
Hace más de dos mil años, en los inmensos y lejanos arenales de Arabia, donde las montañas no tienen nombre, pues el viento las hace y deshace con su fuerza mutable y dominadora, vivía un niño muy pobre, huérfano de madre desde muy pequeño. Su padre era el guardián de un oasis que estaba algo apartado de las rutas más transitadas, pero conocido por los viajantes por su abundante y cristalina agua.
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