El Día Mundial del Enfermo se celebra anualmente en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de los enfermos. El tema de la edición 20ª, "¡Levántate y vete, tu fe te ha salvado! (Lucas 17:19)", afirmación de Jesús en el Evangelio de San Lucas sobre la curación de los diez leprosos, nos ayuda a "tomar conciencia de la importancia de la fe de aquellos que, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se encuentran cerca del Señor. "
La fe en el proceso de curación
En su mensaje, el Santo Padre hizo hincapié en la importancia de la fe en el proceso de curación de un enfermo. "Quien, en su propio sufrimiento y enfermedad -escribe- invoca al Señor, tiene la certeza que su amor nunca le abandona, y que también el amor de la Iglesia, prolongamiento en el tiempo de su obra de salvación, nunca falla. La curación física, expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el hombre, en su totalidad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. "
Los "sacramentos de curación", el de la Penitencia y la Unción de los enfermos, nos ayudan a comprender la combinación entre la salud física y la sanación de las heridas del alma. Por lo tanto, "la Iglesia, continuando la proclamación del perdón y la reconciliación que Jesús hizo resonar, no deja de invitar a toda la humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio".
Además, con este binomio, salud física-salud del alma, la Iglesia recuerda el mensaje salvador de Jesús, que "no vino para condenar sino para perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la más oscura noche del sufrimiento y el pecado, para dar vida eterna". Es Dios misericordioso, que "no cierra su corazón a ninguno de sus hijos, sino les espera, los mira, los alcanza allá donde la negativa de la comunión los encarcela en el aislamiento y la división, los llama a reunirse alrededor de su mesa, en la alegría de la fiesta de perdón y la reconciliación".
"El momento del sufrimiento -continúa el Papa- en el que podría haber una tentación de ceder al desaliento y la desesperación, pueden llegar a ser tiempo de la gracia para volver a entrar en sí mismos y, como el hijo pródigo de la parábola, repensar la propia vida, reconociendo los errores y fracasos, para sentir la nostalgia del abrazo del Padre, y reemprender el camino a su casa. Él, en su gran amor, siempre y de cualquier modo vela por nuestras vidas y nos espera para ofrecer a cada hijo que regresa a él, el don de la reconciliación y de la alegría".
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