, procurando evitar que sucedan de nuevo, conociendo sus limitaciones para evitar exponerse innecesariamente a situaciones que superen su resistencia. Así, además, comprenderá mejor los defectos de los demás y sabrá ayudarles mejor. Su corazón tendrá, como escribió Hugo Wast, la inexpugnable fortaleza de los humildes.

La tarea de mejorarse a uno mismo no debe afrontarse como algo crispado, angustioso o estresante. Ha de ser un empeño continuo, que se aborda en el día a día, de modo cordial, con espíritu deportivo, conscientes de que habrá dificultades, y conscientes también de la decisiva importancia de ser constantes. Esa actitud hace al hombre más sereno, con más temple personal. Las contrariedades ordinarias le afectarán, pero habitualmente serán turbulencias superficiales y pasajeras. Y las posibles desgracias, de las que no se ve libre ninguna vida, no producirán en él heridas profundas.

—Antes decías que la excesiva exigencia puede afectar a la autoestima. Pero no sé si será peor la excesiva indulgencia con uno mismo.

En efecto. Por ejemplo, la enseñanza básica de algunos países occidentales se esforzó durante las dos o tres décadas pasadas en fortalecer la autoestima de los alumnos prodigando alabanzas incluso cuando los resultados eran desoladores. Se trataba, ante todo, de no desanimar, con idea de que, educando así, esas personas tendrían en el futuro muchos menos problemas, porque su elevada autoestima les impediría tener un comportamiento antisocial.

Los resultados –la terca realidad– está haciendo que sean cada vez menos los especialistas que creen que ése sea un buen método pedagógico. Es más, la falsa autoestima puede causar mucho más daño. Una educación empeñada en no culpabilizar nunca a nadie, y empeñada en que cualquier opción puede ser buena, hace que las personas acaben parapetándose tras sus opiniones y sus actos y se hagan impermeables al consejo o a cualquier crítica constructiva, puesto que toda observación que no sea de alabanza la recibirán negativamente.

El exceso de autoindulgencia,
el alabarlo todo,
o relativizarlo todo,
suele conducir a más patologías
de las que evita.

Decir a los hijos o a los alumnos que nos parece bien lo que es dudoso que esté bien, o que hagan lo que les parezca mientras lo hagan con convicción, o cosas por el estilo, acaba por dejarles en una posición muy vulnerable, pues se sentirán tremendamente defraudados cuando al final choquen con la dura y terca realidad de la vida.

Como ha señalado Laura Schlessinger, es mejor basar la autoestima en logros reales, en hacerles pensar en los demás y procurar ayudarles, en hacer cosas que sean verdaderamente útiles. No se trata de hacerles cavar zanjas, alabar ese trabajo, y luego volver a taparlas.

Se trata de avanzar
en el camino de la virtud,
de dejar de lamentarse tanto
de los propios problemas,
y tomar ocasión de ellos
para forjar el propio carácter.

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