miércoles, 28 de diciembre de 2011

Perderlo todo

Buscando el bien de nuestros semejantes,
encontramos el nuestro.

Platón



El único superviviente de un naufragio llegó a la playa de una isla deshabitada y perdida en el océano. Durante meses, rezaba fervientemente a Dios pidiendo ser rescatado. Cada día, escudriñaba el horizonte suspirando por vislumbrar un barco que pasara por aquel lugar tan apartado de las rutas habituales, pero pasaba el tiempo y parecía que jamás llegaría nadie.

Cansado, finalmente optó por construir una cabaña de madera con la que protegerse de los rigores del invierno y resguardar también sus escasas y modestas pertenencias. Le costó muchas semanas de trabajo agotador. Un día, a media tarde, después de hacer una ronda por la isla en busca de alimento, encontró a su vuelta la cabaña envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. El rescoldo, que durante tanto tiempo había procurado conservar de modo permanente, había desprendido una chispa y su casa se había incendiado. Lo peor había ocurrido. Lo había perdido todo. Se quedó lleno de tristeza y de rabia. "¡Dios, cómo pudiste hacerme esto a mí! ¿No era suficiente con lo que tenía?", se lamentó. Quedó dormido, tendido en la playa. A las pocas horas, le despertó el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo. "¿Como supieron que estaba aquí?", preguntó el hombre a sus salvadores. "Vimos su señal de humo y acudimos enseguida", contestaron ellos.

A veces, en nuestra vida, hemos puesto mucho empeño en conseguir algunos logros, probablemente bastante modestos si se miran desde la distancia, y un buen día nos encontramos con que los hemos perdido, o los vamos a perder, y nos parece algo realmente duro. Sin embargo, cuando perdemos todo por entregarlo a Dios, nos sucede como a aquel náufrago, que precisamente al perder todas sus modestas posesiones se encontró con algo mucho más grande.

-Eso es verdad, pero cuando nos planteamos algo serio y nos falta valor para acometerlo, se nos ocurren siempre muchos motivos para esperar.

Sí, en esos casos nos vienen muchos motivos razonables, e incluso ingeniosos, para no lanzarnos. El ingenio siempre acude en ayuda de la pereza, y nos habla de moderación, de sensatez, de realismo, de que no están los tiempos para heroísmos.

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