Así, la presencia de Dios y la propia acción divina, tanto la permanente como la actual, sobre todas las criaturas, serán discernidas -aunque muchas veces en medio de una cierta penumbra- por una Fe robusta y viva. Y esto consistirá, de cierto modo, en alguna participación en el conocimiento que Dios posee sobre Sí mismo y sobre el universo. Será la más elevada vida intelectual, en la cual la intensidad de esa virtud teologal determinará mayor o menor penetración (y dominio) de ésta, en aquella.
La Fe, por tanto, no constituye un estorbo para la cultura como erróneamente podría parecer a espíritus menos avisados. Muy al contrario, determinación, certeza y substancia son conferidas a la inteligencia que en ella se fundamenta. Ella diviniza las cualidades humanas, y jamás las perjudica. Y nuestra inteligencia, así divinizada, pasa a comprender todo bajo el prisma de Dios. Ahí estará alojada la castidad de nuestra inteligencia que consistirá en una íntegra lealtad de cara a las realidades objetivas y del propio Dios, todo analizado con una esplendorosa clareza debido a una mayor o menor participación en el conocimiento increado. Ella es un precioso fruto de la plena donación de nuestra inteligencia a Dios, fruto, a su vez, de la iniciativa de Él en escogernos y de nosotros tomar posesión: "No fuiste vos que me escogiste sino, fui yo que os escogí" (Jn 15, 16).
Por: Mons. João S. Clá Dias, EP
No hay comentarios:
Publicar un comentario